OPINIÓN
Las Naciones Unidas, la IA y la política de poder de las grandes potencias
01.10.2025
OTHER NEWS (Por Ricardo Orozco* – Diario Red) – En el marco del octogésimo aniversario de las Naciones Unidas, las cinco potencias permanentes del Consejo de Seguridad aprovecharon la ocasión para imponer su visión de futuro acerca del desarrollo de la IA y de su utilidad en la disputa global por la hegemonía.
Entre el 23 y el 29 de septiembre del año en curso, la Organización de las Naciones Unidas llegó a la celebración del octogésimo período de sesiones de su Asamblea General en medio de un contexto internacional que, como pocas ocasiones en la historia reciente de dicha organización, demanda de ella y de todos sus órganos, de sus misiones y agencias especializadas, una altura de miras y una capacidad de acción con las que, queda claro, no cuenta. Y no tanto porque en su seno no disponga de personal técnico, administrativo, operativo y diplomático lo suficientemente calificado como para conseguir que la Organización cumpla con la Carta que la fundamenta y con los múltiples y diversos mandatos que sus Estados parte le han conferido a lo largo de ochenta años de existencia sino, antes bien, debido a que, una vez más, es evidente que tanto su andamiaje institucional como su diseño jurídico han quedado rebasados por la predisposición de las grandes potencias globales a gestionar los asuntos del mundo por fuera de la propia ONU y, en correspondencia con ello, por la manifiesta incapacidad de la mayor parte del resto de los Estados del mundo para convertir su dimensión cuantitativa en potencia cualitativa.
Sintomático de esta situación es, por supuesto, el hecho de que, como cada año, entre los discursos emitidos por un amplio número de Jefes y Jefas de Estado y de Gobierno de todo el mundo fue posible hallar cuestionamientos serios, balances críticos y propuestas de acción de enorme creatividad y relevancia para atender las principales problemáticas que aquejan a la comunidad internacional. Intervenciones discursivas que, en última instancia, incluso si algo de sus palabras terminó por convertirse en mandato formal de la Organización, la mayor parte de lo expuesto en la Asamblea General o bien se quedó en eso (en discursos memorables, pero inoperantes), o bien se agotó en la renuncia explícita o implícita a atender las crisis más graves de nuestro tiempo para, en cambio, poner manos a la obra en asuntos de menor urgencia (necesariamente por ello menos relevantes).
La incuestionable centralidad que asumieron en la mayor parte de los discursos emitidos por las delegaciones de los Estados parte de la Organización tópicos como los de la inminente irreversibilidad del cambio climático, las consecuencias de no detener el genocidio en Palestina o la invasión rusa de Ucrania, la tendencial masificación de los flujos migratorios alrededor del mundo, la insostenible y onerosa carga que representan las proporciones ya adquiridas por el endeudamiento público y privado, la proliferación de nuevas patologías y de viejas enfermades hasta hace poco controladas -o técnicamente erradicadas-, la expansión del hambre en el mundo o las repercusiones -aún insospechadas, aún imprevisibles- del desarrollo incontrolado de la Inteligencia Artificial y de matrices tecnológicas asociadas a y/o derivadas de ella dan cuenta del hecho de que, en efecto, alrededor del mundo crece la preocupación por abordar todos estos temas con prontitud, ingenio y destreza (por cuarto año consecutivo, a propósito de ello, los posicionamientos del presidente colombiano, Gustavo Petro; y de la Primera Ministra de Barbados, Mia Amor Mottley, fueron, de entre todos, los más paradigmáticos de esta toma conciencia histórica y de esta manifiesta sensibilidad ante las tragedias que se suceden alrededor del planeta Tierra).
Al final de siete días de trabajo de la Asamblea General, sin embargo, y pese a que en muchas de esas alocuciones brilló por su presencia cierto animo de radicalidad y de rupturismo respecto de viejas tradiciones diplomáticas y de política exterior, ningún acuerdo sustancial fue alcanzado con el propósito explícito de atender, en lo inmediato, cualquiera de estas problemáticas. Las guerras, los conflictos armados y los genocidios que se producen en tiempo real siguen su curso de manera ininterrumpida y sin que algo de lo dicho en la sede las Naciones Unidas hubiese sido capaz de cambiar un poco la situación que se vive en el terreno; del mismo modo en que, otro año más, no se alcanzó ningún acuerdo efectivo para descarbonizar la economía mundial y contener, mitigar y/o revertir el cambio climático.
Tampoco se avanzó sobre la gestión de viejas y nuevas epidemias, del hambre en el mundo o de la migración. Por si fuera poco, si algo quedo de manifiesto en estos siete días de labores es lo mucho que han venido ganando terreno, por todo el mundo, el autoritarismo y los posicionamientos ideológicos y políticos de extrema derecha que, de hecho, se oponen a tratar dentro de espacios multilaterales y a partir de lógicas comprometidas con la salvaguarda de los derechos humanos los problemas que aquejan a la comunidad internacional.
