OPINIÓN

Las obsesiones de Donald Trump y la geopolítica

24.09.2025

OTHER NEWS (Por Sacha Llorenti* – Diario Red) – La política o, con mayor propiedad, el poder político, atrae a sujetos de distinta índole: desde quienes quieren transformar al mundo hasta quienes tienen la compulsión de buscar saciar su insaciable necesidad por poder y demostración de superioridad.

 

Probablemente, el presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, es el político que peor esconde esos rasgos de su personalidad: su deseo de poder ilimitado, de ser glorificado, de tener un legado eterno, de sometimiento del adversario, de buscar lealtad incondicional y de construir símbolos de estatus de su poder y riqueza.

Sí, este tipo de análisis parece más propio del psicoanálisis que de la geopolítica. Sin embargo, además de los poderes fácticos e institucionales y de las realidades e intereses, las características individuales de quienes ostentan el poder esculpen decisiones que afectan a millones de personas.

Así las cosas, es posible prever algunas de las amenazas que ya fueron manifestándose tanto en los años de su primera gestión como presidente, como en los ocho meses de su segundo mandato.

1. Hacer más grande a los Estados Unidos otra vez

Este no es solo un slogan electoral. Se ha convertido en una de las líneas de acción de la administración Trump. Pero cuando se habla de hacer a ese país más grande, no se trata de una forma retórica de apelar a la grandeza de espíritu o de sentimiento nacional o meramente de riqueza. Tampoco es solo una alusión a los años en los que ese país era el incuestionable hegemón.

Se trata, literalmente, de hacer más grande territorialmente a ese país. Es decir, que sume kilómetros cuadrados a su territorio. Por eso, en las primeras semanas de su segundo gobierno apuntó a Groenlandia, Canadá y al Canal de Panamá para anexarlos. No sería de extrañarse si en los próximos años Trump intenta materializar su búsqueda compulsiva de gloria a costa de la integridad territorial de algún Estado y de la paz.

2. Hacer a los Estados Unidos blanco otra vez

Desde el anuncio de su candidatura a la presidencia y durante sus dos mandatos ha sido coherente en su mensaje y acción contra los migrantes. Desarrolla una serie de políticas que van desde las crueles olas de expulsión de migrantes, la prohibición de ingreso a musulmanes, la construcción de cárceles especializadas y el encarcelamiento por encargo en El Salvador.

Sin embargo, no puede esconder que esas políticas son, en esencia, racistas. Para prueba un botón: en enero de 2018, Trump sostuvo una reunión bipartidaria con senadores en la que se refirió a inmigrantes de países de África, Haití y el Salvador diciendo: "having all these people from shitholes countries come here". En esa misma reunión, el mismo Trump dijo "We should have more people from Norway".

Estos no son solo comentarios de un racista senil. Tienen que ver con cómo la élite de ese país ve la inexorable desaparición del reino de los WASP (Blancos Anglosajones y Protestantes). Por eso, la obsesión por la blanquitud es vista por Trump y muchos otros como una forma de volver a la "grandeza" pasada. Eso implica mayor violencia en contra de los inmigrantes que no respondan a los parámetros racistas de quienes controlan las políticas en Washington.

3. Petróleo venezolano

Desde su primer mandato, Trump se adhirió explícitamente a la Doctrina Monroe. Llevó como cercanos colaboradores criminales a John Bolton o Elliot Abrams, que participaron activamente en la masiva violación de los derechos humanos en América Latina durante la década de los años ochenta.

Trump manifestó claramente su disposición de apropiarse de las reservas más grandes de petróleo del mundo.

Así, desde su primer mandato, viene utilizando todo el arsenal retórico: las consabidas excusas de la defensa de la democracia, lucha contra la pobreza, las razones humanitarias y, en estos días, la lucha contra el narcoterrorismo. Ahora, en medio de un enorme despliegue militar en el Mar Caribe, apunta sus cañones y sus submarinos nucleares hacia una zona de paz. Las consecuencias de esta obsesión serán desastrosas para toda América Latina y el Caribe.

4. Premio Nobel de la paz

El símbolo del reconocimiento perpetuo y la gloria inacabable que Trump busca es que se le otorgue el Premio Nobel de la paz. Su insaciable necesidad por ser admirado por otros lo lleva a que una de las prioridades de la política de Estado de su país sea la suma de postulaciones en su favor para dicho premio.

Este es un vacío a llenar desde sus primeros tiempos en la presidencia. Probablemente, el hecho de que Obama haya recibido ese premio tenga algo que ver con la necesidad de llenarlo.

Hasta este septiembre de 2025, Japón, Ruanda, Israel (vaya paradoja), Gabón, Azerbayán, Camboya, Pakistán y Armenia enviaron postulaciones oficiales para que se le otorgare esa medalla. Todo para contentar a Nerón y que no sea tuya la ciudad que incendie.

Hasta ahora cuarto presidentes estadounidenses recibieron el Nobel: Theodore Roosevelt por su mediación en la Guerra Ruso-Japonesa; Woodrow Wilson, por la fundación de la  Liga de las Naciones; James Carter como el «mejor expresidente» de su país; y Barack Obama, aparentemente como un previo preventivo, ya que le fue otorgado antes de empezar su mandato como presidente y no impidió las guerras que se iniciaron por él.

El premio, tan venido a menos, hace que Trump despliegue un aparato mediático y diplomático para obtenerlo. Sin embargo, son claras las contradicciones con las presuntas aspiraciones que inspiran a quienes otorgan esa presea. El genocidio en Gaza, las agresiones contra migrantes y las amenazas contra Venezuela, para citar otros ejemplos.

Las obsesiones de Trump y sus características personales son una sola de las piezas de larga lista de intereses y poderes que hacen que Estados Unidos tome una u otra decisión. Nada bueno se ve en el horizonte con la ambigua política con relación a Ucrania, la entrega de la política exterior de su país con relación a América Latina y el Caribe al nefasto Marco Rubio y, la concerniente a Asia Occidental al genocida Benjamín Netanyahu.

Donald Trump preside un imperio en decadencia y no busca el bienestar colectivo ni de su país ni mucho menos del mundo. El imperio que dirige y el país que preside están sumidos en una decadencia irrefrenable. Sin embargo, mantienen y mantendrán, por un largo tiempo, el poder de hacer daño, mucho daño.

*Sacha Llorenti, expresidente del Consejo de Seguridad de la ONU.

 

Imagen: archivo


Internacionales
2025-09-24T15:39:00

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