Las desagradables verdades de Trump sobre la Unión Europea
19.12.2025
WASHINGTON (Uypress/Andrea Zhok*) - En el documento de Estrategia de Seguridad Nacional que acaba de publicar la administración estadounidense encontramos una descripción dolorosa de la actual realidad europea.
Encontramos escrito allí:
"La Europa continental ha perdido su participación en el PIB mundial, del 25% en 1990 al 14% hoy, en parte debido a regulaciones nacionales y transnacionales que socavan la creatividad y la laboriosidad.
Pero este declive económico se ve eclipsado por la perspectiva real y más concreta de la desaparición de la civilización. Los problemas más amplios que enfrenta Europa incluyen las actividades de la Unión Europea y otros organismos transnacionales que socavan la libertad y la soberanía política, las políticas migratorias que están transformando el continente y generando conflictos, la censura de la libertad de expresión y la represión de la oposición política, el desplome de las tasas de natalidad y la pérdida de identidades nacionales y de confianza en sí mismas.
Si las tendencias actuales continúan, el continente será irreconocible en 20 años o menos. Por lo tanto, no es en absoluto seguro que algunos países europeos tengan economías y ejércitos lo suficientemente fuertes como para seguir siendo aliados fiables. Muchas de estas naciones están redoblando sus esfuerzos en esa dirección.
(...)
La administración Trump se encuentra en desacuerdo con los funcionarios europeos que albergan expectativas de guerra poco realistas, atrincherados en gobiernos minoritarios inestables, muchos de los cuales pisotean los principios fundamentales de la democracia para reprimir a la oposición. Una amplia mayoría europea desea la paz, pero este deseo no se está traduciendo en políticas, en gran medida debido a la subversión de los procesos democráticos por parte de dichos gobiernos.
Ahora bien, estar de acuerdo con la administración estadounidense es desafortunado, desafortunado tanto porque esta trayectoria europea ha sido apoyada y alimentada por Estados Unidos hasta hace muy poco, como porque todos sabemos que estas verdades no se dicen en buena conciencia o en aras de la verdad, sino sólo porque actualmente son útiles para la perspectiva estratégica de Estados Unidos.
Esto no quiere decir que no sean verdaderas, y se dicen porque, como verdades, parecen reconocibles para los pueblos europeos.
La trayectoria europea descrita en el documento comienza, acertadamente, en 1990, con el giro neoliberal que tuvo lugar con el Tratado de Maastricht y la transformación de la Comunidad Europea en la Unión Europea. En aquel momento, ese giro implicó seguir el camino histórico de Estados Unidos, como única potencia mundial restante tras el colapso de la URSS.
Entonces, como ahora, lo que caracteriza a las clases dirigentes europeas es su abstracción. Si bien a Estados Unidos se le puede acusar a menudo de un pragmatismo brutal, Europa adolece de una abstracción innata (que, dicho sea de paso, puede ser igual de brutal, pero sin ser pragmática, sin practicar el análisis y la respuesta a la realidad circundante).
En la década de 1990, esa abstracción se expresó bajo la forma de una adhesión incondicional a la idea del triunfo liberal sobre el modelo comunista, triunfo que se tradujo en una metamorfosis del sentido del Estado.
El Estado neoliberal ya no pretendía ser ni un "estado de bienestar", como en la era de la economía mixta posterior a la Segunda Guerra Mundial, ni un "estado mínimo", como en el liberalismo clásico. El Estado neoliberal quería ser intervencionista, pero no con intervenciones impulsadas por una agenda social, sino con una agenda dictada por el ideal de la "competencia perfecta".
Este ideal microeconómico debía imponerse a todos los niveles, incluyendo los monopolios naturales (ferrocarriles, suministro eléctrico, etc.) y los sistemas difíciles de privatizar (escuelas, sanidad, universidades). Donde la privatización simplemente no era posible, se inventaron sistemas de evaluación, medición de productos, competencia interna y la creación de incentivos y desincentivos que imitaban los mecanismos del mercado.
Este proceso de distorsión del sector público, en un intento de asimilar sus mecanismos a la competencia privada, es la raíz no solo del progresivo declive de la educación y la sanidad públicas, donde los mejores recursos se gastan en pseudocompetencia y burocracia, sino también del frenesí regulatorio del aparato europeo.
Aquí, el gran y persistente malentendido, tanto para detractores como para partidarios, es que este intervencionismo del centro administrativo representa un remanente socialista, cuando en realidad es puro neoliberalismo: de hecho, no es la intervención central (Estado, Comisión Europea) la que marca la diferencia, sino su agenda, sus intenciones.
Por ejemplo, tener un Banco Central Europeo podría, en principio, haber sido compatible con el socialismo-comunismo, siempre que este orientara la producción monetaria y su asignación hacia el pleno empleo, las políticas de investigación y desarrollo, y la consolidación de la industria pública. Sin embargo, cuando la agenda del BCE se rige principalmente por el objetivo de la estabilidad monetaria, sus intereses se centran en los tenedores de capital (las oligarquías financieras, en primer lugar) más que en los ciudadanos trabajadores.
La combinación de intervencionismo central y la priorización de los intereses de las oligarquías financieras es catastrófica; es la peor combinación económico-política posible. Combina tendencias centrales hacia el normativismo, la vigilancia y el autoritarismo con la anárquica falta de dirección política, sustituida por los intereses económicos de las oligarquías.
Esta combinación es incomparablemente peor que la de los sistemas donde el autoritarismo se basa en la búsqueda del interés nacional (por ejemplo, China), pero también de aquellos donde la prioridad del interés económico individual se combina con un marco libertario y anarcocapitalista (como Estados Unidos).
Todas las tendencias más catastróficas de los últimos treinta años pueden atribuirse a esta combinación devastadora.
La destrucción de las identidades colectivas (nacionales, étnicas, religiosas, comunitarias, familiares) sirvió para reemplazar la sociedad tradicional por un sistema de transacciones individuales, idealmente con un mercado universal.
La llamada "sustitución étnica" nunca fue planificada, pero de hecho ocurre como consecuencia de un proceso simultáneo de debilitamiento de las identidades internas y una dependencia masiva de mano de obra barata (migrantes). La opción contraria -aumento salarial, unidad política y el poder de negociación de los trabajadores nativos- habría representado una reducción porcentual en la participación de las oligarquías financieras en las ganancias, y por lo tanto no se consideró.
El debilitamiento del poder de negociación de los trabajadores ha ido acompañado de una reducción de su capacidad de consumo, y esto se ha unido a la tendencia europea al mercantilismo, es decir, a apostar todas sus cartas a las exportaciones, a una balanza comercial favorable. Pero esto, naturalmente, significa que, ante cualquier conmoción externa, cualquier perturbación de los mecanismos de comercio exterior (crisis de las hipotecas subprime, COVID-19, guerras), Europa ya no puede compensar las deficiencias del mercado externo recurriendo al mercado interno.
En un contexto donde solo se santifica el interés económico individual, la clase política se ha visto representada cada vez más por mediocres arribistas, charlatanes, personas sin agallas idealistas y dispuestas a ceder para progresar. Esto, obviamente, ha provocado un declive general de la política, un colapso de la auténtica capacidad política, un colapso de la previsión estratégica y una desintegración de toda cualidad personal, sustituida por la lealtad al grupo de presión pertinente (y cualquier referencia a von der Leyen, Kallas, Merz, Starmer, Macron, etc., es pura coincidencia).
Al final, nos encontramos en la situación paradójica de haber tomado un modelo pragmático de origen americano como ideología eterna, de haberlo cultivado e implementado con la típica abstracción europea, de haber sido víctimas de él y de habernos quedado con el bebé en brazos mientras los propios americanos -como han hecho muchas veces a lo largo de la historia- dan un giro de 180° porque ahora les conviene hacerlo.
Empobrecidos, envejecidos, sin futuro, sin identidad, sin visión, marginados pero con la presunción de seguir siendo ellos quienes reparten las cartas.Aún hay margen material para el cambio, pero el muro de obtusidad creado ingeniosamente durante las últimas décadas -y consolidado en lugares estratégicos donde se forma la opinión pública- no parece probable que se derrumbe, y sin una revolución cultural no puede abrirse ningún atisbo de esperanza.
* Andrea Zhok, filósofo y analista geopolítico italiano
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias