PALABRAS
Discursos presidenciales en democracia
02.03.2020
MONTEVIDEO (Uypress) - Textos completos de los discursos de los presidentes electos ante la Asamblea General del Poder Legislativo, los días 1 de marzo, en la ceremonia de declaración de fidelidad a la Constitución, desde la recuperación de la democracia en 1985.
El más prolongado, el de José Mujica con 4.888 palabras y el más breve, el del doctor Tabaré Vázquez con 2.503 palabras.
Comenzamos por el discurso del Presidente Luis Lacalle Pou pronunciado en el día de ayer 1 de marzo de 2020 (2.807 palabras).
Señora presidente de la Asamblea General, Beatriz Argimón, señor expresidente de la República y senador Julio María Sanguinetti, señor expresidente y senador José Mujica, señor expresidente y querido padre, Luis Alberto Lacalle Herrera, señora presidente de la Suprema Corte de Justicia, jefes de Estados de países amigos, a los cuales les agradezco que nos estén aquí acompañando, delegaciones oficiales de todos los países presentes, legisladores, autoridades del Poder Judicial, militares y religiosas.
Querida familia, madre, hermanos, Loli, Luis, Violeta y Manuel, fuente de amor y sostén permanente, amigos y amigas, uruguayos todos, en cualquier ciudad, en cualquier pueblo y en el medio de la campaña.
Por séptima vez consecutiva el Uruguay se apresta a vivir un cambio de mando entre dos presidentes electos por el pueblo. Los siete presidentes desde la vuelta a la democracia han cumplido su mandato. Tres partidos políticos distintos se han sucedido en el ejercicio del Poder Ejecutivo. Y a lo largo de estos últimos 35 años, la Constitución ha tenido plena vigencia.
Hemos sido reconocidos como una de las democracias más plenas del mundo. Somos herederos de una larga historia y tenemos la responsabilidad de cuidarla y continuarla.
Uruguay, nuestro país, nosotros somos una gran nación construida por mucha gente de muchas ideologías, aun antes de ser Estado. Somos conscientes de esto y por eso sentimos una enorme responsabilidad sobre nuestros hombros.
En democracia, a los gobernantes los elige, los exige y los cambia la gente. Por esta razón, la base última y fundamental es una ciudadanía comprometida y responsable, que ejerce sus derechos y asume sus obligaciones. A la democracia uruguaya la construyen quienes votan cada cinco años, eligiendo de manera libre y soberana a quienes van a representarlos.
La construyen los militantes políticos y sociales, que dejan el tiempo de su vida para la causa común. La construyen los profesionales de la comunicación, que nos suministran información y alimentan el debate público. La construyen los docentes, que ayudan a las nuevas generaciones a ejercer ciudadanía y perseguir sus proyectos personales. La construyen también los intelectuales y los agentes culturales, que nos ayudan a entender el sentido profundo de nuestras decisiones.
La construyen quienes trabajan, quienes emprenden, quienes producen, quienes comercian, porque ellos son los que aseguran la base material necesaria para que podamos cumplir nuestros sueños de libertad, justicia y oportunidades.
La construyen los funcionarios públicos en cada rincón del país, que ayudan a sostener esa gran estructura que es el Estado, que debe estar al servicio de la gente. La construyen los policías, que mantienen el orden, y los militares, que cumplen sus funciones en estricto respeto al poder civil.
Hay que tener siempre presente que somos inquilinos del poder. Inquilinos transitorios. Debemos recordar que somos los empleados de los ciudadanos y estamos para servirlos. La política y el Gobierno son, al fin y al cabo, eso, servicio.
Y por eso el Gobierno que hoy empieza pretende, con sus empleadores, tener una relación transparente, de comunicación constante, para poder generar confianza.
Hoy estamos ante un momento de cambio político. Es la primera vez en la historia que el gobierno será ejercido por una coalición compuesta de cinco partidos políticos. Y, obviamente, como todo lo nuevo, genera incertidumbres y se hace camino al andar.
Son los ciudadanos los que empiezan los cambios, y ese comienzo se manifiesta en una voluntad popular y la deposita sobre los hombros de los políticos. Y esta vez la ciudadanía nos dio un mensaje claro, contundente, dijo: "Es necesario un cambio. Pero un cambio acompañado de acuerdos".
Es hora, entonces, de cumplir con la voluntad popular. Se terminan hoy los tiempos de los discursos. Por supuesto que el diálogo constante con los partidos políticos que no forman parte de nuestro Gobierno y con todas las organizaciones civiles. Pero, enseguida del diálogo, la acción. Si la gente eligió un cambio, es para la acción y para la transformación de la cual nos vamos a hacer cargo.
Hace mucho tiempo que quien habla sostiene -y creo representar al resto de los miembros del Gobierno- que no tenemos complejos refundacionales, que aquí no se trata, en la transmisión de mando, de tierra arrasada. Hicimos campaña de una manera y la vamos a practicar en el Gobierno. Nos negamos a que esta nueva etapa sea cambiar una mitad por la otra de la sociedad. La unión es lo que nos piden los uruguayos.
Por eso estamos aquí, para continuar lo que se hizo bien, para corregir lo que se hizo mal y, sobre todo, para hacer lo que no se supo o no se quiso hacer en estos años. Sumado a eso, en este cambio de época, en el cual la transformación constante nos obliga al desafío de acompañarla o incluso tratar de adelantarse.
El Gobierno que hoy comienza carga con un compromiso electoral, un compromiso electoral que es un contrato con los orientales; es un contrato basado en un diagnóstico de la realidad nacional y, además, un conjunto de medidas concretas que ofrecimos a la ciudadanía.
En ese entorno es que, lamentablemente, la situación económica se ha deteriorado. La inversión ha bajado y más de 50.000 uruguayos han perdido su empleo. Este es un problema de la sociedad, por supuesto, pero también es una tragedia individual y familiar para muchos uruguayos. La cifra de desempleo es las más alta en los últimos años.
Debemos actuar sobre los costos de producir, de comerciar, de industrializar y de prestar servicios. Debemos iniciar urgentemente una recuperación de la competitividad nacional. Por eso, tenemos un compromiso ineludible con mejorar la calidad y el precio de los servicios públicos, ordenar adecuadamente los recursos humanos del Estado, generar un apoyo directo a las micro, pequeñas y medianas empresas y generar apertura de mercado en mejores condiciones para nuestros bienes.
Al mismo tiempo debemos mejorar la situación fiscal. Esta luce muy deteriorada. El déficit fiscal de nuestro país es el más alto de los últimos 30 años, y todos sabemos aquí que el ciudadano ya ha hecho el esfuerzo; un esfuerzo grande, para sostener el gasto público y el aparato estatal.
Este Gobierno tiene un compromiso de manejarse de manera austera. Cuidaremos cada peso de los contribuyentes. Por esta razón, señoras y señores, desde el inicio del período impulsaremos una verdadera regla fiscal. Además, crearemos la Agencia de Evaluación y Monitoreo de las Políticas Públicas, que ayudará al seguimiento de procesos en tiempo real, para optimizarlos y eventualmente corregirlos.
Por otra parte, es inminente una reforma de la seguridad social. El Gobierno saliente definió su urgencia, pero no la acción, y nos comprometemos, a la brevedad, de convocar a todos los partidos políticos, a toda la sociedad civil, y a los técnicos idóneos en la materia, para, urgentemente, teniendo en cuenta la expectativa y la calidad de vida modernas, hacer del sistema de la seguridad social un sistema sostenible.
Nuestro país atraviesa por una crisis de seguridad humana. No tenemos dudas de que estamos ante una emergencia. El presupuesto en seguridad pública se ha multiplicado por cuatro desde el año 2005, y, a pesar del enorme gasto, el deterioro es cada día mayor.
Por eso es que mañana mismo, como lo dijimos durante la campaña, conjuntamente con el ministro del Interior, en la Torre Ejecutiva a las nueve de la mañana convocaremos a todas las jerarquías policiales del país, para darles instrucciones claras respecto a la estrategia y a la táctica que vamos a llevar adelante para cuidar a la enorme mayoría de los uruguayos, que se sienten desprotegidos.
El Gobierno pretende introducir cambios en materia penal, en materia del procedimiento penal, y en las herramientas al alcance de la Policía. Apoyo legal y apoyo moral a los uniformados de azul. Vamos a cuidar a los que nos cuidan.
No estamos dispuestos a ceder territorio a la delincuencia, al narcotráfico, y vamos a perseguir el abigeato que desuela gran parte del interior de nuestro país. Vamos a recuperar el control de cada rincón de nuestra patria y también de las cárceles.
Por supuesto que en el centro y en el fondo, están allí las causas de la exclusión social. Hace muchos años que enfrento una batalla con Hobbes, porque no doy el brazo a torcer: el hombre no es el lobo del hombre. El hombre es un ser que vive en paz y debe cuidar a sus semejantes. Lo que sí es cierto: que atravesamos en muchos lugares de nuestro país procesos de anomia, en los cuales la ausencia o conflicto de normas, de alguna manera, distorsionan las relaciones pacíficas.
Estos años han sido también un período de retroceso en nuestra enseñanza. Pese a las grandes cantidades de dinero invertido, nuestro país pasó de estar a la vanguardia de América Latina a estar entre los más atrasados en el porcentaje de jóvenes que culminan la educación media.
A esto se suma que no hemos podido mejorar la calidad del aprendizaje de aquellos que siguen asistiendo a clase, y la falta de buenos resultados en la educación se convierte rápidamente en una fractura social.
Quienes no acceden a una educación de calidad no tendrán oportunidades de trabajo de calidad en el futuro próximo y, por eso, como lo dijimos en campaña electoral, como lo manifestamos en el borrador de la ley de urgente consideración, vamos a proponer un cambio en la gobernanza de la educación para hacerla más ágil y efectiva.
Con las nuevas autoridades de la educación, vamos a impulsar cambios en el funcionamiento cotidiano de los centros de enseñanza, para así poder fortalecer auténticas comunidades educativas. Para eso, hay que trabajar en el involucramiento de docentes, alumnos, familia y la comunidad local.
Es ineludible el compromiso de que cada alumno consiga superar debilidades preexistentes para poder generar un horizonte de oportunidades. Debe haber un cambio en la currícula y, al mismo tiempo, innovar en materia de métodos y modalidades de supervisión. Todo esto, por supuesto, se va a llevar adelante en el más estricto respeto a la autonomía de los entes de la enseñanza.
Relacionado con el tema educativo, Uruguay tiene un enorme desafío en lo que refiere a la innovación. Tanto el Estado como el sector privado han hecho un camino interesante. Estamos necesitando un salto cualitativo y cuantitativo en este tema. Las tecnologías de la información y la comunicación están presentes en cualquier actividad de nuestras vidas, aun en las más básicas, como el sector agropecuario, donde el valor agregado muchas veces tiene un componente innovador.
Tenemos un sueño que no está lejos de convertirse en realidad, que es convertir a nuestro país en un centro internacional de inversión y formación en las TIC (tecnologías de la información y la comunicación). En ese sentido, debemos, como decíamos anteriormente, modificar la currículaeducativa, con la introducción fundamental de habilidades y conocimientos en ciencia, tecnología, ingeniería y matemática, y, al mismo tiempo, impulsar, aún más las carreras terciarias relacionadas a la ciencia, la investigación y la tecnología. Sabemos que hay una posibilidad inminente de que universidades del mundo vengan a complementar el sistema educativo en esta materia, tecnología, información y comunicación, que pueden significar un fuerte apoyo para la necesaria descentralización demográfica y económica de nuestro país.
Uruguay padece un desequilibrio poblacional entre las zonas metropolitanas y el resto del país, que se agrava en otros lugares. Claramente, esta migración tiene un contenido económico, un componente educativo y sanitario, sumado al confort necesario de esta nueva época. Nuestro Gobierno va a potenciar todos los instrumentos que tenga al alcance para estimular la radicación de inversiones en el interior del país.
Al mismo tiempo, tenemos un compromiso de fortalecer la red educativa, contando para ello con las formas tradicionales, así como también con la herramienta de la educación a distancia.
El centralismo está dado también por el sistema de transporte y de logística de nuestro país. En ese sentido, estamos convencidos de que un Sistema Nacional de Puertos que tenga en cuenta las fortalezas y las necesidades va a ayudar a ese desarrollo de las distintas regiones. Estamos comprometidos con hacer viable la hidrovía del río Uruguay, que va a generar un fuerte alivio en el costo de traslado de bienes. No descartamos tampoco la posibilidad del puerto en el este del país, utilizando ríos y lagunas, así como tampoco queremos desaprovechar el puerto de La Paloma, en Rocha.
Con el debido análisis del tránsito futuro de mercaderías y también apostando al estímulo de algunas zonas del país, tenemos el compromiso de fortalecer algunos ejes viales, como, por ejemplo, el eje de la ruta 6. Nuestro Gobierno tiene asumido un compromiso claro con cerca de 190.000 uruguayos, que, a pesar de la bonanza económica de estos años, viven en asentamientos. Sabemos que ese tema no se resuelve en cinco años, pero es fundamental mejorar y acelerar las soluciones habitacionales para estas familias.
La vivienda popular va a tener prioridad en nuestra gestión, recurriendo a todos los mecanismos legales y a las técnicas de construcción que tengamos a nuestro alcance. El Gobierno asume hoy un compromiso ético con las generaciones actuales y con las futuras. No podemos seguir mirando para el costado mientras nuestro medioambiente continúa deteriorándose. Vamos a jerarquizar el tema, creando un ministerio específico. Vamos a acelerar la puesta en práctica de procesos amigables con el ecosistema. Premiaremos a los que ayudan a mitigar la acción humana y seremos severos con aquellos que contaminan el ambiente. Urge tener un diagnóstico acabado de la calidad de nuestras aguas y actuar en consecuencia.
No quiero dejar pasar el día sin referirme al Uruguay internacional, a las relaciones exteriores. Este mundo, en el cual el dinamismo moderno, en el cual la política, median claramente entre la oferta y la demanda, nos obliga a actuar rápido y claro.
Hay que fortalecer la región, el Mercosur y, al mismo tiempo, lograr flexibilizar el bloque para que cada socio pueda avanzar en procesos bilaterales con otros países. Debemos terminar los procesos e internalizar el tratado firmado por Uruguay y el Mercosur con la Unión Europea.
Los procesos iniciados deben terminarse, si no se terminan, generan descreimiento. No debe importar el signo político de cada uno de los miembros del Mercosur. Para afianzar nuestros intereses en común, debemos dejarlo de lado reducido a las cuestiones particulares de cada país. Si dejamos de lado estas cuestiones ideológicas que nos pueden diferenciar, el bloque se va a fortalecer en el concierto internacional.
Señoras y señores, hoy asume un Gobierno, un presidente, que se compromete a respetar el derecho de todos: el derecho de quienes tienen simpatía por nuestro Gobierno y el de aquellos que hubieran preferido que gobernaran otros; los derechos de quienes viven de su trabajo y los derechos de quienes generan esos puestos de trabajo; los derechos de hombres y mujeres de distintas creencias y orientaciones sexuales; los derechos de quienes están presos y los derechos de quienes se ven amenazados o son víctimas de delitos. Por supuesto que también los derechos de aquellos que combaten el crimen; los derechos de aquellos que no se animan a dejar su casa sola y los derechos de quienes no tienen una casa para vivir; los derechos de aquellos que se unen para reclamar en organizaciones de trabajadores o de empresarios y los derechos de aquellos que, lamentablemente, no tienen voz; los derechos de aquellos que sufren estrechez en la vejez y los derechos de quienes ahorran para no sufrirla, los derechos de aquellos que padecen una discapacidad y los derechos de su familia para poder atenderlos.
A un país, a nuestro país, lo hace grande su gente. Le corresponde al Gobierno generar herramientas, oportunidades, ser justo y asegurar la convivencia pacífica. Dentro de cinco años, podrán evaluar los uruguayos nuestro desempeño. Estamos convencidos de que si al final del período los uruguayos son más libres, habremos hecho bien las cosas, de lo contrario, habremos fallado en lo esencial.
Permítanme, entonces, invitarlos a trabajar por la libertad en todas sus formas: la libertad de poder vivir en paz, la libertad de poder elegir un trabajo digno, la libertad de poder darle un techo a la familia, la libertad de poder perseguir los sueños personales, porque se cuenta con las herramientas para hacerlo; la libertad de expresar las ideas de cada uno sin temor a ser hostigado por quienes piensan distinto, la libertad de crear, de innovar, de emprender y de tender a la excelencia; la libertad de criticar al Gobierno cuando se lo merezca, la libertad de buscar la felicidad de cada uno de nosotros por los caminos que cada uno elija recorrer.
Esta es la tarea del Gobierno que hoy empieza. Y conducir esa tarea es la función del presidente de la República. Nos hemos preparado para este desafío. Lo asumimos con conciencia y también con mucha confianza. Llegó la hora de hacernos cargo, llegó la hora de hacerme cargo. ¡Viva la patria!
Discursos de los otros 7 presidentes por orden cronológico.
1985 Julio María Sanguinetti (4.560 Palabras)
Señor Presidente: La declaración de fidelidad constitucional que acabamos de prestar el Vice Presidente y el que habla, constituyen sin duda para nosotros el más alto, elevado y solemne compromiso que un ciudadano puede asumir en la República. Nada hoy más honroso que asumir ese compromiso porque ningún destino hay más elevado y alto para un republicano que el velar y cuidar esa Constitución. Sin embargo, no sentimos que esa fidelidad deba ser simplemente una actitud pasiva; no basta simplemente con comprometernos a no agredir la Constitución; se trata de que la constitucionalidad sea una voluntad que desarrollemos activamente. Nada nos compromete más que ello. Todos los pasos, toda nuestra voluntad, toda nuestra energía va a estar volcada a ese supremo y superior objetivo. Esta República que nació para la democracia ha vivido once años de gobierno de facto y ello no ocurrirá más no sólo porque el Presidente respetará la Constitución, sino porque todos los uruguayos las vamos a defender y haremos de ello un haz de voluntad y energía, que hará de ello una gran causa nacional, la gran causa que nos convoca desde el día en que nació este país. Para el Uruguay la democracia no es simplemente una institucionalidad, no es simplemente un conjunto armonioso de instituciones jurídicas, no es simplemente una arquitectura política. Ortega decía: Hay verdades del destino y hay verdades teóricas. Las verdades teóricas nacen de la discusión, nacen de la razón, se nutren de ella, viven de la discusión, se vigorizan con la discusión. Hay otras verdades que son verdades de destino, esas no se discuten; se asumen porque esa es la identidad propia, eso se es o no se es y eso está antes de lo que se discute. Y para nosotros los Uruguayos la democracia es una verdad de destino, es un destino irrenunciable, es algo que se asume o no se asume y que si no se asume es el riesgo de la falsificación, y si se asume es el único modo de poder decir que se es ciudadano de esta República, de esta República que antes de ser un estado que antes de tener una frontera, que antes de tener un pabellón nacional, ya era una democracia. Porque aquel pueblo artiguista en los campamentos, aquel pueblo artiguista siguiendo al éxodo de resonancias épicas, aquel pueblo artiguista que era una expresión de democracia que decía aquellas cosas con las cuales nos hemos criado y educado, aquel pueblo ya fue una democracia en marcha, ya fue una democracia espontánea y ya fue una democracia asentada antes de que existiera mismo nuestro estado. Para nosotros la democracia entonces, no es un sistema político, es nuestro país mismo, es nuestra razón de ser, es nuestra filosofía de vida, es nuestra razón de existir, es el sentido de nuestra lucha y a ella volcaremos todo nuestro esfuerzo. Son cinco años difíciles, todos lo sabemos; cinco años muy duros en los cuales tendremos muchas veces encuentros y desencuentros, discusiones, contradicciones y todas las acechanzas que siempre amenazan a esta democracia, que tiene en su debilidad su fortaleza y en su fortaleza su propia debilidad. Sí; sin ninguna duda tendremos años duros, pero el objetivo siempre deberá estar allí. Y esta Asamblea, cuando más de una vez pueda no entender mis pasos o los actos de Gobierno, sienta y sepa que siempre estarán inspirados en ese objetivo y en ese superior propósito. Deseamos hacer lo más que podamos en todos los terrenos del desarrollo económico y de la justicia social; pero por encima de todo, siempre ubicaremos la prioridad constitucional y democrática a la que trataremos de servir con devoción fanática, porque ese es el único dogma que puede tolerar la democracia o sea el dogma de ella misma, la creencia en ella misma, la fe en ella misma. Naturalmente, sabemos bien que hoy estamos rescatando la forma, que estamos rescatando la arquitectura jurídica en la cual se asienta la democracia; pero también sabemos que viene ahora, mañana mismo, el desafío de los contenidos. En la democracia las formas son importantes porque su garantía radica en ellas, y esas formas son, en definitiva, la sustancia de la democracia; pero también sabemos que el reclamo de los contenidos empieza mañana mismo, porque la democracia no se puede detener en la formalidad jurídica sino que también se debe proyectar al terreno social. Si bien debemos luchar por la libertad política, también debemos hacerlo por una sociedad más justa, que sea a la vez el asiento y el sostén mismo de la libertad. Por supuesto, todo eso lo haremos y lo tendremos que hacer. No es tarea del Gobierno ni tarea exclusiva del Presidente alcanzar estos objetivos; eso tendremos que hacerlo entre todos, y lo tiene que hacer el país entero, y lo tiene que hacer la armoniosa relación entre los Poderes de Gobierno. Estoy seguro que esta Asamblea General tendrá el espíritu de comprensión necesario, para que nuestras disensiones nunca lleguen al punto en que puedan comprometer o debilitar las instituciones, sino que se detengan en el momento mismo en que sea necesario afianzarlas, porque aquellas son la expresión de este pluralismo que tiene que existir, porque no hay democracia en la unanimidad. Esta misma Asamblea General es reflejo fiel a esa diversidad de opiniones a la que aludo. ¡Pobre país y pobre democracia si no existiera esa diversidad!. Pero esa diversidad y ese pluralismo los tenemos que conjugar en una armoniosa relación entre los Poderes, que tienen que marchar juntos en los que sea la defensa de la institucionalidad y la superación de una crisis muy honda como la que vivimos. Todos sabemos que América está atravesando la crisis más profunda de este siglo. Hasta hace un tiempo ello podía discutirse, pero hoy sabemos que la crisis del 29 no es comparable a ésta que ésta es más profunda y que en la particularidad de nuestro país, además, es mucho más profunda aún. La República está atravesando por una situación dramática desde el punto de vista económico y de ninguna manera se puede endulzar esa realidad. Sabemos que en los tres últimos años, este país ha perdido el 15% de su Producto; que el Estado central paga más por interese que por sueldos, que si este país pagara hoy los compromisos de vencimiento de su deuda externa y los intereses que tiene que abonar en 1985, gastaría el 90% de lo que percibiría por sus exportaciones. Con el 10% restante no tendría siquiera la posibilidad de adquirir el petróleo que necesita para apenas empezar a andar y por supuesto, estaría muy lejos la posibilidad de adquirir materias primas que precisa para su sustento. Todo esto nos marca los límites y las carencias materiales que tenemos por delante. A su vez, nuestro país viene pagando el enorme precio de un ajuste en los tres últimos años que tiene tremendas consecuencias. Sabemos que ello tiene una consecuencia social que se traduce en una reducción de salarios, que unos podrán estimar entre un 35% y un 38% y otros en un 50%, pero que en todo caso es una profunda herida en el ingreso nacional. Si sumamos a ello el fenómeno de la desocupación, tenemos en los tres últimos años la masa global de salarios que paga el país, se redujo en un 45%. ¡Cuántos límites, señores! ¡Cuántas asechanzas entonces para la democracia!.¡Cuántas carencias¡ todo esto lo tendremos que enfrentar juntos. Naturalmente que no será posible lograr un milagro, pero debemos comprometer el esfuerzo. Debemos ser muy conscientes de todos los límites y carencias que tenemos por delante, para no dejarnos ganar por optimismos fáciles; pero, a la vez, también debemos asumir y medir la magnitud de nuestros compromisos. Son límites y carencias muy grandes y eso va a requerir un enorme esfuerzo de todo el país que no puede enfrentar esa situación con el retroceso económico, de un país que sólo puede encontrar la posibilidad de avanzar en un crecimiento justo. No es posible pagar la deuda externa sobre la base de un reajuste recesivo o aún mantener la economía en niveles de estancamiento. Esto se ve muy claramente por los números que acabo de señalar, que son algunos de los tantos que podríamos proporcionar para medir la magnitud de la crisis. Si tenemos en cuenta esos números, no es posible pensar en pagar la deuda externa sino a través del crecimiento de una economía que se tiene que empezar a reactivar. Por supuesto, esto es siempre difícil de lograr. Todos sabemos muy bien que estabilizar sin el riesgo de la recesión o que reactivar sin el riesgo de la inflación, en definitiva es quizás el nudo sin el cual no habría doctrinas económicas, porque sería muy sencillo manejar esos fenómenos si tuviéramos la fórmula para administrarlos. Entonces, tendremos que lanzarnos a la reactivación tratando de administrar una inflación para que ella nos se transforme en un mal económico ni en el mal social que es y, en definitiva, en sea semilla perversa que empieza a desgastar las instituciones al crear el desasosiego general y una pugna distributiva que luego se hace muy difícil de administrar. Quizá allí esté lo más difícil de nuestro desafío, quizá allí estén las mayores carencias del país; pero allí es, también, donde tendremos que demostrar la disciplina social y la imaginación para salir adelante y para que este país pueda lograr un esquema económico que lo permita alcanzar un desarrollo más justo. Para ello nuestra República no sólo requiere del esfuerzo de sus hijos sino también de la comprensión del mundo. Este país que fundamentalmente ha crecido, siempre, a lo largo de su historia, através de sus exportaciones y de su búsqueda de mercados internacionales -eso es lo que ha ocurrido en el siglo y medio de su vida independiente-, debe volver a hacerlo ahora con redobladas energías. Y aspira a hacerlo en amistad, cooperación y desarrollo con todos los pueblos y estados del mundo sin exclusiones ideológicas ni restricciones de ningún tipo. Piensa y quiere hacerlo buscando la cooperación donde ella esté con espíritu de solidaridad y sin condicionamientos. Por supuesto, nuestro accionar primero se debe dirigir aquí, a nuestra América, a nuestro hemisferio, a nuestra cultura, a nuestra América Latina que exporta once mil millones de dólares de alimentos e importa veintiún mil millones de dólares por el mismo concepto: que exporta cuarenta y ocho mil millones de dólares de petróleo e importa veintiséis mil millones de dólares de petróleo. En estas cuatro cifras que acabo de citar, América Latina muestra cuáles son sus desencuentros; estamos comprando lo que estamos exportando, estamos adquiriendo afuera lo que estamos produciendo aquí, en un comercio que es responsabilidad nuestra no haber sabido organizar en condiciones más justas para tener más independencia. Y si muchas veces no lo hemos podido hacer por los intereses de afuera también fue por nuestra debilidad de adentro. Las asechanzas de los intereses de afuera no las 'podemos administrar, pero sí tenemos que administrar nuestra voluntad política. Y es sólo por falta de voluntad política que, en definitiva, no hayamos podido lograr que todos nuestros alimentos y todo nuestro petróleo - que los tenemos a nuestro alcance- estén organizados para un comercio más justo. Naturalmente que haya una política latinoamericanista no es, por cierto, pensar en términos excluyentes para el resto del mundo. Todo lo contrario. Estos países que somos hijos y atributarios de las culturas europeas, sentimos por ellas siempre el mismo fraternal espíritu porque los sentimos en nuestras raíces, en nuestra cultura, en nuestro modo de ser y en nuestros hábitos; y de todos ellos precisamos tecnología, ciencia, pero por encima de todo precisamos comprensión, para que se entienda que este pequeño país, que hizo mucho en el pasado aspira a hacer mucho también en el futuro; y que este país aspira a hacerlo, no con sueños de potencia, sino simplemente con una voluntad de justicia, tratando de dar más a sus hijos, de luchar por más paz y de crear el ámbito para que estos pueblos de América, que tantos infortunios han sufrido, puedas caminar por senderos más luminosos y serenos. Aspiramos a que todo esto se emprenda y a toda esa comunidad internacional le señalamos ahora nuestro problema para que piense en él. Hoy también tenemos - y creo que con esto interpreto el sentimiento de todos los uruguayos- que agradecer a esa comunidad internacional lo que ha sido su conducta y su actitud en estos años, así como su permanente solidaridad par con nosotros y para con la causa de la democracia uruguaya. A todos, nuestro agradecimiento y nuestro reconocimiento por esa solidaridad que fue importante para nosotros en horas de deseencuentro, en horas difíciles y duras. Hoy estamos en otro momento, en el que, junto a ese agradecimiento y reconocimiento, está también nuestro planeamiento, nuestro reclamo, que no es de una dádiva, sino simplemente expresión de una realidad, para que si nos hermanan los ideales democráticos también nos pueda hermanar una voluntad de cooperación para desarrollarnos y para que, en definitiva, podamos luchar por constituir un mundo más justo, que es la aspiración y la ambición de todos nuestros pueblos sin excepción. En ésta, sin duda, una vasta empresa; es ésta, sin duda, una empresa dura y difícil. Tendremos que luchar con muchas fuerzas en el mundo y con muchas fuerzas adentro, porque la democracia tiene también dentro de sí, en su diversidad y en su pluralismo, las debilidades de los humanos, de ese ser humano que tiene tantas posibilidades creativas y también tantas debilidades que proyecta hacia el conjunto de la sociedad que nada refleja tanto como la propia democracia, que es la síntesis de lo que son los sueños, las ambiciones, las realidades, las debilidades y fortalezas de los seres humanos, con su misma fuerza, pero también con sus mismas debilidades y flaquezas. Por todo ello tendremos que luchar a partir de un país unido, de un país unido en la diversidad, de una país que vuelve a reencontrarse consigo mismo. Este país ha atravesado once años de dictadura y dos décadas de desecuentros. Es la hora de que busquemos no sólo la superación de la situación de dictadura -que estamos superando en este mismo instante-, sino de que luchemos, también por esos tiempos de reencuentro que tienen que venir y que son nuestra única arma y nuestra única fortaleza. Dentro de pocos instantes enviaré a este Parlamento un proyecto de ley que hemos titulado de Pacificación Nacional, en el que se incluyen la ratificación de la Convención de San José de Costa Rica sobre Derechos Humanos, en el que reconocemos la internacionalidad de los derecho humanos y la jurisdicción internacional al respecto, en el que hacemos una propuesta sobre una amnistía que entendemos debe ser tan generosa como necesaria para el país, en el que proponemos algunas modificaciones del Derecho Penal Común y en que proponemos la creación de la Comisión del Reencuentro y de la Repatriación para que se dedique a ese tema tan vital para todo el reencuentro de la familia uruguaya. Podremos tener diferencias de matices, pero no es ésta la ocasión ni el momento para discutirlas. Simplemente digo que ésa es una expresión honesta de nuestra voluntad de pacificación y de nuestra convicción de que el país precisa una amnistía. Ella tendrá que llegar hasta donde, en definitiva, decidamos que debe llegar, pero debe ser rápida y oportuna para que cumpla su efecto pacificados; y, fundamentalmente, siendo un problema ético de la sociedad, no debe ser el objeto de la explotación política ni de la especulación política de nadie porque siempre, necesariamente, en estas cosas, puede surgir esa tentación y todos, por igual, debemos preservarnos de ella para encontrar, con espíritu fraterno, un camino de solidaridad que a todos nos reencuentre y que sea el primer paso, el primer mojón, el primer cimiento de un Uruguay reencontrado, en el cual el pueblo empiece a sentir vibrar en su ser la unidad nacional a través de la unidad de sus dirigentes, en la discusión, en la controversia, pero también en la búsqueda de la solución inteligente que sume todos nuestro esfuerzos. Señor Presidente: dentro de pocos minutos también asumiré el Comando Supremo de las Fuerzas Armadas, y ello importa un compromiso muy solemne, un compromiso que asumo con toda la cabalidad de la responsabilidad que ello supone, pero también con alegría de espíritu, sin enojos ni rencores para nadie. Puedo decir a este Parlamento que esas Fuerzas Armadas van a ser conducidas para la defensa constante de la Constitución. Esas Fuerzas Armadas tendrán que vivir, naturalmente, el proceso siempre difícil, que no podemos ignorar del pasaje de un gobierno de facto en el cual han ejercido todo el poder, a un gobierno democrático en el cual estarán subordinadas a los poderes legales. Quiero decirles que ejerceré ese Comando con serenidad de espíritu, sin espíritu de revancha con respeto para una institución que por ser una institución del Estado debe tener toda la dignidad del caso pero cuya dimensión de dignidad se alcanza en lo que es la superior virtud del soldado, que es la defensa de la soberanía nacional y de la Constitución, sin la cual las armas pierden su sentido. Tengo la certeza de que voy a contar, y de que la democracia uruguaya va a contar, con la lealtad de los oficiales de los institutos armados y de los institutos policiales. Muchas veces tendremos que discutir estos temas. Creo que todos los tendremos que discutir sin prejuicios y mirando hacia adelante, con una gran honradez de espíritu. Les digo, entonces, que en el ejercicio de ese Comando Supremo vamos actuar con toda la serenidad y con toda la firmeza que el mando republicano supone, sin estridencias innecesarias, pero con la firmeza suficiente como para que el país pase de una etapa de autoritarismo a una etapa en la cual todos sintamos que podemos volver a vivir con tranquilidad, porque allí está -diría- la clave en la que se asentará todo. Tenemos que desterrar el temor, tenemos que desterrar el miedo, tenemos que desterrar ese sentimiento que es el que más corrompe el espíritu humano y que tanto hemos experimentado estos años. Tenemos que desterrar el temor y para ello hay que desterrar también su paternidad que es la violencia esté donde esté y salga de donde salga. Para que no haya temor no deber haber violencia, y cuando hablamos de violencia no nos estamos refiriendo solo a la bomba o a la metralleta, sino a las mil expresiones de violencia que existen, de esa violencia que a veces se tiñe de matices ideológicos y que puede desembocar en la coacción o, simplemente, en el irrespeto de alguien por la opinión de otro o en el irrespeto del ciudadano por la conducta del otro. Solo en esa actitud de respeto y matando así esa semilla, es que podremos construir una sociedad sin temores como tradicionalmente fue esta sociedad uruguaya. ¿Qué es lo que más nos perfiló y distinguió? ¿Qué es lo que nos hizo sentir mas uruguayos en los tiempos en los cuales forjamos nuestra personalidad todos los que estamos aquí? Ese sentimiento que a veces la nueva generación que hoy se aproxima a la vida no entiende cuando nos oye hablar, que no nos comprende cuando nos referimos a un Uruguay que a ellos les cuesta entender, aun Uruguay sin temor, sin autoritarismo, en el que cualquiera podía entrar a cualquier lugar sin sentir que el adversario político era un enemigo personal, sin sentir que el que pensaba distinto era alguien con quien había necesariamente que enfrentarse. Ese fue el mejor perfil, el perfil sustancial de este país que ha nacido para la tolerancia, que es hijo de ella y que le va en ello su identidad nacional ¿Qué es esta República sino la Confluencia de la inmigración? ¿Qué es esta República sino la raíz hispánica mezclada luego con la aluvión italiano? Qué es este país sino a través de esas dobles identidades latinas la hermandad con pueblos con los que hoy tenemos fronteras, pero que un día no las tuvimos porque éramos exactamente los mismos en aquella América aluvional que emergía a la independencia hace un siglo y medio. Quizá nadie lo pueda decir mejor que nosotros que fuimos una frontera seca, manzana de discordia en la lucha entre los dos grandes imperios que crearon la cultura de América del Sur. ¿Qué fuimos nosotros sino una manzana de discordia, una pugna constante entre el imperio portugués y el español? Fuimos un pueblo de frontera; quizás por eso mismo fuimos también un pueblo de tolerancia. Por eso aquella España y aquella Italia que vino más tarde pudieron un día acoger a hombres y mujeres de todos los horizontes del mundo que están en nuestra sangre, en nuestra cultura y que vinieron buscando aquí libertad religiosa o espiritual, tolerancia o simplemente un lugar donde vivir y trabajar. Y así vinieron los suizos, los valdenses, los franceses, los armenios, los judíos, y todos quienes fueron configurando este ser nacional que no se basó en la raza ni tampoco en una expresión geográfica que le estableciera su configuración. Un país de limites como fue esto no podía serlo. La identidad nacional para nosotros fue un valor cultural, un valor político y cultural. Los uruguayos fuimos eso, una expresión de democracia dentro del Río de la Plata. Esa también es nuestra definición internacional. Somos uruguayos porque creemos en la libertad, en el igualitarismo y en la tolerancia civil y religiosa, somos uruguayos porque creemos que nadie es más que nadie ante la Ley; somos uruguayos porque no tenemos viejos sueños aristocráticos; somos uruguayos en nombre de esa identidad. Nunca han sido sueños de potencia ni de grandeza material los que puedan haber envenenado, el espíritu de nuestro pueblo en el cual jamas fructificó la semilla de odio, porque a todos quisimos siempre Nuestros vecinos, con los cuales fuimos parte del mismo ser, saben que en este país existe un siglo y medio de existencia pacifica identificada con ellos y que hoy se quiere identificar aún más para consolidar para constituir nuevamente el mismo ser nacional que fuimos más allá de lo que sean nuestras respectivas soberanías. Sabemos que tenemos que desarrollarnos en la única potencialidad liberadora que nos hará grandes, en una soberanía no entendida en el viejo marco estrecho de límites detrás de los cuales se mira al del otro lado como un enemigo, sino como una soberanía colectiva que a través de una integración económica nos perita dar más justicia a nuestro pueblo y nos haga más grandes. Esta es la identidad del Uruguay. Nuestro país es eso o no es nada. Por esa razón durante estos años sentimos el gobierno de facto y los riesgos de su salida, como un problema de subsistencia nacional. Los países con mayor potencialidad geográfica y económica quizá puedan observar esto con simples accidentes en una larga historia política; países pequeños como el nuestro, cuando tenemos una quiebra de este tipo que compromete valores tan profundos, no estamos ante un tema simplemente político, ante un accidente en el camino, sino ante un problema que hace a la propia sobrevivencia del país, a su identidad porque toda nuestra fuerza está allí. Por eso decimos que somos uruguayos, en la misma condición que también somos rioplatenses, porque es nuestra cultura. Del mismo modo, que decimos que somos sudamericanos, porque es nuestro hemisferio; del mismo modo que decimos que somos americanos, porque los sueños de libertad de nuestros héroes siguen en el espíritu de nuestra gente; del mismo modo que decimos que somos occidentales y lo somos no porque ello suponga ningún alineamiento automático a ninguna potencia, sino que lo somos porque en definitiva el espíritu de Occidente es un credo de libertad que nació en los albores de nuestra civilización de aquella civilización judeocristiana-helénica que nos ha inspirado a todos, así como también a esta democracia liberal. De aquellas fuentes, de aquellos manantiales, es que se forma esto que hoy estamos viviendo. ¿Qué es esto sino el espíritu de religiosidad individualista que nace en aquel mare nostrum? ¿Qué es esto, sino Occidente y la latinidad a nuestro modo de entenderlo? Somos todo eso porque somos todo eso es que miramos el futuro con confianza pese a las inmensas asechanzas que aparecen por todos los horizontes; Pese a las enormes limitaciones materiales que apenas he esbozado; pese a los desgarramientos que aún tienen heridas abiertas que tendremos que tratar de cicatrizar con paciencia, con tolerancia y con espíritu de comprensión. De aquellas fuentes de aquellos manantiales, es que se forma esto que hoy estamos viviendo. ¿Qué es esto sino el espíritu de religiosidad individualista que nace en aquel "mare nostrum?" ¿Qué es esto sino el espíritu de la democracia de los pueblos mediterráneos? ¿Qué es esto, sino Occidente y la latinidad a nuestro modo de entenderlo?. Somos todo eso porque somos todo eso es que miramos el futuro con confianza pese a las inmensas asechanzas que aparecen por todos los horizontes; Pese a las enormes limitaciones materiales que apenas he esbozado; pese a los desgarramientos que aún tienen heridas abiertas que tendremos que tratar de cicatrizar con paciencia, con tolerancia y con espíritu de comprensión. No me siento solo, sin embargo en esta tarea tan difícil; siento la solidaridad de esta Asamblea porque todos emanamos del voto popular; siento la solidaridad del pueblo que nos ha votado. Tengo la tranquilidad de haber podido jurar hoy acompañado por un Vicepresidente que no sólo competen estos mismos propósitos, sino que es prenda de garantía moral para toda la ciudadanía, porque él sigue siendo la misma voz que se levantó en 1980, en aquel plebiscito, cuando todos nosotros o casi todos no podíamos hablar. Entonces él fue una de las pocas voces que pudo levantarse. Siento la tranquilidad de que todo eso hace el marco imprescindible para que podamos salir victoriosos de esta empresa. No, era mi mayor ambición llegar este día aquí. Si se quiere, ésta es la culminación de un sueño compartido por todos nosotros; mi mayor ambición empieza hoy; mi mayor ambición es la de estar el 1o. de marzo de 1990 entregando el mando a un nuevo Presidente constitucional electo por el pueble. Solo ese día podremos decir que nos cumplido; que he cumplido yo mi misión y que todos hemos cumplido nuestra misión. Empieza una nueva etapa en el país. Importa entonces que la asumamos con la conciencia de la solemnidad de un momento histórico. Señor Presidente este país ha vivido la soledad, por un lado, en su ser nacional, el desencuentro, cuando no la opresión en la individualidad de las personas que la componen. Hoy atravesado ya todos los laberintos de la soledad, nos encaminamos hacia una nueva etapa de cooperación y de solidaridad con todos los pueblos del mundo ahora aquí representados por tan dignos mandatarios y tan elevados estadistas que este día nos hacen el honor de acompañarnos y a quien el Uruguay recoge con tanta simpatía y cariño. Hemos atravesado todos los laberintos de la soledad. Estamos en una nueva etapa de cooperación, estamos en una nueva etapa de solidaridad. Los desencuentros que hubo entre nosotros, hoy también tienen que quedar atrás. Para adelante, solo la libertad y el cambio de opiniones, la soledad y el desencuentro detrás. Tenemos lo más grande; nos tenemos a nosotros mismos.
1990 Luis Alberto Lacalle Herrera (3.801 palabra)
Señor Presidente de la Asamblea General, señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia, señores Legisladores, señores Presidentes de países amigos, señores integrantes del Cuerpo Diplomático, señores Ministros, señores dirigentes de las colectividades políticas que actúan en nuestro país, señoras y señores: al iniciar el período de ejercicio del mandato que me fuera conferido por la ciudadanía en el mes de noviembre pasado, debo exponer ante el país y su legítima representación parlamentaria algunas de las ideas que desde hoy ocuparán el centro de mi preocupación y de mi esperanza. El comicio del que provienen los poderes que ostentamos, tanto legisladores como integrantes del Poder Ejecutivo, ha sido una vez más ejemplar y constituye motivo legítimo de orgullo nacional. Nunca es más oriental un oriental que ante una urna, en pleno goce de sus derechos, respetando y siendo respetado en la manifestación de su voluntad cívica. Legitimidad inatacable, legitimidad irreprochable, legitimidad que vuelve poderoso el poder, responsable el poder y humilde el poder. Pero debemos preguntarnos: ¿es esa legitimidad el término del proceso político? ¿Es el fin de la actuación ciudadana? ¿Se agota en sí misma? No, rotundamente no. Alerta debemos estar ante la colectiva tendencia de creer que culmina en el acto electoral la capacidad del sistema. Debemos repetirlos hasta el convencimiento que lo electoral es instrumental de lo político, de lo gubernativo; necesario pero pasajero umbral de lo realmente trascendente, que es el ejercicio del poder; la justificación en los hechos de la potencia que el voto pone en manos de los electores. Es ahora mismo, señores Legisladores, que comienza nuestra responsabilidad efectiva: la vuestra y la del Poder Ejecutivo. La capacidad de incidir en lo hondo de los problemas, la eficacia de identificar las zonas de nuestra organización social, económica y política que necesitan transformaciones, la eficacia para llevarlas a cabo, son el gran desafío que enfrentamos. El logro de esas transformaciones será medido clara e ineludible de la idoneidad del sistema democrático representativo para responder a las interrogantes que nuestros compatriotas diariamente se plantean. Será la vara con la que seremos medidos, ustedes y nosotros, en la hora inexorable del juicio de nuestra gestión. No creemos equivocarnos si al interpretar el estado de ánimo de los orientales en este momento, por encima de distinciones partidarias, señalamos que nuestra gente abriga el deseo ferviente de que el sistema político realice obra, incida sobre la realidad que parece inmutable, cree condiciones para la prosperidad, despierte fuerzas adormecidas, sacuda modorras, reanime energías, enardezca tibieza, abra caminos cerrados, disipe tinieblas, desbroce senderos, recupere perdidas esperanzas y adelante la aurora de días mejores. No creemos equivocarnos al así catear el alma de nuestros compatriotas. En procura de esa eficiencia del sistema gubernativo es que nos fijamos como método, aún antes de la expresión popular, el de lograr un gobierno nacional de coalición o de coincidencia que, ayuntando esfuerzos, diera fluidez al proceso formativo de la voluntad política colectiva. Antes del comicio lo proclamamos; conocido su resultado, lo intentamos; hoy ante ustedes, lo consagramos: hay en el paisaje político nacional una mayoría parlamentaria acordada entre el Partido Nacional y el Partido Colorado que respaldará un plan legislativo innovador, moderno y transformador; una coincidencia de grandes fuerzas políticas que - manteniendo su identidad y su perfil- sienten que la hora es de conjunción nacional, de augural y fructífera concordia. Esta coincidencia así lograda es un hecho nuevo y auspicioso de nuestro devenir político, Es también el triunfo, el éxito, el honor de la responsabilidad de quienes han sido nuestros interlocutores en las últimas semanas. Tal coincidencia nos permite presentarnos hoy ante esta Asamblea General, no como abanderados del Partido Nacional, sino en concordancia el Partido Nacional con el Partido Colorado, ese Partido que con generosidad y grandeza nos ha tendido su mano. Más allá de lo acordado por las colectividades históricas, ha sido y será el diálogo con todas las fuerzas políticas el signo de esta Administración. Temas tales como la educación, la reforma del Estado, el nuevo diseño de la seguridad social, deberán contar y contarán seguramente en su gestación con el aporte de los señores legisladores del Frente Amplio y del Nuevo Espacio, cuyos líderes han manifestado su patriótica disposición a colaborar en esa tarea, aún con el disenso, que sabemos será fundado y razonable, el estar animado de un espíritu positivo que reconocemos y que mucho valoramos. Al buscar y encontrar la aludida coincidencia no hemos procurado eludir la discusión de los grandes temas ni recortar posibilidades al fecundo diálogo político. Por el contrario creemos que lo vigorizamos, toda vez que hacemos más fructífero el proceso al asegurarle un resultado, una dirección y una orientación. No somos, por cierto y por suerte, pueblo de unanimidades, porque somos pueblo de hombres libres. No tememos a la discrepancia ni al matiz diferencial ni a las voces encontradas. En ese ambiente de controversia crecimos como individuos y como nación. Pero no podemos olvidar que hay momento en que es preciso catalizar, concretar, optar y encaminar la voluntad colectiva. Obtenidas las mayorías requeridas, aprobadas las normas jurídicas según Derecho, éstas rigen en plenitud de su imperio y nada ni nadie - legítimamente- puede oponerse a su plena vigencia. Tal el concepto que es a la vez base y cima de nuestra organización social. El mundo que hoy enfrentamos, señores legisladores, es un mundo fermental, cambiante y renovador. Su tono dominante, su fuerza motriz, son la libertad del individuo y la independencia de las naciones; Los dos términos de la eterna ecuación de la Historia. Naciones que resurgen como por milagro. Voluntad formidable del querer colectivo que redespliega banderas, reanima atávicas lenguas, remueve rescoldos culturales. Individuos que sortean alambradas, muros, prohibiciones y miedos. Naciones e individuos que enfrentan los desafíos de siempre y los nuevos que los tiempos han traído. Los de siempre: libertad en el orden; satisfacción de necesidades vitales; educación y técnicas apropiadas; libertad de comercio; respeto por la soberanía. Los nuevos: masificación informativa; deterioro del medio ambiente; consumismo; materialismo desenfrenado; condiciones de vida alteradas; nuevas formas de violencia; alienación y escapismo. En medio de ese mundo nuestra Iberoamérica, que felizmente comienza esta década bajo el signo común de la democracia. Nuestro propio desafío es hacer a es democracia compatible con el crecimiento económico. En esa tarea debemos contar, sobre todo, con nosotros mismos, sin esperar milagros. Esa América Latina, es América española, debe hacer oír su voz con firmeza ante la colectividad internacional. Esa voz que muchas veces el mundo industrializado sólo oye cuando su preocupación apunta a temas tan inquietante como la droga o la degradación del medio ambiente; esa voz que otras veces no se escucha, debe resonar una y otra vez para hacer oír las convicciones íntimas y las aspiraciones legítimas de nuestros pueblos. Así, en los temas del comercio que se dilucidarán a fin de año en la Ronda Uruguay; en la solución final del tema de la deuda externa, que pesa como una cruz sobre los pueblos americanos; en la participación en las oportunidades de inversión. Por cierto que más se nos escuchará si en cada país demostramos voluntad interna de adecuar la organización económica y social a los tiempos que corren, reconociendo en los bloques políticos y económicos que nacen en todas las latitudes una nueva e inescapable realidad que no podemos cambiar y a la que tenemos que adaptarnos. Adecuada respuesta en nuestro entorno a ese tiempo nuevo debe ser la articulación más profunda de la Cuenca del Plata como entidad geopolítica en la cual la coordinación de esfuerzos en emprendimientos de importancia den noticia la mundo de que en esta región se comienza también una transformación y un despertar. De este modo, en democracia, consolidando el desarrollo y haciéndonos oír en nuevos ámbitos, podremos todos juntos encaminarnos al medio milenio de historia compartida que con emoción y esperanza concelebraremos con España en 1992, en tierras sevillanas. En medio de este mundo, nosotros los orientales con nuestra Patria sobre los hombros, querendona siempre, pero queriéndola con sentido de perfección, es decir, no como es, sino como la vamos a hacer. Para ello convocamos a todos. Convocamos a los empresarios, a quienes poniendo su capital e inventiva a merced de riesgo buscan la sana ganancia y generan riqueza y ocupación para ellos y la comunidad. El verdadero espíritu empresarial contará con el apoyo de políticas genéricas, predecibles y permanentes. El Gobierno espera de estos compatriotas el sentido de auténtica modernización y el de justa valoración del trabajo y del salario, componente esencial de la ecuación empresarial. Convocamos también a los trabajadores. A ellos castiga más que a nadie la inflación, a sus hijos posterga la educación insuficiente, para ellos son más caros que para nadie los servicios públicos deficientes. Defensa de la moneda es defensa del salario. A ella nos abocaremos firmemente. Reforma de la educación, de la seguridad social, son garantías de la vida y del progreso del trabajador. Comprometido con su país, dispuesto a dar en productividad para recibir en mayor participación de la riqueza generada, le daremos medios de disponer democráticamente acerca de su relación laboral, protegiendo su derecho y su autonomía de decisión. Convocamos a los jóvenes, a los que están aquí y a los que están lejos que para escuchar estas ceremonias tendrán que alterar el horario de sus vidas. Quizás más que a nadie convocamos a ellos, sangre de nuestro ser, presencia oriental en todas las latitudes del mundo, donde dan testimonio de honestidad, de espíritu de trabajo y de decencia, que nos llenan de orgullo. Sabemos que es a ellos, a los que están y a los que no están, a quienes más castiga la crisis de un país, con la educación no adecuada a los tiempos que corren, con la falta de empleo y de vivienda cuando se inician en la vida y querrán formar el hogar, y por ello deben levantar vuelo hacia otras tierras. Pero por encima de todo los castiga aniquilándoles la esperanza. Para ellos creemos y queremos. La paz política y el respeto por las instituciones, que son el más preciado bien de la comunidad nacional, se han reafirmado en el período de Gobierno de mi ilustre predecesor, el doctor Julio María Sanguinetti. Justo es que así lo reconozcamos en homenaje a este ciudadano y a su colectividad política. Han quedado atrás los tiempos turbulentos de la violencia y la fractura institucional. El Uruguay ha revivido en sus propias esencias con el Gobierno democrático y el pluralismo que le son connaturales y que nadie tiene el derecho a amenazar. Si alguien los amenazara, lo proclamo orgullosamente y con firmeza: seré un digno Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Asumo con ello un solemne compromiso y a la vez comprometo a todos los integrantes de las Fuerzas Armadas para que extremen su vocación de servicio y para que acaten siempre el imperio de la Constitución y de la Ley, salvaguardando para todos los orientales la paz y la libertad de la Patria. La nación tiene un grande, posible e importante destino. Durante años se susurró, cuando no se enseñó, a sucesivas generaciones que el país era pobre y pequeño. ¡Mil veces errónea la sentencia! Desde el emporio productivo de Bella Unión hasta el coraje aventurero de la Base Antártica "Artigas" en los confines australes, donde nos escuchan en este momento soldados de la Patria, todo es rotundo desmentido a tan negativo aserto. Campos, mares, capas geológicas, ríos, rebosan de oportunidades de prosperidad dormida. Hacia su despertar debemos ir con urgencia y sin pausa. ¿Cuál será la palanca, el motor de esa transformación? Será, como lo vuelve a ser en todas las latitudes, el espíritu de iniciativa, de inventiva, el coraje y el ánimo de emprendimiento. Caducados los moldes ideológicos, estallado en mil pedazos el vano intento de clasificar y etiquetar afanes y esperanzas, retoma protagonismo como motor de naciones y de hombres la vocación de progreso connatural con el ser humano. Largo tiempo entre nosotros hemos tejido una organización socioeconómica que, procurando la total seguridad, mató el espíritu de riesgo que acerca la posibilidad de prosperidad. ¡Abajo, pues, con esas barreras! ¡Las primeras las conceptuales, las que anidan en el subconsciente nacional! Que las fuerzas de cambio real, del cambio posible, prevalezcan sobre las del inmovilismo y las del malsano espíritu conservador. Capacidad técnica, capitales, oportunidades de trabajo: he ahí la trilogía que debemos convocar creando condiciones jurídicas indispensables, anunciando y cumpliendo políticas permanentes, garantizando a quien -trabajador o empresario- realice más esfuerzo, una mayor recompensa. -Éticamente, nada puede sustituir este impulso que anida en el concepto constitucional: premio para los talentos y laurel para las virtudes. Socialmente vivimos horas de incertidumbre colectiva, fruto de muchos años de ignorar colectivo de los problemas. Estos sentimientos nos han ganado a todos en mayor o menor medida. Alarma el advertir que la trama social va determinando un corte horizontal que segmenta a la Nación entre los que no tienen, y desesperan. No habrá progreso legítimo sin un esfuerzo colectivo que incorpore a esos, nuestros compatriotas, nuestros hermanos que claman por casa, salud y educación cada día. Ante tales situaciones de injusticia no vamos a responder con indiferencia, sino con sensibilidad, viendo en cada oriental un hermano hijo de Dios, como todos nosotros. Si bien creemos que no corresponde a los Gobiernos realizar la felicidad de los individuos, sino crear las condiciones para que ellos, en igualdad de oportunidades, la encuentren con su esfuerzo, también afirmamos que deben ser el Gobierno y el Estado los primeros en cambiar para no convertirse en freno y lastre de la sociedad. Gobierno, Administración y Estado deben resumir su condición de medios y no de fin; readaptar sus poderes para que no sean opresivos; redimensionar su tamaño para que no sean pesados; redefinir sus funciones para que no invadan fueros ni esferas propias y naturales del individuo. De toda la reformulación de nuestra organización estatal queremos destacar una tarea, sin que ello implique disminuir las demás, pero ciertos como estamos de que es la que afecta a todos y en lo más delicado: la reforma educativa. El milenio que se avecina, que ya se adelanta entre nosotros, tiene como signo y símbolo una palabra: el conocimiento. Más allá de las riquezas naturales, del tamaño o la ubicación geográfica de los países, son el conocimiento y la información los que determinan el señorío del hombre sobre las cosas, los que condicionan la propia existencia y habilitan el futuro. Los orientales, mandatados por nuestro Primer Jefe de ser tan valientes como ilustrados, debemos asumir hoy con decisión el coraje de educarnos mejor y de educarnos más. Ya sea ella transmisora de valores permanentes u otorgadora de idoneidades técnicas adecuadas para la vida, nada hay más importante entre nosotros que la educación de nuestros jóvenes y nuestros ciudadanos en general, la educación permanente, la que forma y moldea mejores y más aptos ciudadanos. Sin perjuicio del énfasis puesto en este crucial tema, y sin que l enumeración agote la lista, debemos plantear señores legisladores algunos de los temas acerca de los cuales enviaremos oportunamente iniciativas legislativas. Un análisis crítico del rol del Estado en la economía y en los servicios sociales es de orden. Más allá de planteos ideológicos y programáticos -a nuestro juicio inconducentes- es o debe ser preocupación de todos el adecuar el funcionamiento de las empresas y servicios públicos al logro del bien común. Para ello han sido instituidas entre nosotros. No partimos en la materia de preconceptos, salvo de aquel que claramente nos indica que hay que tener en cuenta al consumidor y al contribuyente, quienes tienen derecho a buenos servicios, para poder juzgar su eficacia. La población tiene derecho a tener servicios modernos, eficaces, baratos, en materia de seguros, teléfonos, transporte, luz y demás actividades en poder del Estado. Sín espíritu conservador y sin atarnos a ninguna fórmula previa que congele todo en el tiempo, debemos atrevernos a ser imaginativos adecuando la estructura estatal al logro de beneficios populares; en definitiva, de una mejor calidad de vida para los habitantes de la República. El sistema de seguridad social debe merecer, por dos veces, la atención de este Parlamento: dentro de muy pocos días, cuando analice y considere una ley que subsane situaciones urgentes, pero más adelante en la Legislatura, será el ámbito donde desarrollarse el gran debate nacional sobre el destino de un sistema que, tal cual está hoy organizado, no ofrece un futuro seguro a los habitantes del país. Inmediatamente remitiremos al Parlamento un plan de ajuste fiscal. La magnitud del déficit presupuestal actual impide alejar de nosotros el flagelo de la inflación. Por cierto que el Poder Ejecutivo no pretende lograr el equilibrio de las cuentas públicas solamente mediante el recurso de aumentar impuestos. Se compromete este Gobierno, se compromete esta Administración a disminuir significativamente el gasto público y combatir la evasión fiscal en todos sus aspectos, para terminar con situaciones de injusticia, quizás las más grandes que vive nuestra sociedad; combatirá especialmente el contrabando, que empobrece el Fisco y quita oportunidades de trabajo a los habitantes de la República. Ese ajuste fiscal que propondremos al Parlamento no es un fin en sí mismo. Será el prólogo de un tiempo económico en que la inflación controlada cree condiciones propicias par el ahorro, evite el desvío de capitales hacia los papeles públicos, fomente la inversión, temas sobre los cuales también serán necesarias la atención y la acción de los señores legisladores. Queremos plantear algunas ideas al hablar de la actividad legislativa. Habiendo sido algún tiempo legislador, creemos tener autoridad para hablar de la actividad legislativa. Nuestro país paga a veces excesivo tributo a la ley como instrumento idóneo par resolver problemas. Más de 16.000 leyes hay en nuestro Registro, pero a veces de la ley a la realidad media una distancia que vuelve inoperante a aquélla o insolubles los problemas de ésta. Debemos cuidarnos de esa distancia al pensar en un sistema democrático representativo, porque puede ocurrir que, operando en planos paralelos, la ley pierda totalmente el contacto con la realidad y no sea más fuerte y consistente que el papel en que está escrita, mientras la gente, con problemas palpables, reales, cotidianos, va perdiendo o comienza a perder la noción de que el proceso democrático puede incidir favorablemente en su vida diaria. Pensemos en nuestra legislación sobre menores, Código, Instituto, Comisaría de Menores, buena materia prima para presentar en congresos, pero progreso de papel; la realidad es muy otra. Y como este tema, doloroso como pocos, podríamos exhibir muchos. Vale decir que más allá del tecnicismo, de la aptitud idoneidad que se reconoce al Parlamento uruguayo, que en sus Comisiones y su Plenario trabaja a conciencia, con espíritu de cooperación entre los partidos, será preciso que nos preocupemos de la vida posterior de la ley, una vez que el Poder Ejecutivo la ha puesto en vigencia. Pensamos, señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia, que este tema nos lleva al de la Justicia, porque el ciudadano, al acudir al Tribunal para reclamar lo que se le debe, para modificar situaciones familiares, para lograr la reparación de un daño o el castigo de un culpable, tiene la sensación de que el proceso no se cumple con la celeridad propia de un sistema judicial sano. Comprometemos todo el esfuerzo del Poder Ejecutivo en el pleno respeto de la separación de Poderes -como seguramente comprometerán los señores legisladores en el Poder Legislativo- para que no se escatimen medios materiales y jurídicos, a fin de eliminar la incertidumbre jurídica en nuestros compatriotas y lograr el amparo pleno del que quizás sea el primero de los Poderes, el Judicial. Al plantear modificaciones y reformas, no excluimos ningún campo de la actividad, y estamos dispuestos -como no podría ser de otra manera- a recibir las iniciativas y las propuestas de todos los partidos, y de todos los legisladores. No nos reservamos ningún ámbito, pero debemos plantearnos como individuos, la interrogante esencial: ¿estamos realmente dispuestos, luego de hablar de la reforma del Estado, de la Administración, de la educación, a la reforma de nosotros mismos o pretendemos que el ámbito sólo llegue al límite, a la linde de nuestras propias responsabilidades, excluyéndonos? Trabajador y empresario, civil y soldado, paisano y ciudadano, docente y ama de casa, joven y viejo, gobernante y gobernado: ¿estamos dispuestos a dicha resolución interior de cambio, a ejercer en el plano que sea mejor muestras potestades, acatar nuestros deberes y a cumplir y ejercer con dignidad nuestros derechos? Decisión libre si la hay; ella está fuera del alcance de todo poder, salvo el de nosotros mismos. Hagamos pues, en el fuero de nuestras conciencias, la transformación. Luego, nada nos será imposible. Compatriotas: desde la lejana juventud he sido hombre de partido; por imperio de la sangre y por decisión del intelecto he formado en las filas de la colectividad que fundara ese paradigma de ciudadano, de gobernante y de soldado que fue el Brigadier General Manuel Oribe. A esa sana pasión le he entregado por más de treinta años lo que soy y lo que puedo; pero fui formado en la creencia, en la certeza de que por encima de ese amor partidario, condicionándolo, determinándolo, justificándolo, había otro: el amor a la Patria. Me despojo pues, en este momento, de todo sentimiento partidista, no sólo por imperio de la Constitución, sino por la serena convicción de que la tarea me aguarda no puede tener otro marco u otro símbolo que el de la Bandera Nacional. Al iniciar esta tarea y esta marcha, desde lo profundo de mi fe, invoco la protección de Dios, principio y fin de todas las cosas, del Dios de nuestros padres, repitiendo: "Señor, haz de mi un instrumento de tu paz". La paz, benéfico estado al que aspiramos como seres humanos y como nación; la paz de los libres, la paz de los fuertes, la paz de los solidarios, la paz en el trabajo, en el orden y en la justicia. Que así podamos hacerlo entre todos es mi más profundo deseo y voto en este día para mí tan señalado. Terminada está, señores legisladores y compatriotas, la etapa de las palabras. Acallado el último aplauso, realizada la última ceremonia, comienza para ustedes y para nosotros la cuenta regresiva de sesenta meses de tarea que va a tener sus conflictos, sus encontronazos, que va a tener sus discrepancias, pero creo -y sé, más que creo será presidida por la buena voluntad de unos y otros, múltiples y diversos pero unidos en una misma conciencia y voluntad de ser orientales. Quizá sea, entonces la mejor prenda del ejercicio de nuestra tarea, el hecho de que dentro de sesenta meses, en esta misma Casa, otro ciudadano jure con honor y por su honor defender la Constitución de la República y podamos entregarle un país mejor. ¡Viva la Patria!
1995 - Julio María Sanguinetti (4.681 palabras)
Señor presidente de la Asamblea General, señores presidentes de las Repúblicas hermanas que nos honran con su presencia, señores ex presidentes, señores ex vicepresidentes, señores jefes y miembros de las bienvenidas delegaciones que también honran a nuestro país con su presencia, señores lideres políticos del país, señores legisladores, señoras y señores: comenzamos hoy un período de gobierno que verá en su expiración el fin de este siglo; también el fin de este milenio. Estamos a menos de dos mil días de aquella jornada en que sobrevendrá ese año 2000, al que ya la imaginación colectiva rodea de un aura mágica. Más allá de este convencionalismo calendario, existe, sin embargo, una realidad. Sabemos todos que hemos entrado en una nueva era de la civilización; que hemos ingresado en una nueva era de nuestra América Latina y que, ciertamente, estamos en una nueva era de nuestra región y de nuestra propia patria. Sabemos que tenemos por delante un mundo lleno de certezas, pero a la vez un mundo lleno de incertidumbres y de misterios. Es certeza que hemos dejado atrás los dos siglos de las grandes revoluciones políticas que comenzaron en 1789 en Francia y terminaron en 1989 con la caída del muro de Berlín. Sabemos que todos los intentos por sustituir la democracia política no llegaron a buen destino. Sabemos que todos los empeños para que la economía de mercado fuera suplantada por otros emprendimientos y por otros sistemas, terminaron también en el fracaso. Sabemos que estamos viviendo hoy una globalización de la información y de las finanzas que determina por ejemplo, que una situación que ocurre en México se traslade de inmediato, no sólo a todo nuestro continente, sino al mundo entero. Y es paradojal la circunstancia de que no siendo un acontecimiento ocurrido en las grandes potencias, tenga pese a todo repercusión universal. Sabemos que ese es el mundo dentro del cual accedemos a la etapa final de este siglo. Y sabemos igualmente que es un mundo vigorosamente competitivo, en el que el conocimiento y el saber son los instrumentos más poderosos, la máxima expresión de la fuerza. Nunca antes el conocimiento y el saber han sido herramientas tan fuertes de poder. Todo eso lo sabemos. Pero también nos enfrentamos con incertidumbres y con misterios. Los antiguos, en los viejos mapas, para designar los territorios aún desconocidos estampaban la leyenda "Bicsuntleonis" -aquí están los leones- y allí están los nuestros. Porque la democracia política ha triunfado y nadie se atreve a discutir sus principios. Y, no obstante, en el mismo momento de su máxima victoria la democracia comenzó a dudar de sí misma; en el mundo entero empezamos a sentir que los partidos políticos se debilitaban, que el concepto de la representación aparecía diluido entre los fenómenos de la mediación informática y de la intermediación de la televisión. Comenzamos a ver que la economía de mercado sin duda triunfaba, pero no resolvía los problemas de la desocupación; que la ciencia y la tecnología alcanzaban su máximo esplendor y ponían a disposición del hombre y de la mujer de nuestra época tantos bienes de confort como ninguna otra generación en la historia de la humanidad había tenido. Pero advertimos, al propio tiempo, que no se podía superar el flagelo de la pobreza y de las carencias; problemas que tenían que convivir, y siguen conviviendo, con las mayores expresiones de la prosperidad. Asimismo, nos hallamos ante la evidencia de que la paz social, que parecía definitivamente alcanzada a través de todos estos logros y de todos estos bienes, comenzaba a coexistir con nuevos flagelos: la droga el narcotráfico, la violencia urbana, el crimen organizado a escala universal, las incertidumbres del fundamentalismo religioso que se traducía luego en actos de terrorismo; en fin, fenómenos inesperados que comenzaron a hacer dudar, que nos condujeron a identificar las incertidumbres que había en aquel mundo que parecía haber nacido para las cosas claras, rotundas, para columnas y pilares de una arquitectura de equilibrios. De allí, entonces, que este tiempo, que a la vez promete esas certezas, pero también estos territorios de misterio, nos imponga los deberes de entrar a ellos con ánimo resulto; afirmados en aquellos principios que han constituido los cimientos de esas afirmaciones que hacemos. José Ortega y Gasset decía que "la nueva política tiene que ser toda una actitud histórica". Y tal es lo que ocurre en estos años, en que estamos construyendo una nueva era, un tiempo nuevo, que se nos viene dado por un curso de la historia. Aquel que nosotros podamos ver será un tiempo de servidumbre o será un tiempo de libertad. Estoy seguro de que será un tiempo de libertad en virtud de este esfuerzo que lleva adelante la humanidad por afirmarse en esos principios rectores que nadie se atreve a discutir. Tendremos que convivir con la unidad y con el debate; ambos elementos son complementarios y no contrapuestos. El debate no se ha cerrado ni el llamado fin de las ideologías supone el fin de las ideas ni, mucho menos, la muerte del debate. Hace ya muchos años que John Stuart Mill nos decía que el hombre nunca es infalible; que las verdades son siempre verdades a medias; que las diferencias de criterios no son un mal sino un bien, y que la unanimidad es un fenómeno excepcional. Realmente es muy difícil imaginar las unanimidades; son casi imposibles, y por eso no nos debemos detener en la búsqueda de esa utopía. Pero, sí, en cambio, tenemos el deber de saber que el debate y la discrepancia tienen un límite. La democracia le pone una cota a un disenso que no puede ser ni ilimitado ni eterno. En algún punto y en algún lugar tienen que aparecer las fecundidades de los encuentros, deben emerger los frutos de las construcciones. Este gobierno se inicia con espíritu de acuerdo y con espíritu de entendimiento. Sabe el señor presidente, y lo saben los señores legisladores, que el día siguiente de la elección nacional nuestro escenario político exhibía una fragmentación, resultante no sólo de ese acto cívico sino también de nuestro propio sistema y que nos mostraba la que llamaríamos una gobernabilidad con dudas, una gobernabilidad difícil; una capacidad de hacer desde el gobierno comprometida por esa misma fragmentación. Desde el primer momento nos propusimos generar un diálogo. Con la mayor apertura intelectual y espiritual propiciamos un diálogo que fue correspondido por todas las fuerzas políticas. Los cuatro partidos políticos representados en esta Asamblea General abrieron ese espacio de diálogo y alrededor de una mesa fue que se comenzó a encontrar entendimientos; a veces también discrepancias, pero se siguió avanzando. Desde el primer día se señaló que no había ninguno excluido de la tarea, y que tampoco nadie debería excluir al otro. Y así fuimos avanzando. Algunos acuerdos abarcaron a los cuatro partidos; otros acuerdos incluyeron a tres partidos; otros acuerdos comprendieron al Partido Colorado y al Partido Nacional, quizás en el núcleo mayor de las discusiones y debates. Todo esto se llevó a cabo en torno a una mesa, con transparencia, ante la vista del periodismo y de la ciudadanía, con una cristalinidad de procedimiento que, se concederá, honra a todo el sistema político del país. Me complazco en señalar esto con alegría; porque es una ocasión en la que el entendimiento al que se llegó finalmente para constituir un Gabinete entre el Partido Colorado y el Partido Nacional se procesó de ese modo: no reservado a las soledades, al silencio o al murmullo de los ambulatorios, sino dispuesto en la claridad de una mesa de diálogo en la que estábamos todos presentes. Este hecho honra a todo el sistema político, al que le rindo homenaje con estas palabras, y muy especialmente -es un grato deber decirlo- a los lideres del Partido Nacional. Esos dirigentes han permitido constituir un Consejo de Ministros que llega hoy con el sólido respaldo de estas dos grandes colectividades históricas, con un apoyo parlamentario que permite decir que este gobierno no sólo comienza con este Gabinete, sino también con un programa legislativo que en las próximas semanas le permitirá mostrar al país que hemos salido de esos peligrosos bloqueos y que ya el país no tiene ningún bloqueo ni ningún encierro por delante. Ojalá que este desbloqueo político le podamos añadir también un desbloqueo de la imaginación, para encontrar las respuestas y las soluciones que el país precisa. -Karl Popper decía."Vivir es encontrar soluciones". De eso se trata: de lograr entendimientos y acuerdos para poder hallar soluciones. Este clima político no nos puede hacer ignorar, sin embargo, que el país precisa también de reformas constitucionales, de reformas legales en su sistema de instituciones. El Poder Ejecutivo necesita mejores capacidades de gobernabilidad, mejores condiciones de gobernabilidad, más allá de las personas que puedan estar circunstancialmente a su cargo. El Poder Legislativo, en tanto, precisa mayor agilidad y celeridad en su acción; el sistema electoral, reclama una mayor claridad en lo que respecta al voto de los ciudadanos y una máxima flexibilidad en sus articulaciones; los partidos necesitan de mayor coherencia y disciplina interna. Todo esto es un programa de reformas en el que desde hace tiempo viene existiendo una coincidencia de todos lo partidos políticos del país. Y si no se han hallado en otros momentos los acuerdos necesarios, esta es la hora en la que ellos deben encontrarse. Eso debe ocurrir ahora, en este año, alejados de lo que es la próxima elección. No podemos esperar a que el transcurso de la vida política nos vaya acercando a las elecciones y, en consecuencia, todos perdamos la deseable objetividad con la cual tenemos que encarar este tema para que el sistema político sea, en definitiva, la democracia eficaz que todos estamos pretendiendo, que todos estamos sintiendo y anhelando. El país está incorporado ya a un proceso de integración. Formamos parte del MERCOSUR, con tres de nuestros países hermanos, representados hoy aquí a través de sus máximos mandatarios. Seguramente otros países de nuestra América se incorporan a él en un momento no distante. Esto nos impone el esfuerzo de actuar acompasadamente. No podemos imprimir a la región nuestros propios ritmos; no podemos imponerle el ritmo de nuestros debates y de nuestras discusiones. Por lo contrario, tenemos que actuar con instituciones que tengan la flexibilidad suficiente, la eficacia necesaria para poder acompañar ese proceso con agilidad, haciendo sentir que es posible conciliar las libertades propias de la democracia con la destreza propia de los sistemas de administración modernos. Ese es el desafío que tenemos por delante y creo, con firmeza, que junto con los partidos políticos y con los señores legisladores podremos encontrar los mejores caminos para realizarlo. Estamos viviendo un tiempo distinto, una era diferente. Se han caído grandes sistemas ideológicos, y pese a ello el debate de ideas sigue siendo fuerte e importante, aun cuando hay un pragmatismo que nos impone la necesidad de encontrar soluciones concretas a los problemas planteados. Pero, naturalmente, no sólo con pragmatismo se puede sustentar un programa; no sólo con pragmatismo se puede conducir una nación; no sólo con pragmatismo vamos a mantener la unidad de nuestras sociedades y a proyectarlas hacia adelante. Son necesarias otras reformas que también hacen a la idealidad. De ahí que nuestro país, tanto como una reforma constitucional, requiera de una reforma educativa, la que debemos lograr con la misma fe, con el mismo ánimo que en tiempos difíciles de la República, en 1876, este país se lanzó a alfabetizar a través de una escuela laica, gratuita y obligatoria. Así debemos actuar hoy, con ese mismo espíritu resuelto, para que todos podamos llegar a conjugar, inclusive, el lenguaje de la informática, ese nuevo código sin el cual la nueva generación en caso de desconocerlo, vivirá en la mudez del analfabetismo funcional. Y eso debe hacerlo el país. Tenemos que redefinir los roles de cada sector de la educación; debemos incorporar e impregnar a esa educación de los contenidos científicos y tecnológicos que la civilización actual nos va imponiendo. Asimismo, tenemos que establecer una mayor flexibilidad de todo ese sistema de educación; debemos lograr matrículas nuevas, que no mantengan aquellos rígidos cánones con los que hemos actuado. Sabemos que hay limitaciones materiales; sabemos que con más recursos nos conduciremos más rápido y que con menos quizás tengamos que ir más lentamente. Pero más allá de que tengamos más o menos recursos -lo que, en rigor, dependerá del crecimiento de la economía global del país- lo importante es que sepamos cual es el derrotero, cual es el fin, cuales son los objetivos, cuáles son los procedimientos, qué jóvenes queremos formar y para qué, en que disciplinas los queremos cultivar, hacia qué sociedad los estamos proyectando. Eso es, para nosotros, lo que hace imprescindible una reforma educativa. Además, creemos que el proceso de integración que tanto hace al destino de este país tiene que ser vertebrado, tratando de buscar la especialización, la calidad. Nunca nuestras respuestas van a ser cuantitativas, porque nuestras propias dimensiones no nos han configurado ontológicamente para la cantidad. Tenemos que tratar de buscar, a través de la educación, la máxima calidad de nuestra gente y de nuestra producción de bienes y servicios. El país ha sido eso desde que nació. No somos herederos de grandes territorios ni de viejas civilizaciones. Hemos sido una zona de aluvión, que tuvo que construirse así misma en las fronteras entre los viejos imperios, y que nació en torno a valores culturales, a ideas y a principios que fueron los que configuraron nuestra propia identidad nacional. Hoy más que nunca, cuando nos incorporamos a este espacio regional con el que tantas cosas compartimos, nuestra apuesta está indisolublemente ligada al éxito y a la suerte de ese proceso de educación. Esto también nos introduce en un mundo de valores que en la civilización moderna se han ido perdiendo entre la fugacidad de las imágenes que nos comunican los medios de información, el debilitamiento de la familia como núcleo esencial -que, felizmente, en el Uruguay sigue siendo fuerte, pero no tiene la fortaleza de otros tiempos -y el cese de los grandes enfrentamientos de sistemas de ideas articuladas, que nos ofrece más libertad pero que a veces también nos deja algo perdidos en los horizontes, teniendo que buscar sin paradigmas definidos los mejores caminos. Entonces, tenemos que reencontrarnos con esos valores fundamentales que no sólo impregnan el fenómeno educativo sino la propia vida de la sociedad. Este país tuvo una historia de paz y de democracia también tiempos de turbulencia; pero felizmente esos últimos han sido tiempos que hemos dejado atrás. Cada tanto aparece alguna amenaza, pero todo el sistema político uruguayo ha sabido superar -y lo seguirá haciendo- todo lo que pueda ser la tentación de la violencia. Tenemos por cierto, más seguridad pública que otros países; pero ella ha descendido y retrocedido en relación a nuestro propio pasado. Esto compromete un gran esfuerzo que todos tenemos que realizar los legisladores, encontrando aquellas normas que puedan enfrentar mejor esos fenómenos novedosos de la delincuencia organizada que aparecen especialmente en las ciudades; los jueces, aplicando recta y correctamente estas normas; y el poder administrador y la Policía, ejerciendo las necesarias actividades de prevención y de represión en los casos en que ello sea necesario. Hay un esfuerzo que la sociedad debe hacer y, además, siendo -como lo es- una sociedad liberal, no puede permitirse ninguna debilidad, porque cuando el Estado deja de ser eficaz aparece la reacción privada, y eso es lo que no ha ocurrido en este país. Y no ocurrirá. De manera que depende de nosotros que a tiempo preservemos los valores de esa democracia y de esa libertad, a través de una eficaz acción del Estado en la que sepamos conciliar los principios de la libertad y de los derechos humanos con el orden necesario e imprescindible para la convivencia. Sabemos que estos problemas de seguridad no son únicamente legislativos sino profundamente sociales y que están íntimamente ligados a los fenómenos de pobreza. El Uruguay ha hecho un enorme esfuerzo de superación social que a todos nos enorgullece y al que todos hemos contribuido a lo largo de las etapas de su historia. Nos consta que en la última década ha bajado sustancialmente la pobreza en nuestro país. Sin embargo, ha aumentado la marginalidad. Los porcentajes de pobreza son menores, pero es mayor la cantidad de gente que no integra los circuitos y los valores de la sociedad. Se ha acentuado la distancia y eso, que se conecta directamente con estos fenómenos, nos compromete a todos a realizar los mayores esfuerzos para combatir las desigualdades sociales desde la propia escuela que, como todos sabemos, debe ser el primer instrumento para tratar de que esa marginalidad social ceda el paso a una socialización armónica dentro de nuestra sociedad. En definitiva, éste es el concepto de solidaridad, a veces invocado como expresión de una ilimitada demanda de derechos, cuando en realidad la solidaridad es básicamente un conjunto de obligaciones; las obligaciones que todos tenemos para con nuestros contemporáneos, para con nuestros congéneres; las obligaciones que tiene el servidor público frente al ciudadano al que debe servir, ya sea un funcionario del Estado, un empresario o un trabajador. Y esas obligaciones comienzan en la propia ética de su trabajo, en el que hay que tratar de llegar al cumplimiento máximo, lo cual implica en todo sentido, el respeto a los demás. Todos estos valores son consustanciales a un país que hizo de la tolerancia religiosa, de la tolerancia de ideas, de la amabilidad en la vida cotidiana, un culto histórico. Tenemos que volverlos a impregnar en aquellos lugares donde sentimos que existe cierta amenaza, porque todos estos valores los vemos hoy comprometidos en muchos sectores de la sociedad. Uno de los mayores desafíos que no aguardan, y que todos los partidos también hemos reconocido hasta como urgencia, en el de modificar nuestro sistema de seguridad social. Fue, sin discusión, un orgullo histórico del país. Pero es también un sistema que, para poder salvarlo en sus bases esenciales, hoy lo tenemos que reformar y transformar. Hace diez años, en análoga circunstancia, hablábamos acá de lo que era la deuda externa. Era el fenómeno que dominaba el mundo de aquellos años. En aquel momento pudimos habernos dejado arrastrar por la fácil tentación de la impugnación, que nos hubiera conducido al aislamiento, o haber caído en la resignación frente a las condiciones que se nos podían imponer y que hubieran restringido nuestra capacidad de crecimiento. Después de diez años y de Administraciones que enfrentaron el tema con seriedad, la deuda externa hoy no es el fenómeno que en aquel tiempo era. Pero internamente, para nosotros y para nuestra generación, hay una suerte de deuda interna que es nuestro sistema de seguridad social. Todos sentimos que el problema ha ido creciendo y agravándose. Por alguna causa, el gobierno que hoy termina propuso diversos enfoques en esa materia; nuestro gobierno anterior también y el que lo precedió también, y todos ya coincidimos en que se hace imprescindible una reforma profunda. Podemos tener algunas diferencias de perspectiva -que las hay- pero no en cuanto a que el sistema necesita de una reforma profunda. Hace algunos años, como hay todavía en la mayor parte del mundo, había tres o cuatro trabajadores activos por cada pasivo. Todos sabemos que en el Uruguay hemos llegado a una situación en que estamos en menos de 1,5 trabajador activo por cada pasivo y que esta situación sigue deteriorándose progresivamente. Creo que, históricamente, no nos podríamos permitir la indiferencia o, la falta de sentido de responsabilidad para asumir esta situación. No podemos, además, transformar en tragedia lo que es una bendición; porque, en verdad, lo que ocurre es que en el país la expectativa de vida es cada vez mayor, vivimos más y vivimos mejor y, esa situación bienvenida para que podamos así superar eso que hoy se siente en la sociedad. El empresario siente que tiene una seguridad social demasiado cara, que le impide o le dificulta la competencia a la hora de esta competición internacional tan fuerte en la cual nos encontramos. A su vez, el trabajador siente también que por este camino la economía pierde dinamismo y no tiene la capacidad de generar empleos. El trabajador joven, especialmente, no ve con claridad cuál es el destino de su aporte, que se diluye en un sistema en el que no visualiza cuál va a ser el final de su propia presentación. Y el Estado, al cabo de esta situación, se va comprometiendo en un esquema en el que con serenidad de espíritu y a través de la búsqueda de las mejores soluciones, tenemos que encontrar los caminos para introducirnos en ese gran cambio; un cambio para el que, felizmente, hemos estado dialogando en los últimos tiempos todos los partidos aquí representados. Hemos hecho avances, y aun cuando no pueda decirse que hay unanimidad, existe la conciencia suficiente para asegurar al país que en las próximas semanas habrá una gran reforma del sistema; una reforma quedará a los jubilados no sólo la tranquilidad de que sus derechos estarán protegidos en las leyes, sino también la certeza de que habrá un Banco de Previsión Social fuerte, financiado y con futuro. Los trabajadores sabrán a donde ira a parar su aporte y sabrán que en definitiva eso simplemente será un sistema de ahorro para asegurar su propio futuro; y los empresarios sentirán, a su vez, que tienen la capacidad para poder competir sin que esto, que es necesario e imprescindible en una sociedad como la nuestra -que fue pionera en estos esfuerzos- signifique, por el contrario, un lastre que les dificulta la competencia. Estoy persuadido de que esto también nos abrirá la posibilidad de lograr, en el terreno de la economía, otras expansiones y otros desarrollos. nuestro país tiene que seguir adelante en esta búsqueda incesante de desarrollar una economía cada día más moderna. La racionalidad que toda América Latina hoy cultiva y que en algunos momentos de su pasado tantas veces perdió, también está en nuestro país. Sabemos ya que podemos discutir, pero sabemos también que tenemos que encontrar entendimientos. El gran Leonardo Da Vinci nos decid "Allí donde hay gritos no hay conocimiento". Y eso, creo que lo hemos aprendido en esta materia siempre tan ardua que es la economía, que nos ha enseñado que las cosas concretas y los planteos con racionalidad son los que nos van a dar las respuestas; porque el país es también la experiencia que ha vivido. Este país tiene que seguir creciendo y debe crecer hacia afuera; tiene que exportar, tiene que producir más y mejor,.y puede hacerlo. Estamos dotados de una agropecuaria capaz. En los próximos meses entraremos ya, seguramente, en el área no aftósica para colocación de carnes, con todo lo que esto significa. Nuestra producción de lanas sigue siendo, no sólo una producción básica, sino que también se integra a un largo proceso agroindustrial que termina en los magníficos tejidos que exportamos al mundo. Tenemos una industria manufacturera capacitada, que desde ya hace muchos años llega a muchos mercados del mundo. Tenemos agroindustrias vigorosas. Nuestra industria láctea., con la cual tanto nos sentimos comprometidos a lo largo de los años, pose enormes potencialidades. Sabemos que tiene fuertes problemas de crecimiento y sectores aún sumergidos desde el punto de vista tecnológico, pero sabemos también que si hacemos un gran esfuerzo mancomunado entre el sector industrial, el sector productor y el sector estatal, podremos salir adelante, como en su momento se multiplicó una cuenca lechera que antes era apenas una pequeña zona alrededor de la capital. Si miramos lo que es el país hoy en la forestación y recordamos que hace siete u ocho años, en nuestro anterior período, se pudo obtener una ley que fue la chispa dinamizadora de ese proceso, y vemos hoy las potencialidades que existen para el Uruguay sea un gran país maderero, naturalmente eso nos obliga a un gran esfuerzo; tendremos que invertir en medios de transporte para poder extraer esa producción; tendremos que invertir también en etapas superiores de industrialización; tendremos que seguir plantando. Pero lo que es claro es que el país tiene enormes potencialidades y que cada vez que ha podido organizar las condiciones de estabilidad para generar ese estímulo, ha encontrado respuestas. Y lo puede volver a hacer ahora en las mejores circunstancias. El proceso de integración, el proceso del MERCOSUR, impone al Uruguay, precisamente, la búsqueda de espacios de mercado para todos aquellos sectores que han demostrado las mayores capacidades, para de esa manera poder seguir desarrollando una economía que no sólo se sustente a sí misma, sino que sea el elemento imprescindible a través del cual -mediante esta transformación productiva- podamos financiar esa reforma educativa de que hablábamos y los servicios de salud y de vivienda por las cuales tenemos que seguir batallando, como una acción permanente, para continuar mejorando las condiciones de vida de nuestra gente. Este país tiene un enorme porvenir. Cada vez que conjunto esfuerzos para desarrollarse, así lo demostró. Cada vez que nuestro país se volcó con energía a buscar audazmente esos caminos, los encontró. Su primera gran reforma educativa se hizo en condiciones mucho más penosas que las nuestras. José Pedro Varela tuvo que reformar y construir la escuela laica, gratuita y obligatoria -cuyo liberalismo y profundo humanismo sigue inspirando a nuestra sociedad- en las adversas condiciones de una dictadura y de una situación de penuria económica. ¡Cómo nosotros no podemos hoy, entonces, emprender estos otros caminos, cuando los conocemos, cuando sabemos que más allá de discrepancias ideológicas, son caminos concretos y precisos en los cuales todos podemos coincidir! Este es el país de José Pedro Varela y es el país de Pedro Figari, que no sólo pintó la memoria rioplatense sino que soñó y comenzó a construir una escuela técnica en la cual el arte y la industria se mancomunaron para hacer del trabajo de la gente una expresión máxima de la dignidad. Si somos ese país, ¿por qué, entonces, no encarar esta etapa con ese mismo entero espíritu, sintiendo que una reforma de transformación productiva, una reforma en el sistema de seguridad social, una reforma en la educación y una reforma en las instituciones políticas nos pueden abrir una vía más venturosa para todos, para nosotros y para quienes seguirán adelante en ese siglo que está alumbrando? Señor presidente: permítame una simple e íntima referencia personal. Imaginen los señores legisladores lo que significa para un ciudadano de este país llegar por segunda vez a este podio y tener la enorme responsabilidad de ser el primero que lo hace en elecciones directas y el tercero que lo hace en la historia del país. Imaginen ustedes lo que eso supone como peso de responsabilidad. Asuman también que ya nada mayor puedo esperar de mi vida pública y que, más que nunca, en mi acción podré cometer errores, pero ninguna podrá estar inspirado en una visión menuda de la vida pública. Sólo una ambición tengo y es muy fuerte: es la de cumplir aquel mandato de nuestras gloriosas y fundacionales Instrucciones del año 1813, cuando decían que debían constituir un gobierno que preservará las ventajas de la libertad y que fuera un gobierno libre, de justicia, de piedad, de moderación y de industria. Señor presidente, señores legisladores: quiero terminar mis palabras mirando a todos nuestros hermanos de América Latina, compañeros en esta nueva aventura de este tiempo que está comenzando, y diciéndoles que nos sentimos más que nunca identificados con todos ellos y comprometidos con el destino de nuestra América Latina. Y también quiero decir a nuestros hermanos presidentes del Perú y de Ecuador, de Ecuador y de Perú, que así como sus soldados, representantes del pueblo de sus países, han sabido verter su sangre con heroísmo y con la mayor legitimidad, que es la de sentir que están defendiendo su propia soberanía, ojalá puedan encontrar también hombres de Estado con el mismo arrojo para hallar el camino de la paz que será vuestra propia gloria. Queridos amigos: si la gloria del soldado es el triunfo en la guerra, la gloria del estadista es la paz. Que así sea.