Este año, por eso, no sorprendió ni lo intrascendente de los acuerdos realmente alcanzados en temas de urgencia secundaria ni la magnitud de los potencialmente asequibles en torno de tópicos prioritarios, pero que ni siquiera llegaron a trascender de su enunciación como parte de uno o de muchos discursos de Estado. Y es que, en efecto, sin temor a exagerar, si algo parece haber caracterizado los debates de este septiembre de la Asamblea General de la ONU eso fue el triunfalismo con el que se presentó, entre un número creciente de Estados, la voluntad explícita de marginalizar aún más a los trabajos de la Organizaciónen toda agenda que no sea la de la asistencia humanitaria en zonas no prioritarias para la definición de la correlación de fuerzas en la política de poder de las grandes potencias, en el marco de los relevos hegemónicos en curso y de su espacialización geopolítica particular.
Más allá de lo evidente (la inacción ante el genocidio en Palestina, la invasión de Ucrania y el cambio climático, etc.), un rasgo que ilustra con toda claridad la incapacidad de Naciones Unidas para hacer de sí misma un actor con incidencia real, efectiva y potencial, en la definición del naciente orden internacional y de su configuración final en los años por venir tiene que ver con el hecho de que, a pesar de haber sido la instancia convocante para la celebración de un debate de alto nivel en torno de la necesidad de generar un marco de gobernanza global de la Inteligencia Artificial, al final del día, fueron las cinco delegaciones permanentes del Consejo de Seguridad (las mismas que gestionan cotidianamente sus asuntos por fuera de los canales institucionales de la ONU y las que, en última instancia, llevan todo lo que va del siglo XXI minando las capacidades de la Organización con el despliegue de su política exterior) las que terminaron por definir los asuntos prioritarios de esa agenda y las hojas de ruta a seguir en las siguientes décadas.
Y lo cierto es que no es para menos, entre ellas se encuentran algunas de las economías que hoy por hoy dominan los desarrollos científico-tecnológicos de Inteligencia Artificial y, por supuesto, sus múltiples y diversos mercados. Y aunque el neoliberalismo aceleró la transnacionalización de los capitales nacionales de la mayor parte del mundo (principalmente de Occidente), hasta extremos en los que la identidad de intereses entre una corporación privada y su Estado-nación de origen ya no es algo que suceda de forma mecánica, ello en nada cambia el hecho de que son las corporaciones tecnológicas transnacionales de esos cinco Estados las que ejercen el principal rol de dirección de las trayectorias seguidas alrededor del mundo por este sector de la economía y sus agentes empresariales. Es ahí, entre ellas, por ejemplo, en donde se está desarrollando con mayor ahínco y éxito la geoingeniería, la ingeniería genética, el transhumanismo y la computación cuántica.
¿Qué se aprobó, entonces, en este diálogo de alto nivel sobre gobernanza global de la IA? La propuesta de partida del Secretario General de la ONU, António Guterres, tuvo como eje la tematización de cuatro objetivos prioritarios. A saber: i) garantizar el control humano sobre el uso de la fuerza, ii) crear marcos normativos globales coherentes, iii) proteger la integridad de la información en situaciones de conflicto e inseguridad y, iv) cerrar la brecha de capacidad de la IA. Se entiende que, en el fondo de la propuesta de Guterres, se abrigan dos anhelos: por un lado, el que busca hacer del desarrollo de la IA una empresa social, en favor de causas humanitarias y del desarrollo social; y, por el otro, el que pretende nivelar o igualar lo que de facto hoy opera bajo lógicas jerarquizas (la brecha tecnológica y digital que separa a economías centrales de economías periféricas y que asegura la condición dependiente de las segundas respecto de las primeras).
En el seno del Consejo de Seguridad y de la Asamblea General de Naciones Unidas, no obstante, lo que se terminó resolviendo no alcanzó, siquiera, a aproximarse mínimamente a cualquiera de esos cuatro objetivos y de esos dos anhelos explicitados por el Secretario General de la ONU. De hecho, ni siquiera es posible sostener que en el diálogo de alto nivel de este año se resolviera algo distinto de lo que ya se había propuesto hacer la Organización desde septiembre de 2024. Esto es: establecer un Panel Científico Internacional Independiente sobre IA, de carácter multidisciplinario, e instituir un Diálogo Global sobre la Gobernanza de la IA.
Al final del día, pues, y luego de las muchas y a menudo muy agudas preocupaciones que emitieron en sus discursos las delegaciones de los Estados parte de la Organización, ésta se conformó con fundar dos nuevos órganos en su interior cuyo mandato comienza, transita y se agota prácticamente en las labores de operar como una suerte de observatorio internacional de la IA con capacidad para emitir recomendaciones sobre buenas prácticas y, de ser necesario, anunciar alertas tempranas sobre posibles riesgos en el desarrollo de esas tecnologías. Pero nada más allá de eso.
Y lo cierto es que no sorprende que al final la Asamblea General haya seguido tal hoja de ruta (definida, en principio, por el Consejo de Seguridad). Después de todo, de haberle dado entrada a cualquiera de los objetivos enunciados por Guterres (o, en su defecto, a cualquiera de las propuestas críticas hechas por Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno de las periferias globales), estas potencias habrían tenido que renunciar, por un lado, a su disposición a disputarse, entre ellas, el relevo hegemónico que lleva en curso ya el rededor de un cuarto de siglo (desde que se agudizó la decadencia estadounidense y se pronunciaron el multipolarismo y las capacidades competitivas de China en su interior) y, por el otro, a su principal ventaja competitiva frente al resto del mundo y que, hoy por hoy, es la base del dinamismo económico de la economía-mundo moderna.
Guardadas todas las proporciones necesarias, no parece que las medidas adoptadas por la ONU para gestionar la gobernanza global de la IA se vayan a diferenciar del fracaso en el que resultaron iniciativas similares, como las destinadas a atender el desarrollo de armas nucleares o las instituidas para ocuparse de la descarbonización de la economía y contener, mitigar y/o revertir el calentamiento global y el cambio climático. Ejemplos, estos, de profundo compromiso por parte de los Estados periféricos (el siempre mal denominado tercer mundo o mundo subdesarrollado/en vías de desarrollo), pero, también, en sentido directamente proporcional, del generalizado desprecio que por propuestas como estas expresan las políticas exteriores de las grandes potencias, nunca dispuestas a sacrificar sus ventajas relativas frente a otras potencias y ante el resto de los Estados del mundo con tal de asegurarse algún grado superior de preponderancia de sus intereses nacionales.
La postura diplomática adoptada por Estados Unidos a este respecto es ilustrativa de este tipo de racionalidad y de calculo estratégico, en tanto que al aceptar cualquier esfuerzo por centralizar la gobernanza de la IA en Naciones Unidas o en cualquier otra Organización multilateral supondría comprometerse a aceptar y a adoptar un conjunto más o menos definido de restricciones comunes aplicables a la totalidad de la comunidad internacional, en igualdad relativa de condiciones. La negativa a aceptar este compromiso que privilegia el mantenimiento de la estabilidad del orden internacional y la posibilidad de construir un régimen multilateral preventivo ante cualquier catástrofe futura, por encima de la defensa de la idea de que cada Estado debería de desarrollar sus propias capacidades tecnológicas nacionales y competir contra las demás, no obstante, no debe ser confundida con una necia, irracional y dogmática negativa presidencial (trumpista) y de sus principales personeros diplomáticos y gubernamentales, empeñada en no ceder ni un milímetro de ventaja a China o a cualquier otra potencia internacional.
Algo de ello, por supuesto, hay en el rechazo explícito de Estados Unidos de sumarse a la iniciativa de Guterres en este tema. Sin embargo, el verdadero quid de la cuestión tanto para Estados Unidos como para el resto de las potencias globales sentadas en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas tiene que ver con el hecho de que ninguna cuenta ni con la capacidad política ni con el capital cultural -valga la expresión- suficientes como para imponer al resto de sus competidores y del mundo subalternizado sus propios marcos políticos, económicos, culturales, jurídicos e ideológicos, a partir de los cuales se pueda condicionar y/o determinar el desarrollo de estas tecnologías en otras partes del mundo y, en última instancia, poder extraer algún tipo de ventaja competitiva relativa para sí.
Ahora mismo, en este sentido, para las potencias globales la verdadera discusión de fondo en este tema, a nivel internacional, no tiene que ver sobre el contenido de las normas que deberían de regular los desarrollos científico-tecnológicos de esta índole sino que versa, antes bien, con la pretensión de cada una de generar un consenso lo suficientemente amplio, flexible y aceptable sobre su propia visión del futuro de la humanidad y de la evolución del naciente sistema internacional en los años por venir como para que éste sea el que logre imponerse al resto de la comunidad internacional. En tanto que en el contexto actual ninguna potencia es hegemónica y la estructura del sistema internacional hoy es la de un sistema multipolar mas o menos bien equilibrado, generar ese consenso es condición de posibilidad de cualquier paso hacia adelante en el propósito de normar en el derecho internacional la gobernanza de la IA.
Lo peligroso de esta situación es, por supuesto, que, al no existir potencia capaz de imponerse por sí misma y por sí sola al resto de sus competidores y del mundo subalternizado, las posibilidades de una descomposición violenta son aún mayores de lo que lo serían en un contexto en el que exista un marco ideológico y político compartido sobre la visión de futuro que se tiene de la sociedad internacional. En última instancia, entre más se prolongue una situación de este tipo más probable es que las tensiones y las contradicciones que anidan en su seno se empiecen a resolver con más frecuencia y radicalidad a través del conflicto directo e irrestricto.
*Ricardo Orozco, Internacionalista y Posgrado en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Miembro del Grupo de Trabajo sobre Geopolítica, integración regional y sistema mundial del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
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