CONFLICTO
Israel ensaya su holocausto en Palestina – Ciegos en Gaza
17.05.2018
MONTEVIDEO (Other News/Juan Carlos Monedero y David Torres *) - Imaginad que llegáis una noche cansados a casa y vuestra casa ya no es vuestra. Imaginad que ya no tenéis esa pequeña huerta ni esa terraza desde donde veíais dormir a la ciudad.
Que no está la mesa ni el sofá ni el baño ni la cocina. Tampoco está ni vuestra estantería con vuestros libros ni la pequeña habitación donde se esquinaba la cuna del niño. Tampoco son vuestros los lugares de la vida, los del primer beso, la tierra donde yacen los muertos, la esquina donde rezaste o blasfemaste y la plaza donde tiraste la primera piedra. Nada es vuestro porque alguien, lejos, ha decidido regalarle tu tierra a otras personas.
Hace 70 años empezó la Nakba, que significa en árabe la catástrofe. Los israelíes, apoyados por Gran Bretaña y los Estados Unidos, y con la complicidad de Europa, decidieron ocultar su vergüenza por el Holocausto condenando al pueblo palestino a un Holocausto menos publicitado. Estados Unidos no le abrió sus aduanas a los judíos exiliados, pero les ofreció las casas de otros. Por eso les robaron su tierra a los palestinos que no podían defenderse. Los israelíes habían barajado irse a otros lugares y pudo haber sido que terminaran en Argentina. Pero al final resultó ser en Palestina. Y consumaron allí la catástrofe.
70 años recordando el exilio, el terrorismo de Israel (sólo porque ganaron, los padres sionistas de la patria dejaron de ser terroristas y pasaron a ser héroes), la guerra de los seis días, las intifadas donde se enfrentaban piedras con tanques, tantos amigos muertos, los niños torturados, las cárceles, los asesinatos. ¿Cómo es posible que un pueblo que sufrió tanto en los campos de concentración le pueda estar causando a otro pueblo tanto dolor?
Trump, que vino a decirnos, multiplicando el daño, que no hay solución dentro de este sistema demente, ha vuelto a encender Palestina rompiendo el equilibrio que tenía la ciudad de Jerusalem. Trump es de esa gente que hace guerras mundiales y Rajoy y Rivera son de esos irresponsables que les apoyaron. Al Presidente Nentanyahu, las balas que estan matando palestinos (que no son balas normales, sino que explotan para romper más tejidos) le parecen pocas y poco mortíferas. Quiere más.
El capitalismo en crisis tiene en su metabolismo hace sonar las trompetas de guerra. Siempre hay políticos sin conciencia que quieren una gloria que solo encuentran en la Sala Situacional del Ala Oeste de la Casa Blanca, siempre hay vendedores de armas que negocian dividendos y beneficios cambiando bajas por ingresos, y siempre hay generales sin escrúpulos que quieren medallas que solo se obtienen matando.
Palestina es hoy el escenario de la vergüenza, una carnicería de gente honesta que reclama dignidad frente al genocidio que les infligen los israelíes. Otra señal de la pérdida de rumbo de Europa y una de las más claras pruebas de que no es verdad que el mundo esté mejor que hace 70 años. Una clara señal de que el mundo puede volver a estar tan mal como en otros momentos de la historia.
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Ciegos en Gaza
David Torres
Un célebre verso de Milton cifra la desgracia de Sansón, cegado de los dos ojos y prisionero en la rueda de un molino: “Preguntad por ese gran libertador y lo encontráreis ciego en Gaza, atado a la rueda, con los esclavos”. Todo el mundo sabe cómo termina la historia, con Sansón pidiéndole a Dios que le devuelva las fuerzas por última vez para derribar las columnas del templo y aplastar entre sus ruinas a él mismo y al pueblo filisteo. La metáfora se va cumpliendo paso a paso en el matadero asfixiante de la Franja de Gaza, ese gueto infame que es el compendio y la culminación de todas las juderías del Historia, el gueto de los guetos donde los sionistas han decidido ajustar cuentas con una etnia semítica (en el único sentido que puede emplearse con validez el término, es decir, el lingüistico) que hace las veces de cordero del sacrificio.
Hay que estar ciego de los dos ojos, del corazón y del alma, para no ver la masacre indiscriminada que el Estado de Israel lleva cometiendo desde hace décadas con los palestinos en Gaza. El paladín de la libertad y la democracia en la zona no sólo fue uno de los tres únicos países (junto a Gran Bretaña y los Estados Unidos) que apoyó el apartheid en Sudáfrica sino que ha creado y perfeccionado su propio apartheid, relegando a más de dos millones de palestinos a vivir bajo muros de hormigón, en condiciones insalubres, sin apenas agua potable y con sólo cinco horas de suministro eléctrico diarias.
Las protestas multitudinarias y pacíficas se han saldado con un caudal ingente de muertos y heridos, todos ellos palestinos, que aumenta exponencialmente cada minuto que pasa. Las estimaciones más bajas cuentan sesenta muertos y miles de heridos; los médicos palestinos hablan ya de un centenar de muertos y más de once mil heridos, de los cuales unos tres mil quinientos lo fueron por herida de bala o metralla. A esto Donald Trump, el ministerio de Defensa estadounidense y los mamporreros habituales lo llaman “contención” y “una respuesta proporcionada”.
Las imágenes muestran lo de siempre: muchachos con tirachinas frente a tanques y aviones, una reedición del mito de David y Goliat donde el pastorcillo no tiene la menor oportunidad ante esa bestia homicida que es el ejército israelí. Un bebé palestino, cuya familia estaba instalada en una tienda de campaña situada a un kilómetro de la línea fronteriza donde tenían lugar las protestas, murió a causa de la asfixia provocada por los gases lacrimógenos lanzados por los soldados israelíes. Un video del pasado marzo, publicado por una agencia israelí de derechos humanos, muestra a unos soldados que se divierten lanzando una granada aturdidora contra una pareja palestina que huye con un bebé en brazos. El informe anual de Amnistía Internacional de 2017 denunciaba al ejército israelí por ejecuciones extrajudiciales y torturas a presos palestinos, incluidos menores de edad.
Leí hace muchos años Ciego en Gaza, la novela de Huxtley que toma su título del verso de Milton y que no tiene nada que ver con la obscenidad aterradora que campa a sus anchas en ese lugar del mundo olvidado de Dios y de Alá. Apenas recuerdo nada de la novela excepto su escalofriante obertura: alguien -no sé bien si una mujer o un hombre- tomando el sol junto a una piscina, un perro que cae desde un helicóptero y que revienta sobre el cemento, dejando al bañista salpicado de entrañas y de sangre. He ahí, una vez más, la metáfora de nuestra impotencia y nuestra indiferencia, asistiendo de lejos a una masacre, ciegos en Gaza.
(*) Escritores españoles. Columnistas del diario Público.es
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