2000 - Jorge Batlle (4.248 palabras)
Mis saludos a los señores Presidentes de las Repúblicas hermanas de este continente, al cual hace ya quinientos años que hemos todos llegado, y a los señores ex Presidentes que nos honran hoy con su presencia. Mis saludos al señor Presidente electo de Chile, a los señores Vicepresidentes que nos acompañan hoy, así como a los señores Presidentes y Representantes de los organismos internacionales y de las naciones hermanas que adhieren a la fiesta de la democracia del Uruguay. Mi saludo al joven Príncipe de Asturias, al Representante de la Santa Sede y a todos los demás delegados que han llegado a nuestra Casa. Mi saludo al señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia. Mi saludo a los señores dirigentes políticos de Uruguay, actores fundamentales en el acontecer de la vida pública nacional, y a los señores integrantes de la Asamblea General, con quienes, a lo largo de los próximos cinco años, procuraremos establecer un diálogo abierto, franco y sincero. Y, finalmente, mi saludo al pueblo del Uruguay, razón y fin de todas las cuestiones que preocupan al gobernante, puesto que él es el origen y la causa de nuestra existencia y de nuestra razón de ser como nación. Esta es la primera y la única oportunidad que tengo en los próximos cinco años de dirigirme a los integrantes de esta Asamblea General. Siento, pues, que es mi obligación expresar, más allá de lo que entiendo que el Gobierno debe realizar, aquello de lo que estoy convencido que al Uruguay le tocará vivir en los tiempos que corren, hubiera sido yo u otro el que hubiera llegado a este cargo, para el cual hoy he tenido el honor de prestar el juramento de cumplir con la Constitución y con la ley, sagrado en esta República. No deja de ser un lugar común decir que vivimos en una época de creciente globalización. Sin embargo, no es ésta la primera vez en la historia reciente de nuestra civilización atlántica que ello ha ocurrido. Los tiempos del mercantilismo proteccionista comenzaron a caer y a quedar atrás a partir de 1820, y las transferencias tecnológicas de entonces, la baja abrupta en los precios y en los fletes de los transportes, las inmigraciones masivas, los flujos de capital que por entonces y en términos desestacionados eran mayores en aquella época que lo que aún son hoy, permitieron asistir en la segunda mitad del siglo XIX y en los primeros años del siglo XX a un mundo abierto, en el cual aun las naciones más débiles, que recién nacían a la vida institucional, pudieron crecer y desarrollarse. Al influjo de pueblos decididos y gobiernos ilustres, los países de nuestra América alcanzaron niveles de justicia, de equidad y de desarrollo que los colocaron, por cierto, en muchos casos, a la vanguardia del crecimiento. Y el Uruguay fue, sin duda, uno de ellos. Los acontecimientos posteriores, desde 1914 a 1945, echaron por tierra aquel sistema económico. Lo que para los países del viejo mundo fue dolor y desolación, para algunos de nosotros significó un importante aumento de ingresos. Desde 1950 hasta 1989 vivimos la vorágine de la guerra ideológica y política. Y es recién en los últimos diez años que el mundo se ha lanzado a un nuevo ciclo de apertura y globalización, proceso sostenido y alentado por los formidables cambios científicos y tecnológicos de los que hoy somos testigos. En el Uruguay, recién a partir de 1985 y en las Administraciones sucesivas del doctor Sanguinetti primero, del doctor Lacalle después y del doctor Sanguinetti finalmente, comenzamos a tomar conciencia de la necesidad de incorporarnos a esta nueva realidad. Han sido quince años de procesos difíciles, iniciados con la apertura cambiaria en la década del setenta y alcanzados, finalmente, en esta Administración, a través de la reforma de la seguridad social, el comienzo de la reforma del Estado y el consenso de que el país sólo crece sin inflación, sin déficit fiscal y con estabilidad cambiaria. Ello está, sin duda, definitivamente arraigado entre nosotros. Hoy, al admitir que un tiempo ha concluido y que son importantes los logros y cambios positivos que la sociedad uruguaya ha alcanzado, reconocemos implícitamente que otro es el período que comienza. Por cierto que tiene importantes diferencias con aquel, tanto hacia el exterior como hacia lo interno. Actualmente, no contamos, como entonces, con un mercado europeo abierto a nuestros productos primarios, que es notorio que América los produce con igual calidad y mejor precio que cualquier otro productor. Pero tampoco es similar hacia adentro, puesto que es una "contradictio in se" no advertir que para integrarse a un mundo globalizado no se puede estar, al mismo tiempo, abierto hacia fuera y cerrado hacia adentro. Las regulaciones, los monopolios, los oligopolios, las trabas en todas sus formas, los mercados protegidos, tanto de los sectores públicos como de los privados, dificultan y entorpecen la evolución de esta sociedad uruguaya. Este tema será inexorablemente el asunto central de los próximos años, y este país, este Parlamento y el Gobierno lo deben considerar sin temor, en un dialogo en el que la realidad ocupe la cabecera de la mesa y presida nuestro análisis. Todo esto forma parte de lo que la sociedad uruguaya siente, expresa y llama el "costo uruguayo", que nos limita en nuestra capacidad de competir, y que no se resuelve de ninguna manera por el camino coyuntural de la política cambiaria, sino atacando de raíz las causas de su existencia. Los temas de la sociedad uruguaya son ahora las reformas de segunda generación y sus lógicas "reingenierías" institucionales, tanto en el sector público como en el privado. Quiero ser claro en esto porque lo siento así, lo he sentido siempre así y hoy, desde el Gobierno y a la edad en la que estoy, no solamente sigo pensando igual, sino que sigo creyendo en ello y por eso lo trasmito, porque lo siento y por que espero poder trabajar con ustedes para analizar -como dije- con sinceridad., franqueza y apertura de pensamiento y de alma las cosas que entre todos, sólo entre todos, vamos a poder hacer para poner al Uruguay en el mundo real. En este sentido, nos proponemos: en primer lugar, el Gobierno Central debe reordenar y disminuir el gasto, muchas veces innecesario y redundante. En segundo término, las empresas públicas tienen que continuar mejorando las condiciones de calidad y precio de sus servicios. Tanto ellas como las empresas privadas deben establecer sus objetivos, no en el mercado nacional sino en el regional, buscando las asociaciones, que hoy en el mundo están a la orden del día, para consolidar -como ya se ha hecho en algún caso- su exitosa presencia en los mercados. En tercer lugar, otro cambio no menos importante será el perfeccionamiento de la relación institucional del Gobierno Central con las Intendencias, en base al principio de descentralización previsto en la Constitución de la República. Se trata de llegar a un acuerdo sobre el nivel y el destino de las transferencias de orden financiero que habrán de apoyar la acción municipal, así como sobre las reformas estructurales que permitirán a éstas una gestión más eficiente. En cuarto término, haremos todos los esfuerzos por lograr la total transparencia y objetividad en el régimen de compras del Estado y en las concesiones de obras y servicios. Presentaremos un proyecto de ley conteniendo normas que aclaren en forma definitiva los aspectos más discutibles de nuestra actual ley de contrataciones administrativas. Pondremos a disposición de los ciudadanos, en forma electrónica, la información necesaria, a los efectos de que sepan fehacientemente en qué gasta el estado los ingresos de los ciudadanos y de qué forma. Como parte de este proceso de transparencia, presentaremos un proyecto de ley con el propósito de instaurar una Escuela de Auditoría Gubernamental para la formación de funcionarios públicos, de manera de capacitarlos adecuadamente en estas tareas. En quinto lugar, procuraremos la desregulación de todas aquellas actividades del sector privado en las que la normativa legal o reglamentaria hoy permite, y aun facilita, la formación de situaciones monopólicas o de acuerdos de cartelización. Aspiramos a reducir al mínimo posible las trabas administrativas para el ingreso de nuevas empresas a todos los sectores de la vida económica del país, con excepción de aquellos en los cuales la ley establece limitaciones basadas en razones de interés nacional. En particular, se habrá de propiciar la aprobación de una ley que defienda el principio de la libre competencia en toda la actividad económica y que prevea sanciones para todas las formas irregulares de poder monopólico u oligopólico sobre los mercados. Impulsaremos, en esta misma línea de trabajo, ciertas leyes esenciales a los efectos de lograr los objetivos antes señalados, tales como leyes antimonopolios y sobre fideicomisos, quiebras, concursos y concordatos, así como otras normas afines, necesarias e impostergables. En sexto término, procuraremos impulsar una clara separación entre "Estado-empresario" y el "Estado-regulador", lo que ayudará a poner reglas claras para el funcionamiento de los distintos mercados en los que se muevan las empresas públicas, y coadyuvará al mejoramiento de sus servicios y a la integración con la región, a la que estamos definitivamente unidos. Finalmente, el país, a través de la reforma de la seguridad social, genera la existencia de una masa de ahorro público que no puede estar únicamente destinada a comprar deuda pública. Los ahorros deben ser utilizados en proyectos sensatos de expansión nacional, referidos a las distintas actividades productivas, así como a proveer recursos para mejorar el uso por parte de la ciudadanía de los servicios básicos instalados: saneamiento, agua potable, infraestructura básica, etcétera. A lo largo de mi vida, he tratado de hablar claramente siempre, sin medir ventajas o desventajas en ello y, por lo tanto, en mi calidad de Presidente de la República debo decir que el año que corre será para el Uruguay un año difícil. Será un año difícil, especialmente el primer semestre, comenzando a mejorar en el segundo y afirmando dicha tendencia hacia fines del año. El Uruguay ha sufrido desde las postrimerías de 1998 y durante 1999 los efectos negativos de acontecimientos ajenos -totalmente ajenos- a nuestra voluntad: la crisis asiática, que determinó la baja de los precios de los productos primarios; la suba desmedida de los precios del petróleo; las crisis cambiarias en la región y, finalmente, una tremenda sequía de primavera. Todo ello produjo la pérdida de ingresos a la Tesorería, así como la disminución general de nuestras actividades económicas, causándonos las dificultades que hoy estamos decididos a enfrentar y a resolver con éxito. El Gobierno que llega sabe que, para mantener la inflación anual en niveles internacionalmente aceptables que aseguren la inversión, así como la estabilidad de los precios y de su política cambiaria, es su obligación aplicarse con energía al reordenamiento del gasto público, manteniendo, por lo tanto, una estricta política de austeridad en el gasto y una estricta política de responsabilidad fiscal. El Gobierno se siente comprometido con este objetivo y tanto quien habla como los señores Ministros que lo integran, participan de esta decisión. Ella nos permitirá superar con éxito las dificultades que hoy vivimos y alcanzar, en el marco de las economías de la región -que todas, por suerte, presentan signos positivos de crecimiento- una razonable expansión al final del año. Todo el país, y no sólo el Gobierno, se siente obligado con la producción agropecuaria y con su consecuente y necesaria transformación industrial. Las dificultades vividas por ella llevan al Gobierno anunciar que, pese a nuestra situación, está resuelto a hacer esfuerzos de distinto orden para restablecer su actividad. Suspenderemos por este año los aportes patronales al Banco de Previsión Social, buscando que se establezca en el Presupuesto Nacional un régimen distinto y mejor que el actual. Auxiliaremos a las finanzas municipales con el propósito de aliviar la presión de la Contribución Inmobiliaria Rural sobre la producción agropecuaria. También, en oportunidad de la discusión del Presupuesto Nacional, propondremos un sistema que genere un entendimiento de los Municipios con el Poder central para ordenar las políticas financieras, las políticas salariales y las políticas de recursos humanos e ingresos, de forma tal que el Poder central esté en condiciones de contribuir al Tesoro Municipal, beneficiando a los productores rurales en el pago de los impuestos a la tierra. Para alcanzar los niveles de exportación que el Uruguay necesita, el agro sigue siendo un factor de enorme y principal importancia en el país. Utilizar mejor nuestros recursos hídricos, impulsar aun más la mejora de nuestra genética animal, así como la tasa, hoy muy baja de nuestros procreos, y atender la comercialización por las vías modernas y adecuadas, son, entre otros, temas esenciales para lograr en diez años niveles y volúmenes similares a los que hoy nos muestra nuestro par: Nueva Zelanda. En este sentido, continuaremos con la política iniciada por el PRENADER y aplicaremos el plan ganadero, siguiendo las sugerencias de nuestros técnicos y los aportes de las sociedades agropecuarias particularmente las realizadas por la sociedad agropecuaria de Durazno. Para dirigir esta política hemos convocado al Gabinete como Ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca a quien fuera por dos veces Decano de la Facultad de Agronomía, el ingeniero agrónomo Gonzalo Gonzáles quien lo integra, no en su condición de blanco, que lo es y menos en su condición de votante colorado, que no lo es para que desde la libertad de su experiencia como productor y de su conocimiento académico elija a los colaboradores que entienda mejor capacitados, sean quienes sean, vengan de dónde vengan y hayan votado a quien hayan votado. Todo esto mejorará nuestro nivel de vida, afincará a los productores en el campo, dará trabajo a la industria, abatirá el desempleo en el interior de la república tanto como en el capital y atenderá el destino natural de esta nación Nuestra industria nació al amparo de dos vertientes, una vinculada con nuestras ventajas comparativas cuando los mercados estaban abiertos, y más tarde durante el régimen de sustitución de importaciones. Nuestra industria ha sufrido también por obra y gracia de los cambios que se vienen dando en el mundo. Reinvirtiendo y modernizándose ha podido ir superando las dificultades y hoy muestra una capacidad nueva que le permite enfrentar el porvenir con un conocimiento cabal de cuál es el camino necesario para alcanzar la excelencia. Esta transformación también viene procesándose con la misma fuerza y con la misma claridad en el sector sindical, que ha tomado en buena medida conciencia de las realidades actuales. Ambos sectores, tanto el patronal como el sindical, reclaman por los perjuicios que les genera lo que todos calificamos como el "costo uruguayo". Tienen razón. Reinvirtiendo, mejorando la productividad, buscando la excelencia, profundizando los procesos de asociación y trabajando en estas cosas juntos, sindicatos y asociaciones empresariales, al tiempo que reciba del Estado mejores condiciones para competir, nuestra industria no tiene por qué temer al porvenir. Uruguay, como todas las naciones desarrolladas del mundo, se ha transformado en un país de servicios y éstos ocupan un porcentaje cada día mayor de la mano de obra ofrecida. El sector más importante es el turístico. Tampoco allí hay más clientes cautivos. Ya sea por diferencias cambiarias o por otras razones, competimos con el mundo entero. Nuestro turismo sigue siendo básicamente regional y es hora de que, con imaginación y creatividad, mostremos al mundo las muchas cosas que el Uruguay ofrece. Si en la era industrial la brecha entre los países poderosos y los menos desarrollados se ensanchó ,ayudada por la tecnología, hoy, en la era de la información, ésta desdibuja aquel esquema de ventajas y desventajas y es concebible para un país como el Uruguay un rápido posicionamiento en varias áreas clave del milenio que empieza. De igual modo que las grandes redes ferroviarias, las autopistas, los grandes puertos y las represas constituyeron la piedra angular de la sociedad industrial, los sistemas de información son hoy la infraestructura básica del nuevo tiempo. Todos nuestros jóvenes -y aun aquellos que no lo son tanto- tendrán que ser alfabetos electrónicos, de la misma forma en que antes aprendimos los palotes, las primeras letras, a leer y a escribir. En la actualidad, los países que están a la vanguardia en el mundo ya no son más aquellos con grandes riquezas naturales solamente. Los vientos que soplan en estos momentos han reemplazado algunos paradigmas. Términos abstractos como información y conocimiento hoy son pilares concretos del poder, y las autopistas de la información -como la Internet- han cambiado realmente, no sólo la economía de los países, sino la vida de los países. Un aspecto insospechado de las tecnologías de la información es que la gente, hasta la de las zonas rurales más remotas, se siente el centro del mundo. Desde allí puede trabajar, puede recibir toda la cultura, puede aprender y puede crecer. El Estado tiene en todo esto un papel central -absolutamente central- y será el motor de la implementación de la visión estratégica aquí referida, que es esencial para el Uruguay todo en los próximos años. Es hora de que el Estado asuma en este caso, de nuevo, su papel integrador, superando antagonismos anacrónicos. En el mundo que adviene, a la Universidad, a todo el sistema educativo público y privado, a nuestra empresa de telecomunicaciones, les corresponde jugar un papel excepcional. El Estado será junto a la sociedad civil un gran factor de unión y de reencuentro, reincorporando así, en un mundo en el que las fronteras físicas tienden a desaparecer, a multitud de uruguayos que hoy residen fuera del país, para que compartan la gran causa del despegue de esta sociedad. A esto estamos comprometidos. El Uruguay, país abierto y de vocación internacional, respetuoso de las leyes y de las libertades, no podía menos que integrar desde el primer día -como su Constitución lo establece- el Tratado de Asunción. Hemos crecido en el MERCOSUR; aspiramos a seguir creciendo en el MERCOSUR. Creemos en el MERCOSUR; no nos molestan las crisis; ellas sirven para corregir los errores. Hemos avanzado en pocos años más que otras naciones en muchos. Nuestro objetivo en el MERCOSUR, como uruguayos, es ampliarlo y consolidarlo. Sentimos al MERCOSUR integrado y abierto al mundo, ordenado en su funcionamiento por una Secretaría Técnica, confirmado en sus instituciones por soluciones arbitrales, en la búsqueda permanente de ampliar la región con la incorporación de otras naciones de América, para que en algún momento éstas -que tienen por su origen histórico una vocación de unidad heredada de nuestros grandes libertadores- conformen un mercado formidable desde Alaska hasta Ushuaia. Todos estos caminos conducentes a mejorar la economía, tienen un solo objetivo -uno solo-: el bienestar de los ciudadanos, la justicia, la solidaridad, la igualdad de oportunidades y la libertad. Estas medidas, entre otras, son las que nos van a permitir atender nuestras obligaciones con la salud, a la cual el Uruguay destina el 10% del Producto Bruto Interno y para cuyo ordenamiento tenemos el honor de haber pedido -y de que él lo haya aceptado- al ex Decano de la Facultad de Medicina, doctor Touyá, que sea el Director Nacional de Salud. Asimismo, nos permitirán ocuparnos de temas fundamentales como educación, seguridad y vivienda. Estas medidas darán a los ciudadanos del Uruguay las condiciones de vida a las que tienen derecho por el solo hecho de ser, de existir y de vivir en este país de libertad y de justicia. Solamente las sociedades de economías abiertas y de alta incorporación tecnológica tienen tasas de desempleo aceptables. El Uruguay puede y debe transformarse en una nación de este porte. La economía hoy es la economía del conocimiento y, por lo tanto, en él basa esencialmente la expectativa de crecimiento del Uruguay. Hemos venido desarrollando hasta ahora -y con éxito- una muy fuerte política de apoyo a la educación en los sectores más débiles de la sociedad y, además, entre los niños antes de entrar a la escuela. Hemos hecho muchísimo en esa materia; lo continuaremos haciendo. Atenderemos, con los recursos ya obtenidos, los sectores instalados en los así llamados "asentamiento precarios". Al tiempo que hemos tomado la decisión de hacer el mayor esfuerzo para erradicarlos, afirmamos que el Gobierno Central, ante el error de algunos Municipios en el manejo territorial, está dispuesto a adquirir tierras -más que dispuesto, está decidido a adquirir tierras- a fraccionarlas en lotes con servicios, para evitar que los ciudadanos, en violación de los derechos de propiedad, muchas veces no tengan otro camino que ocupa un terreno para vivir, en un país en donde sobra tierra y falta gente. También