OPINIÓN
Trump y la ilegalización del antifascismo
26.09.2025
OTHER NEWS (Por Miquel Ramos* – Público.es) – “Antifa es un grupo militarista y anarquista que pide explícitamente el derrocamiento del gobierno de los Estados Unidos, las autoridades policiales y nuestro sistema legal. Utiliza medios ilegales para organizar y ejecutar una campaña de violencia y terrorismo en todo el país para lograr estos objetivos”.
Así empieza la orden ejecutiva que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, firmó el pasado 22 de septiembre. Ya lo había advertido tras el asesinato del ultraderechista Charlie Kirk hace unos días, a pesar de que el asesino nada tiene que ver con grupos de izquierdas. Pero qué importa eso, qué importa la verdad, si llevas tiempo construyendo un relato alternativo de los hechos y amoldando la realidad a tus objetivos.
Designar una organización que no existe como grupo terrorista, solo puede pasar en un contexto donde la fantasía se ha impuesto a los hechos. Y donde una gran parte de la ciudadanía está dispuesta a vivir en ella porque se siente más segura que enfrontando una realidad que le incomoda. Una mística que se ha instalado en la derecha global y que es el maná de su batalla cultural. Para ellos, hay una conspiración global encabezada por la izquierda, que supuestamente gobierna el mundo y que pretende destruir la familia, el orden natural, la biología, la convivencia y la nación. La izquierda, dicen, es la que promueve toda violencia política, la que odia a su propio país y a su gente, la libertad de expresión y la democracia, y que, además, está financiada por un titiritero que los maneja a su antojo. Y este, como no, es un judío (George Soros).
La hipérbole no es mía, es el relato que enarbola el presidente y gran parte de la extrema derecha, desde Rio de Janeiro hasta San Petesburgo, pasando por Utah, Ripoll, Madrid o Budapest. Muchos se lo creen. Otros, aunque lo repitan hasta la saciedad, ni siquiera se lo creen, y estoy seguro de que, en petit comité, se deben reír de sus seguidores por creerse semejantes chaladuras. No importa que los últimos intentos de golpe de Estado hayan sido protagonizados por estos mismos tras perder las elecciones, como vimos en el asalto al Capitolio de los EEUU o el fallido golpe de Bolsonaro contra Lula. Tampoco que la mayoría de las víctimas mortales por violencia política en los EEUU hayan sido obra de ultraderechistas. Ni que la mayor amenaza del terrorismo doméstico en USA durante años haya sido de los grupos de extrema derecha, tal y como reconocían sus propias agencias de seguridad, también en muchos países de Europa. Todo eso ya no importa. Todo es culpa de la izquierda.
'Antifa' es el acrónimo de 'antifascismo', no una organización. Cualquier persona que se considere demócrata, que defienda los derechos humanos y se oponga al autoritarismo, es antifascista. El antifascismo fue un consenso global tras la derrota de la Alemania nazi y sus aliados, al menos en el plano retórico y simbólico, con las cenizas de Auschwitz sobrevolando Europa.
Sergio Mattarella, presidente de la República italiana, recordó el año pasado en un acto en Bolonia que la Constitución de su país es antifascista. Lo es, dijo, porque «se fundamenta en la lucha por La liberación, origen de la libertad y de la democracia». Lo mismo advirtió unos años antes, recordando que la Resistencia antifascista que venció a Mussolini es el «gran depósito moral» de los italianos, «cuyos valores, son hoy más necesarios que nunca». Estas declaraciones se ubican más bien en lo simbólico de la propia configuración del país tras la Segunda Guerra Mundial, hoy gobernado por una heredera del fascismo como Giorgia Meloni. Algo no han hecho bien las democracias occidentales tras el nazismo y el fascismo, reivindicadas como fruto de aquella victoria, cuando sus herederos tienen hoy más poder que nunca.
La ofensiva de Trump contra este consenso democrático que fue el antifascismo es una declaración de intenciones sobre el mundo que pretenden imponer, despojado ya de todo compromiso con la democracia y sus fundamentos. El antifascismo es la garantía de la convivencia, de la diversidad y de la democracia, de todo lo que detesta el fundamentalismo y el autoritarismo que abanderan las nuevas derechas ya sin pudor. Y sí, el antifascismo se ha significado también en gran medida como anticapitalista, pues entiende que, si el fascismo pervive, es porque el capitalismo no ha tenido nunca ningún interés en acabar con él, sino más bien en instrumentalizarlo para garantizar su supervivencia. Algo que, tanto en los años 30 como en la actualidad, resulta cada vez más evidente.
Nada de esto sería hoy posible si, durante décadas, el establishment no hubiese estado caricaturizando el antifascismo como una tribu urbana violenta y criminalizándolo como un extremo tan detestable como el fascismo. Y eso no ha sido obra de Trump. Ha sido el mantra que se ha extendido para no reconocer que el fascismo nunca murió, para absolver a quienes lo mantenían y actuaban en su nombre, tan útiles para mantener el orden social capitalista como lo ha sido la Alt-Right y todos los grupos supremacistas blancos para que Trump llegase al poder. Una equidistancia que pretende encontrar una virtud inexistente entre el racismo y el antirracismo, entre el machismo y el feminismo, entre el odio y la solidaridad.
Hubo y hay un antifascismo más allá del plano retórico y simbólico, que ha sido un muro de contención contra una violencia brutal que se ha cobrado numerosas vidas, también en nuestro país. Un antifascismo que ha parado los pies a las bandas neonazis que sembraban el terror en las calles, que ha expuesto sus miserias y sus relaciones con el poder y que, al fin y al cabo, ha salvado vidas. Un antifascismo que incomodaba incluso a quienes decían detestar el fascismo, porque tomaba partido ante la indolencia institucional y la pasividad de la mayoría. Un antifascismo que ha combatido en soledad a un monstruo que la mayoría menospreciaba y creía anecdótico, y que hoy ha tomado de nuevo el poder. Un antifascismo que ha puesto el cuerpo, que se ha jugado el pellejo y que lo ha pagado caro por defendernos a todas y a todos. Que se lo digan a Guillem, a Carlos, a Clémént, a Pavlos, a Dax, a Heather y a tantos militantes antifascistas asesinados por haber tomado partido en esta lucha.
Trump usa 'Antifa' como un continente donde cabe cualquiera que le lleve la contraria, que le incomode o le muestre resistencia. Que nadie crea que esto va solo de un grupo de encapuchados que tira piedras. La persecución del fantasma 'Antifa' es el nuevo macartismo, una manera de señalar a movimientos como Black Lives Matter, a las campañas por los derechos LGTBIQ+, al feminismo o a la izquierda en general.
En un país donde las milicias armadas de extrema derecha campan a sus anchas, donde el KuKluxKlan sigue siendo legal, y donde los neonazis hicieron campaña por Trump, es normal que su presidente declare la guerra al antifascismo. La pregunta es dónde se van a situar quienes hasta ahora se ubicaban al margen de los supuestos dos extremos. Si creen que esto no va con ellos. Si van a volver a dejar solos a quienes nunca han dejado de señalar y combatir esta amenaza que hoy es más real que nunca.
*Miquel Ramos, periodista.
Imagen: The All-Nite Images (Wikimedia)
Other News
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias