OPINIÓN
EE.UU. frente a China: guerra de movimientos o guerra de posiciones
05.09.2025
OTHER NEWS (Por Ignacio Muro Benayas* – Público.es) – La lucha por la hegemonía global deja la impresión de que mientras Trump parece jugar al ajedrez, buscando dar jaque mate a su oponente, Xi Jinping juega al Go, el tradicional juego asiático, ensalzado por Confucio, donde lo importante no es eliminar al rival, sino rodearlo y ganar la posición.
Se repiten la experiencia entre guerra de movimientos y guerra de posiciones, dos modelos de combate de los que Gramsci supo sacar conclusiones en su teoría de la acción política. La primera enfatiza el movimiento, la iniciativa y la sorpresa para obtener una posición ventajosa, buscando infligir pérdidas inmediatas al contrario, directa e indirectamente. En la lucha de clases su expresión era el asalto directo al poder mediante la lucha armada (golpes de mano, insurrecciones, guerrillas). Se trata, decía, de una táctica adecuada cuando se entiende que las oportunidades son de corto plazo, que hay una ventana inmediata de oportunidad, o cuando el tiempo y la acumulación de fuerzas pueden favorecer al contrario a medio o largo plazo.
Por el contrario, la guerra de posiciones como estrategia política pretendía ganar la hegemonía mediante el ejercicio de un poder que se legítima, día a día, mediante actuaciones al servicio del bienestar general de la sociedad. La participación de las más amplias masas en democracia, decía, era la única forma de construir un poder alternativo en Occidente donde prevalece un Estado articulado con instituciones sólidas, leyes de largo recorrido, medios de comunicación asentados y un aparato coercitivo potente. Ello requiere de un trabajo social y político de largo plazo, con lenguajes persuasivos y una acumulación de poder creciente desde el ejercicio del gobierno en los poderes locales y las instituciones profesionales, que se va articulando cada vez con alcances más amplios en lo nacional, regional y global.
Trasladar esa lógica a la geopolítica del mundo, supondría hoy mirar a los 193 países representados en la ONU, asumir y ganar posiciones en los aspectos de gestión multilateral de los conflictos, aceptar las instituciones de gobierno mundial (también la OMC) y reequilibrar el Consejo de Seguridad incorporando a nuevos actores de peso indiscutible y, también, confiar en el intercambio comercial como forma de especialización productiva que favorece el desarrollo común.
Y esa es la batalla hoy. Mientras EEUU se centra en subyugar a los aliados de "países desarrollados", aquellos que le pueden permitir acumular fuerzas de forma inmediata, léase Reino Unido, la UE, Japón, Corea del Sur o los países del Golfo, China busca ampliar su base de apoyos a largo plazo, centrado en los Brics y el Sur Global creando acuerdos comerciales a largo plazo a cambio de infraestructuras. Más de 140 países han apostado ya por esa vía. La institucionalización de ese poder ha tomado forma recientemente en la Organización de Cooperación de Shanghai. OCS, con presencia de 20 jefes de Estado (con Rusia y India entre ellos) y otros 14 países representados, que se ha manifestado a favor del derecho internacional mientras rechazan las medidas coercitivas unilaterales.
De modo que las posturas parecen definirse claramente. Mientras Washington se jacta de proyectar la imagen de superpotencia basada en el liderazgo tecnológico y el poder militar, Pekín se posiciona como garante de la estabilidad global. Mientras uno usa la imposición, el otro ejercita la persuasión. La cuestión es que los nuevos equilibrios están cuajando de tal modo que no parece que EEUU disponga ya, ahora o en el futuro, de un margen de maniobra suficiente para atraerse al Sur Global que atraviesa Asia, África y parte de America Latina. (Inútil añadir que, desgraciadamente, tampoco Europa).
La unilateralidad, la sorpresa y la jerarquía están siendo la expresión de los rápidos movimientos tácticos de los EEUU en la era de Trump, propios del ejercicio de un poder duro, que se desentiende de las normas cuando le estorban. China, por su parte, asume la multilateralidad y el consenso, antes pregonados y ahora abandonados desde Washington, como las piezas del beneficio mutuo asociados al intercambio justo a largo plazo.