en la educación superior queremos poner énfasis. Estamos convencidos de que, desde la Universidad de la República -con su Rector, el ingeniero Guarga- y desde los sectores de la actividad privada, vamos a poder hacer en común una enorme cantidad de cosas dentro y fuera del país. Además, el MERCOSUR no puede ser únicamente un MERCOSUR político -como lo es y es importante que así lo sea y que lo siga siendo- ni tampoco solamente un MERCOSUR económico -como lo es y es importante que lo siga siendo y se perfecciones-; tiene que ser un MERCOSUR cultural, un MERCOSUR científico, un MERCOSUR tecnológico, en donde el conocimiento de nuestra academia, de la gente intelectualmente superior de estas naciones se junte para poder hacer cosas en común y desarrollar una civilización, no solamente como nos corresponde, sino como es nuestra obligación, en esta América que es grande por lo que ha hecho y por lo que podemos hacer todos juntos. Hace muchos años -ya bastantes- en oportunidad de participar en la reforma de la Constitución de 1966, pude contribuir a incluir en su texto algunas disposiciones, una de las cuales para mí es fundamental. La misma tiene que ver con la familia y dice: "La familia es la base de nuestra sociedad. El Estado velará por su estabilidad moral y material, para la mejor formación de los hijos dentro de la sociedad". Ello quiere decir, en buen romance, que en la vida vale más el "ser" que el "tener" representado el "ser" por los valores morales, éticos y de conducta, que se aprenden, antes que en ningún otro lugar, en el regazo de la madre, en el seno de la familia y en la escuela, porque ésta es nuestro segundo hogar y seguirá siéndolo por siempre en este país. Toda política social tiene, pues, por finalidad vigorizar a la familia, a la familia uruguaya, porque haciéndolo se asientan los valores a los cuales está sujeta nuestra civilización, desde nuestros orígenes primeros -de donde todos provenimos- conforme el único libro que todos hemos leído -comulguemos con él, o no- y que leemos desde Alaska hasta Ushuaia. Son los mismos valores morales que sentimos desde que nacemos. Aunque nadie nos venga a decir cuándo nos portamos mal o cuándo nos portamos bien, cada uno de nosotros sabe, dentro de su ser, qué es lo que está haciendo, qué es lo que está bien y qué es lo que no se debe hacer. Eso es el centro y el corazón de la vida de las sociedades. El Gobierno que tengo el honor de presidir es un Gobierno de unidad, de una unidad política que surge no sólo del acuerdo de tres partidos, sino, además y naturalmente, de las disposiciones constitucionales que los uruguayos nos hemos dado. Pero esa unidad que él representa no se limita a su gestión., sino que es nuestro propósito extenderla a todos los distintos sectores de la sociedad, tanto de la sociedad política como de la sociedad civil. Como lo hemos hecho hasta ahora, en los próximos cinco años llegaremos a todos los sectores de nuestra nación para escuchar, para informar, para dialogar y para sostener, con firmeza y claridad -como lo hemos hecho siempre- nuestras ideas y puntos de vista, en procura de los entendimientos y los acuerdos que aseguren la armonía de los uruguayos y sellen para siempre -sellen para siempre- la paz entre los uruguayos. Y ésa nuestra obligación. Si tantas cosas hemos pasado y tanto hemos sufrido y ninguno de nosotros puede decir que alguien es culpable o que alguien es inocente -por lo tanto, éste no es el resultado de un mundo maniqueo, de malos contra buenos, sino que todos estamos dentro de la misma historia- es a todos nosotros que nos corresponde, como responsabilidad primera, sellar para siempre la paz entre los uruguayos. Este año, el 23 de setiembre de 2000, recordaremos los ciento cincuenta años de la muerte de nuestro héroe, el General José Artigas. Su pensamiento filosófico, político, libertario y económico se expresa con diáfana claridad en las Instrucciones del Año XIII, particularmente en la número III, que nos dice: "Se promoverá la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable". Nuestro compromiso, desde el Gobierno de la República, con todos los uruguayos, se afianza, no sólo en el juramento aquí pronunciado, sino en la profunda identificación que sentimos con el ideario artiguista. Para finalizar, permítaseme una referencia personal. Como todos los uruguayos, llegamos a estas tierras en busca de libertad, de trabajo, de familia, de destino. Vinimos desde las costas catalanas, del pequeño puerto de Sitges, hace ya doscientos años. Durante toda este tiempo hemos tratado de servir a la Patria: en los campos de batalla, en la revolución del Quebracho, en el Gobierno de la República, en el destierro, en la vida política, en el periodismo, siempre luchando por la libertad y por la justicia social. Ese ha sido, por generaciones, nuestro estilo de vida. Hoy lo comprometo ante ustedes. Hasta pronto y buena suerte a todos.
2005 Tabaré Vázquez (2.542 palabras)
SEÑOR PRESIDENTE DE LA REPUBLICA.- Señor Presidente de la Asamblea General; señoras y señores Legisladores; señor Presidente y señores Ministros de la Suprema Corte de Justicia; señores Presidentes y Jefes de Estado de países hermanos; señoras y señores Jefes y miembros de delegaciones internacionales que nos honran con su presencia; señores Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas; señores ex Presidentes de la República Oriental del Uruguay, doctores Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle; autoridades nacionales y departamentales; compatriotas residentes en el país o en el exterior que siguen esta ceremonia a través de los medios de comunicación; señoras y señores: de acuerdo con el pronunciamiento ciudadano del 31 de octubre próximo pasado, y en cumplimiento de lo dispuesto en la Constitución de la República, he realizado ante esta Asamblea General la declaración de fidelidad constitucional que corresponde a quien ha sido electo para ejercer la Presidencia de la República durante el período de gobierno que hoy se inicia. No es esta una ceremonia meramente protocolar. Por el contrario, la declaración de fidelidad constitucional no solo da cuenta del mayor honor al que puede aspirar un ciudadano en una sociedad democrática, sino que además implica el mayor compromiso de aquel a quien la ciudadanía le ha confiado responsabilidades de gobierno. Pueden ustedes estar seguros de que seré vertical e integralmente consecuente con dicha declaración. Señoras y señores, esta es la primera vez que hablo en este recinto y seguramente será la última. Permítanme, entonces, compartir con ustedes algunas ideas que, expresadas aquí y en estas circunstancias, adquieren una especial significación. En primer lugar, que no he venido solo. Llego a la Presidencia de la República junto a cientos de miles de compatriotas que el pasado 31 de octubre se expresaron soberana y democráticamente a favor de un proyecto de país mejor para todas las uruguayas y todos los uruguayos. En segundo término, que venimos de lejos. Nos inspiran e impulsan los principios de libertad, solidaridad e igualdad de oportunidades para todos los uruguayos, tan presentes en el ideario de nuestro Padre Artigas y aún hoy tan plenamente vigentes. Libertad, porque la libertad es un impulso que no garantiza la felicidad humana, pero asegura la condición humana. Libertad para ser felices; libertad para ser independientes y tener intereses privados; libertad para colaborar en la construcción de un mundo donde a nadie se le estafe la oportunidad y la ocasión de ser feliz. Sin libertad, la igualdad es una caricatura y la vida no tiene sentido. Solidaridad, porque ella es el mejor componente de la condición humana, aquella que nos hace asumir al otro como un semejante y a todos como nosotros mismos. Igualdad: igualdad ante la ley, pero también igualdad ante la vida. La igualdad como derecho básico y como mandato ético. Quiero decirles también que, aunque venimos de lejos, debemos ir mucho más lejos aún. Las naciones no se construyen refugiándose en el pasado, ni resignándose al presente, ni renunciando al futuro. Lo que hace apasionante a esta compleja pero hermosa creación humana que es la sociedad democrática, es que esta nunca será perfecta pero siempre es perfectible. No somos los dueños del pasado de nuestro país, pero tampoco somos ajenos al mismo. La fuerza política que me honró con la candidatura al cargo que hoy asumo tiene raíces más que centenarias, y su trayectoria, como las de los demás partidos políticos del Uruguay, ha sido un aporte en la construcción del Uruguay de nuestros días, que no es otro más que el Uruguay que las uruguayas y los uruguayos hemos podido construir a lo largo de generaciones. La historia no tiene fin, pero como la historia se construye también con opciones cotidianas, quiero decirles, además, que tenemos el firme propósito de recorrer ese largo camino que está ante nosotros junto a todas las mujeres y a todos los hombres de este país. Porque así como las naciones se construyen entre todos, los cambios trascendentes también han de involucrar a todos. El Gobierno que hoy asume funciones tiene señas de identidad bien definidas, y por cierto que su accionar será coherente con los valores, los principios y las propuestas que lo inspiran, pues, entre otras razones, tal es la voluntad ciudadana expresada el pasado 31 de octubre. Pero, asimismo, este Gobierno será el Gobierno de todos los uruguayos; de todas las uruguayas y de todos los uruguayos por encima de raza, edad, lugar de residencia, identificación ideológica, credo religioso, filiación política o condición social. En tal sentido, permítanme reiterar en esta oportunidad la especial trascendencia que adjudico a los acuerdos en materia económica, exterior y educativa entre el nuevo Gobierno que hoy se inicia y los partidos políticos, oficializados el pasado 16 de febrero en este edificio, sede del Parlamento Nacional. Sería ingenuo esperar de tales acuerdos efectos milagrosos, pero sería necio desconocer la significación de los mismos en tanto expresión de voluntad y compromiso político de quienes los suscribimos, para con la República, para con la Patria. Permítanme decir también que, sin perjuicio de la importancia de tales acuerdos, el Gobierno que hoy asume considera que los cambios que el Uruguay reclama y merece no solamente necesitan un gran sustento político, sino que también requieren sustento social, y que actuará en consecuencia. En el mundo, atrás, definitivamente atrás, quedan los tiempos de los gobiernos pretendidamente iluminados y sustancialmente distantes. Ahora los hombres y las mujeres de este país asumen el derecho inalienable y la responsabilidad inexcusable de ser los artífices de su propio destino. Señoras y señores: no ignoro el contexto mundial, regional y nacional en el que asumo la responsabilidad de gobierno que la ciudadanía uruguaya me ha confiado. Soy también plenamente consciente tanto de las dificultades como de los desafíos, de las posibilidades y de las expectativas existentes en dicho contexto. Creo que, ante esta realidad, en estas circunstancias y por una razón de elemental respeto al pueblo uruguayo, a ustedes y a mí mismo, están de más los relatos enciclopédicos, los análisis ecuménicos y las promesas ambiguas. Sin embargo, por esta misma razón considero necesario que, en una línea de continuidad con la declaración de fidelidad constitucional ya realizada, reitere mi compromiso de trabajo. Mi compromiso de trabajar al extremo máximo de mis aptitudes, potestades y posibilidades en la construcción de un proyecto nacional de desarrollo productivo y sustentable. Mi compromiso de trabajar incansablemente por el Uruguay social, productivo, innovador, democrático y regionalmente integrado que, como las caras de un poliedro, conforman una única estrategia de país para todos los uruguayos. Mi compromiso de jerarquizar el Poder Legislativo, que reside en esta Casa, como ámbito representativo de la voluntad ciudadana, como organismo de control, como espacio de debates, pero también de acuerdos democráticos imprescindibles para construir Nación. Mi compromiso de respetar y apoyar al Poder Judicial en su condición de Poder estatal independiente y, al mismo tiempo, garantizar su independencia económico-financiera. Mi compromiso de jerarquizar a los Gobiernos Departamentales tanto en su representatividad ciudadana como en sus responsabilidades para con la ciudadanía. Mi compromiso de combatir implacablemente la corrupción y cualquier otra modalidad de gestión desaprensiva del Estado. Mi compromiso de instrumentar políticas que ofrezcan a nuestra gente posibilidades de trabajo decente. Y, en estrecha relación con lo anterior, mi compromiso de promover políticas educativas, científicas y tecnológicas que preparen a nuestros hombres y mujeres -en especial, a los más jóvenes- para ese trabajo decente, que es, al fin y al cabo, la mejor política social y la mejor política económica que puede tener un país. Mi compromiso de promover una política activa en materia de derechos humanos. Reconozcámoslo: a veinte años de recuperada la institucionalidad democrática aún subsisten, en materia de derechos humanos, zonas oscuras. Reconozcamos también que por el bien de todos es necesario y posible aclararlas en el marco de la legislación vigente para que la paz se instale definitivamente en el corazón de los uruguayos y la memoria colectiva incorpore el drama de ayer, con sus historias de entrega, sacrificio y tragedia, como un indeleble aprendizaje para el mañana. Y con la verdad buscaremos que nuestra sociedad recupere la paz, la justicia y, sobre todo, que el horror de otras épocas nunca más vuelva a pasar. Nunca más, uruguayos reconozcamos, además, que también hay mucho para hacer en materia de igualdad racial, equidad de género, derechos del niño -¡derechos del niño!-, derecho a la información, derecho a la cultura, derecho a un medio ambiente seguro. Esos también son derechos humanos que hacen a la calidad de la democracia. Mi compromiso de escuchar a la gente, de dialogar con ella, de rendirle cuentas, de promover una ciudadanía que potencie los derechos políticos, civiles y sociales de las uruguayas y de los uruguayos. En fin, mi compromiso de trabajar por los cambios propuestos durante la campaña electoral y que la ciudadanía respaldó con su voto, respaldo que todos deben respetar y que quien habla asume como un mandato. Atrás, definitivamente atrás, quedó el tiempo de los "mandatos presidenciales" amnésicos respecto a la voluntad de sus "mandantes" y a las necesidades de sus "mandatados". Prometimos cambios y haremos cambios, empezando por el Gobierno mismo en su actitud, en sus acciones, fundamentalmente en lo que se refiere a la austeridad, el respeto, el diálogo, la tolerancia y la modalidad de trabajo cotidiano. Cambios impostergables; cambios factibles; cambios responsables; cambios progresivos; cambios entre todos y para todos, pero especialmente en beneficio de quienes más los necesitan para alcanzar niveles de vida digna. Señoras y señores: permítanme ahora hacer algunas referencias específicas. La primera de ellas a los ilustres Jefes de Estado, representantes de Gobiernos, organizaciones de la sociedad civil y personalidades de países hermanos que nos acompañan. Gracias, muchas gracias por vuestra presencia en un país en el que deseamos se sientan como en casa y por acompañarnos en esta jornada tan trascendente para el Uruguay. Valoramos vuestra actitud y corresponderemos a ella instrumentando una política exterior independiente, de Estado y basada en: Primero, la adhesión al derecho internacional y especialmente el pleno respeto a la soberanía de los Estados, la defensa y promoción de los derechos humanos, la solución pacífica de las controversias, el principio de no intervención, la autodeterminación de los pueblos, el universalismo en las relaciones internacionales y la defensa y promoción de la democracia. Desde el inicio de nuestro Gobierno debe quedar bien claro -lo decimos con respeto, pero con la máxima firmeza-: no toleraremos injerencias externas en nuestros asuntos internos; los asuntos, decisiones y problemas de los uruguayos los resolvemos entre los uruguayos. Segundo: el firme rechazo a todo tipo de terrorismo, violencia y discriminación. Tercero: el compromiso con el MERCOSUR y el carácter prioritario del proceso de integración como proyecto político estratégico en la agenda internacional del Uruguay. Lo hemos dicho muchas veces y lo decimos ahora una vez más: el Gobierno que hoy asume quiere más y mejor MERCOSUR; un MERCOSUR ampliado, redimensionado y fortalecido, que será a su vez una plataforma más sólida para lograr una mejor inserción internacional tanto del bloque en sí como de todos sus integrantes. Cuarto: sin perjuicio de lo anterior, desarrollaremos activamente nuestras relaciones con todos los demás países latinoamericanos - todos, sin excepción alguna-, pues de todos nos sentimos igualmente hermanos por nuestra común condición latinoamericana. Aportaremos nuestra convicción y nuestra voluntad para dar un nuevo impulso a las cumbres iberoamericanas, a la rápida y mejor concreción del tratado de asociación con la Unión Europea, al mejor relacionamiento con otros bloques regionales ya existentes o en formación, así como al desarrollo de la cooperación Sur-Sur. Nuestra integración al mundo tampoco ignorará la relación con los organismos financieros internacionales. También en este terreno, desde el cumplimiento de las obligaciones contraídas por el país, promoveremos una relación de mutuo respeto que tenga en cuenta las necesidades y el derecho al desarrollo de la sociedad uruguaya en su conjunto. En fin, la política exterior del Gobierno que hoy inicia su tarea se nutrirá de las mejores tradiciones que hicieron del Uruguay en el pasado un país respetado por la comunidad internacional; respetado no por sus dimensiones ni por su fuerza, sino por su actitud de vanguardia y por su coherencia en la afirmación de principios éticos de derecho y de justicia en la relación entre las naciones. Rescataremos ese legado y daremos prioridad a las Naciones Unidas como ámbito de afirmación de la vigencia del derecho internacional y del multilateralismo. En un mundo lacerado por la desigualdad y el hambre, comprometemos todos nuestros esfuerzos para que la agenda del desarrollo, que encuentra uno de sus principales fundamentos en la Declaración del Milenio de las Naciones Unidas, sea preeminente frente a una agenda de la seguridad cuyos discutibles resultados están a la vista. Señoras y señores: la segunda referencia que quiero hacer está dirigida a tres sectores específicos de la sociedad uruguaya: nuestros jóvenes, nuestras mujeres y nuestros compatriotas que viven en el exterior. A nuestros jóvenes, no solamente porque son nuestro mejor vínculo con el futuro, sino también -y principalmente- porque son ellos mismos. No tenemos la ridícula y peligrosa pretensión de construir el futuro en nombre de los jóvenes; queremos, sí, construirlo junto a ellos. Queremos contar con sus esperanzas, con su alegría y, sobre todo, con su rebeldía y su compromiso. A las mujeres uruguayas, para quienes el "no más deberes sin derechos, ni derechos sin deberes" que en 1884 proclamara una trabajadora, lavandera, llamada Mercedes, sigue siendo un objetivo que compartimos y asumimos. Y a nuestros compatriotas que viven en el exterior, porque la patria peregrina es peregrina, pero sobre todo es patria. Señoras y señores: entre las muchas peculiaridades que presenta la historia de las naciones latinoamericanas hay una especialmente trágica: la soledad en que murieron tantos precursores de nuestra independencia. José Artigas fue uno de ellos. Traicionado y derrotado en 1820, vivió exiliado en nuestra hermana República del Paraguay hasta su muerte, en 1850. En cierta forma, ese exilio fue una larga agonía, una crucifixión de treinta años que Artigas soportó en silencio, sin un lamento, sin un reproche. Cuenta la historia que alguien fue a visitarlo, atraído por su pasado como Jefe del Pueblo Oriental y Protector de los Pueblos Libres. Al recibirlo, el viejo General le preguntó con una mezcla de tristeza y picardía: "¿Así que mi nombre todavía suena por allá?". Señoras y señores: siento que no puedo cerrar esta intervención -seguramente la única que haré ante ustedes y en este recinto- sin responder la pregunta de nuestro Padre Artigas: por cierto que su nombre suena todavía y suena fuerte. El nombre de José Artigas nos impulsa y convoca; su ejemplo nos inspira y compromete y, en nombre de ese compromiso, al expresar ante ustedes mi fidelidad constitucional como Presidente de la República, los invito desde mis sentimientos, mis convicciones y mis responsabilidades a trabajar juntos en la construcción de un Uruguay donde nacer no sea un problema, donde ser joven no sea sospechoso, donde envejecer no sea una condena, un Uruguay donde la alimentación, la educación, la salud y el trabajo decente sean derechos de todos y todos los días; un Uruguay confiado en sí mismo; un Uruguay que recupere su capacidad de soñar y de hacer sus sueños realidad. Muchas gracias.