El abandono de la multilateralidad colaborativa no es una singularidad de Trump, se produjo hace ya un cuarto de siglo, en 2001 con Bush hijo, cuando, tras la caída de las Torres Gemelas, las soluciones militares (Afganistán, Irak) fueron acompañadas de un nuevo bilateralismo instrumentado mediante una tupida red de "tratados comerciales de nuevo tipo", en la lógica del TTIP que siguieron los demócratas. El nuevo consenso republicano-demócrata respondía así a la constatación de que dar voz a todos (países en desarrollo, ONGs) en los foros multilaterales era una forma ineficiente para EEUU de ejercer el poder global y bloqueaba su capacidad de liderazgo indiscutible.
El salto tecnológico chino y su hegemonía en la electrificación verde y en el comercio internacional está cambiado, puede que definitivamente, la correlación de fuerzas.
Ello no impide que la batalla esté acabada. Desde Occidente se acuse a China de inaugurar una forma de dominio, especialmente sobre los países africanos, basada en la deuda que, supuestamente, es el instrumento que usa para subyugarlos. Pero es un argumento falaz, un ardid. La deuda de África con China representa un 12% del total y, sobre todo en el último lustro, se ha estructurado en acuerdos de intercambio a largo plazo que, en esencia, se basan en la construcción de infraestructuras a cambio del suministro de materias primas. Son los fondos de inversión globales privados los que asfixian a África, con cuotas superiores al 50% de la deuda y tipos de interés que alcanzan los dos dígitos, en los países más endeudados, como Ghana. China se caracteriza por su persistente habilidad para el comercio con beneficios mutuos y eso le ha permitido su presencia abrumadora en el continente: 44 países africanos, de un total de 54, tienen a China como principal suministrador.
Hay una última lección que puede extraerse de las posiciones de Gramsci sobre el momento actual.
En el nivel nacional, la profesionalización del Estado impulsado por la socialdemocracia en sus años felices ha sido insuficiente para conseguir la hegemonía progresista ni ha garantizado su neutralidad en la lucha política. Es más, hoy asistimos a la recuperación por las fuerzas reaccionarias de los espacios de poder perdidos entre el funcionariado, las fuerzas de orden público y la judicatura. El hecho es que, en vez de servir como palanca de progreso, las democracias se desangran por su incapacidad para resolver los problemas reales de las mayorías. Los lobbies, los boicots de las fuerzas conservadoras y la maraña de desinformaciones y bulos, con apoyo de diversas cloacas públicas y privadas, se han encargado de convertir en cuasi verídica su ineficacia. El Estado se recompone como instrumento de los poderosos siguiendo la lógica de la ley del más fuerte.
A nivel internacional, siguiendo la misma lógica, un cambio de hegemonía necesita confrontarse en el terreno militar. La sensación de que el tiempo juega a favor de China obliga a EEUU a tensar las cuerdas del desequilibrio cuanto antes. Pero, antes, necesita garantizarse su autonomía estratégica en los sectores claves que pueden dañar su poder tecnológico y militar, singularmente en las llamadas "tierras raras". El arancel especial, del 50%, sobre el aluminio y el acero, va en la misma dirección, necesita ser autónomo en esas materias primas esenciales.
Al tiempo, China aumenta también el gasto en defensa y desarrolla equipamiento con las últimas tecnologías militares con las que pretende disuadir a EEUU de la opción militar, con Taiwán al fondo. Pero, con ello, dan a entender que son conscientes que no bastará con las políticas de persuasión. Al fin y al cabo, no fue Gramsci, fue Mao, el que dictaminó que, en última instancia, "el poder nace de la punta del fusil".
La posibilidad de que Trump reclame poderes especiales en un escenario provocado de crisis bélica, se vuelve cada vez más factible. "La guerra no es más que la continuación de la política (imperial, se entiende) por otros medios" sentenció el prusiano Clausewitz. En esas lógicas estamos.
*Ignacio Muro Benayas, director de la Fundación Espacio Público.
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