2010 - José Mujica (4.888)
Señora Presidenta de la Asamblea General hasta hace un minuto, mi querida Lucía; Legisladores y Legisladoras que representan la diversidad de la nación; Presidentes y Presidentas de países amigos que están con nosotros; altos funcionarios destacados para apoyar esta ceremonia; Cuerpo Diplomático; Presidente de la Suprema Corte de Justicia; Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas; señores ex Presidentes; dirigentes de los partidos políticos del Uruguay, de las principales organizaciones sociales y de las comunidades religiosas; en fin, señores y señoras: a todos los aquí presentes, gracias. Y también gracias a todos ustedes, compatriotas del alma, los que nos acompañan desde sus casas, desde las calles, desde el exterior; gracias. Mis pocos conocimientos jurídicos, extraordinariamente escasos, me impiden dilucidar cuál es el momento exacto en que dejo de ser Presidente electo para transformarme en Presidente a secas. No sé si es ahora, o si es dentro de un rato cuando reciba los símbolos del mando de manos de mi antecesor. Por mi parte, desearía que el título de electo no desapareciera de mi vida de un día para otro. Tiene la virtud de recordarme a cada rato que soy Presidente solo por la voluntad de los electores. "Electo" me advierte que no me distraiga y que recuerde que estoy mandatado para la tarea. No en vano, el otro sobrenombre de los Presidentes es mandatario; primer mandatario, si se quiere, pero mandado por otros, no por sí mismo. Con mejores palabras y más solemnidad, esto es lo que la Constitución establece. La Constitución es un marco, una guía, un contrato, un límite que encuadra a los gobiernos. Ese parece ser su propósito principal. Pero es también un programa que nos ordena cómo comportarnos en cuestiones que tienen que ver con la esencia de la vida social. Por ejemplo, nos manda literalmente evitar que las cárceles sean instrumentos de mortificación; o nos dice no reconocer ninguna diferencia de raza, género o credo. ¡Cuánta deuda tenemos aún con nuestra Constitución! ¡Con qué naturalidad la desobedecemos! No está de más recordarlo hoy, un día en que nos enorgullecemos de estar aplicando las reglas con todo rigor y detalle. Por nuestra parte, pondremos todo nuestro empeño en cumplir los mandatos constitucionales; en cumplir los que aluden a las formas de organización política del país, por supuesto, y también en cumplir los enunciados constitucionales que describen la ética social que la nación quiere darse. Hoy es el día cero, o el día uno de mi Gobierno. Yo agregaría: hoy es un día de cielo abierto; mañana comienzan los pasos hacia el purgatorio. Y para mí, gobernar empieza por crear las condiciones políticas para gobernar. Por si suena como un trabalenguas lo repito: para mí, gobernar empieza por crear las condiciones políticas para gobernar; y gobernar para generar transformaciones hacia el largo plazo es más que nada crear las condiciones para gobernar treinta años, con políticas de Estado. Me gustaría creer que esta de hoy es la sesión inaugural de un gobierno de treinta años; no mío, por supuesto, ni tampoco del Frente Amplio, sino de un sistema de partidos, tan sabio y tan potente que sea capaz de generar túneles herméticos que atraviesen las Presidencias de distintos partidos y que, por allí, por esos túneles, corran intocadas las grandes líneas estratégicas de los grandes asuntos: asuntos como la educación, la infraestructura, la matriz energética o la seguridad ciudadana. Esto no es una reflexión para el bronce ni para la posteridad. Es una formal declaración de intenciones. Me estoy imaginando el proceso político que viene como una serie de encuentros a los que unos llevamos los tornillos y otros llevan las tuercas. Es decir, encuentros a los que todos concurrimos con la actitud de quien está incompleto sin la otra parte. En ese tono se va a desarrollar el próximo Gobierno del Frente Amplio, asistiendo incansablemente a las mesas de negociación, con vocación de acuerdo. Puede ser que el Gobierno tenga más tornillos que nadie, más tornillos que el Partido Nacional, más tornillos que el Partido Colorado y que el Partido Independiente, más que los empresarios y más que los sindicatos. Pero, ¿de qué nos sirven los tornillos sueltos si son incapaces de encontrar sus piezas complementarias en la sociedad? Vamos a buscar así el diálogo, no de buenos ni de mansos, sino porque creemos que esta idea de la complementariedad de las piezas sociales es la que mejor se ajusta a la realidad de hoy. Nos parece que el diagnóstico de concertación y convergencia es más correcto que el de conflicto, y que solo con el diagnóstico correcto se puede encontrar el tratamiento correcto. Miramos la radiografía y lo que vemos adentro de la sociedad son formas convexas y cóncavas negociando el ajuste, porque se necesitan entre sí. Entonces, pensamos que sería contra natura que los representantes políticos de esos retazos sociales nos dedicáramos a separar y no a concertar. En Uruguay todos los partidos políticos son socialmente heterogéneos, pero los partidos tienen fracciones y las fracciones tienen acentos sociales. Pero aun en el caso de las fracciones más específicamente representativas de sectores, el mandato de sus votantes no es el de atropellar ciegamente para conquistar territorio. Hace rato que todos aprendimos que las batallas por el todo o nada son el mejor camino para que nada cambie y para que todo se estanque. Queremos una vida política orientada a la concertación y a la suma, porque de verdad queremos transformar la realidad; de verdad queremos terminar con la indigencia; de verdad queremos que la gente tenga trabajo; de verdad queremos seguridad para la vida cotidiana; de verdad queremos salud y previsión social bien humanas. Nada de esto se consigue, en este país, a los gritos. Basta con mirar a los países que están adelante en estas materias y vamos a ver que la mayor parte de ellos tienen una vida política serena, con poca épica, pocos héroes y pocos villanos; más bien tienen políticos que son honrados artesanos de la construcción. Nosotros queremos transformaciones y avances de verdad. Queremos cambios de esos que se tocan con la mano, que no afectan las estadísticas, sino la vida real de la gente. Estamos convencidos de que para lograrlo se necesita una civilizada convivencia política, y no vamos a ahorrar ningún esfuerzo para alcanzarla. Por supuesto, nada de esto comienza con nosotros. El país tiene hermosas tradiciones de respeto recíproco que vienen de muy atrás, pero es probable que nunca hayamos estado tan cerca de conseguir un cambio cualitativo en la intensidad de esos vínculos entre partidos políticos. Quizás ahora podemos pasar de la tolerancia a la colaboración, de la confrontación controlada a ciertos modos societarios de largo plazo. Con el Frente Amplio en el Gobierno el país ha completado un ciclo. Ahora todos sabemos que los ciudadanos no le extienden cheques en blanco a ningún partido y que los votos hay que ganárselos una y otra vez, en buena ley. Los ciudadanos nos han advertido a todos que ya no son incondicionales de ningún partido, que evalúan y auditan las gestiones, que los que hoy son protagonistas mañana pueden convertirse en actores secundarios. Después de cien años, al fin, ya no hay partidos predestinados a ganar y partidos predestinados a perder. Esa fue la dura lección que los lemas tradicionales recibieron en los últimos años. El país les advirtió que no eran tan diferentes entre sí como pretendían, que sus prácticas y estilos se parecían demasiado, y, tal vez, que se necesitaban nuevos jugadores para que el sistema recuperara su saludable tensión competitiva. Por su parte, el Frente Amplio, eterno desafiante y ahora transitorio campeón, tuvo que aceptar duras lecciones, no ya de los votantes sino de la realidad. Descubrimos que gobernar era bastante más difícil de lo que pensábamos, que los recursos fiscales son finitos y las demandas sociales infinitas; que la burocracia tiene vida propia; que la macroeconomía tiene reglas ingratas pero obligatorias, y hasta tuvimos que aprender, con mucho dolor y con vergüenza, que no toda nuestra gente era inmune a la corrupción. Estos últimos años han sido, entonces, de intenso aprendizaje para todos los actores políticos. Es probable que ahora todos estemos más maduros y, por tanto, listos para pasar a una etapa cualitativamente nueva en el relacionamiento entre las fuerzas políticas. Cada uno con su identidad y sus énfasis ideológicos, sin aflojarle ni a la pulseada ni al control recíproco, pero sí ampliando dos capacidades que estamos lejos de haber llevado al máximo: la sinceridad y la valentía. Más sinceros en nuestro discurso político, llevando lo que decimos un poco más cerca de lo que de verdad pensamos y un poco menos atado a lo que nos conviene, y más valientes para explicarle, cada uno a su propia gente, los límites de nuestras respectivas utopías. Esa sinceridad y esa valentía van a ser necesarias para llevar adelante las políticas de Estado que proyectamos y con las cuales soñamos, tal vez. Para ponernos de acuerdo vamos a tener que rebajar nuestras respectivas posturas y promediarlas con las otras, y esa rebaja implica líos obligatorios con nuestras bases políticas. Ese va a ser un test de valentía. Los temas de Estado deben ser pocos y selectos; deben ser aquellos asuntos en los que pensamos que se juega el destino, la identidad, el rostro futuro de esta sociedad. Sin pretensiones de verdad absoluta, hemos dicho que deberíamos empezar con cuatro asuntos: educación, energía, medio ambiente y seguridad. Permítanme un pequeño subrayado: educación, educación, educación y otra vez educación. Los gobernantes deberíamos ser obligados todas las mañanas a llenar planas, como en la escuela, escribiendo cien veces: "Debo ocuparme de la educación". Porque allí se anticipa el rostro de la sociedad que vendrá. De la educación dependen buena parte de las potencialidades productivas de un país, pero también la futura aptitud de nuestra gente para la convivencia cotidiana. Seguramente, cualquiera de los aquí presentes podría seguir agregando argumentos sobre el carácter prioritario de la educación, pero lo que probablemente nadie pueda contestar con facilidad es: ¿a qué cosas vamos a renunciar para dar recursos a la educación? ¿Qué proyectos vamos a postergar, qué retribuciones vamos a negar, qué obras dejarán de hacerse? ¿Con cuántos "No" habrá que pagar el gran "Sí" a la educación? Ningún partido querrá quedar en soledad para hacerse responsable de todo ese desgaste. Tendremos que hacerlo juntos, decidirlo juntos y, por supuesto, poner el pecho juntos. Este es el significado de las políticas de Estado. Sus consecuencias no deben beneficiar ni perjudicar a ningún partido en particular. Me pregunto: ¿estamos dispuestos a hacerlo? Si no lo estamos, todas nuestras grandes declaraciones de amor por la educación no serán más que palabras de discurso político. También hemos sugerido que los temas de infraestructura de energía sean separados de la agenda gubernamental corriente y tratados en común por todos los partidos. La energía es un asunto lleno de complicaciones técnicas. Implica complejos pronósticos sobre el stock de recursos no renovables, como los hidrocarburos. Pero también implica casi adivinanzas sobre lo que nos traerá el desarrollo tecnológico de la energía solar o de la energía eólica, e implica cálculos, de resultados todavía inciertos, sobre la conveniencia de hacer agricultura de alimentos o agricultura para producir biocombustibles. Pero después que todos los ingenieros y todos los adivinadores del futuro den su veredicto, la política tendrá que ocuparse de las definiciones estratégicas en temas en los que la opinión social va a estar dividida. El más notorio de esos temas es el uso de la energía nuclear para generar electricidad. Otro es el de cuánto estamos dispuestos a pagar para apoyar las energías renovables que no son económicamente rentables, incluidos los biocombustibles. En estos temas, tan imprevisibles, el aumento de la base de sustento político no garantiza que se tomen decisiones óptimas, pero sí asegura que los rumbos elegidos no serán modificados sobre la marcha. En materia energética no se puede avanzar en zigzag, porque pueden pasar décadas entre el momento en que un proyecto comienza a andar y el momento en que empieza a producir. También hemos reservado las estrategias de medio ambiente para ser tratadas en régimen de políticas de Estado. Hoy, la comunidad internacional nos pide que nos pensemos a nosotros mismos como miembros de una especie cuyo hábitat está cada vez más amenazado. Hace años que el país ha incorporado una fuerte conciencia sobre el tema, ha legislado con bastante sabiduría y ha operado con decisión y transparencia. Pero la tensión entre el cuidado del medio ambiente y la expansión productiva va a ir en aumento. Vamos a estar cada vez más tironeados entre las promesas de la explosión agrícola y las amenazas asociadas al uso intensivo de elementos como los agroquímicos, etcétera; para no hablar de asuntos más complejos como las incógnitas vinculadas a la modificación genética de las especies vegetales. Hasta nuestras pobres vacas, con sus emisiones de gas, son un enorme tema de discusión medioambiental en el mundo, o de otras yerbas, y un viejo adversario que de vez en cuando cambia de ropaje.Sobre todos estos asuntos ya empiezan a escucharse algunos tambores de guerra, afortunadamente de guerra conceptual, entre los partidarios de la producción a rajatabla y los preservacionistas a toda costa. El Estado deberá arbitrar y tomar las mejores decisiones. Sean las que sean, deberán tener un ancho respaldo político para que tengan toda la legitimidad posible y puedan sostenerse en el tiempo contra viento y marea. Aquí, de nuevo, el sistema político tendrá que ser sincero y valiente, porque para cuidar el medio ambiente habrá que renunciar a algunas promesas productivas o, al revés, para sostener la producción habrá que rebajar la ambición de una naturaleza intocada. Nos jugamos mucho en todo esto; tenemos que decidirlo entre todos y después enfrentar las consecuencias entre todos. La seguridad ciudadana es el último tema que estamos proponiendo abordar, de inmediato, en régimen de política de estado. No lo incluiríamos si solo se tratara de mejorar la lucha contra una aumentada delincuencia tradicional. Creemos que no solo estamos frente a un escenario de números crecientes, sino ante transformaciones cualitativas. Ahora tenemos drogas como la pasta base, de muy bajo costo, que no solo destruyen al adicto sino que lo inducen a la violencia. Y tenemos mafias enriquecidas, con amplia capacidad de generar corrupción en todas partes. Además, tenemos operadores del narcotráfico internacional que usan el país para el tránsito, la distribución y el lavado de dinero. Aún somos una sociedad tranquila y relativamente segura en el contexto de este continente, sin vueltas. Pero lo peor que podríamos hacer es subestimar la amenaza. La sociedad ha levantado el asunto a los primeros lugares de la agenda pública y desde el sistema político tenemos que responder sin demora y a fondo. Educación, energía, medio ambiente y seguridad son los temas para los que deberíamos definir estrategias orientadas al largo plazo, y luego arroparlas, protegerlas del vaivén político, para que puedan proyectarse en el tiempo y consumar sus efectos. Para todo lo demás necesitamos que la política discurra en sus formas naturales, es decir, el Gobierno en el gobierno y la oposición en la oposición, con respeto recíproco, pero cada uno en su lugar. Como Gobierno nos corresponde la iniciativa para trazar el mapa de ruta. Aquí vamos. Lo que hoy comienza se define a sí mismo, entusiastamente, como un segundo Gobierno. Ya dijimos en la campaña que nuestro programa se resume en dos palabras: "Más de lo mismo". En primer lugar, vamos a dar al país cinco años más de manejo profesional de la economía, para que la gente pueda trabajar tranquila e invertir tranquila. Una macroeconomía prolija es un prerrequisito para todo lo demás. Seremos serios en la administración del gasto, serios en el manejo de los déficit, serios en la política monetaria y más que serios, perros, en la vigilancia del sistema financiero. Permítanme decirlo de una manera provocativa: vamos a ser ortodoxos, casi, en la macroeconomía. Y lo vamos a compensar largamente siendo heterodoxos, innovadores y atrevidos en otros aspectos. En particular, vamos a tener un Estado activo en el estímulo a lo que hemos llamado el país agrointeligente. El agro uruguayo está viviendo una revolución tecnológica y empresarial, creciendo muy por encima del resto del país. Los problemas hoy son otros: la sustentabilidad del suelo y la incorporación masiva del riego como factor de producción y, sobre todo, de mitigación ante las frecuentes sequías. Los proyectos de fuentes de agua que involucran predios de diferente propiedad o multiprediales -como se dice en la jerga- marcan una época y es un deber darles el máximo apoyo. Las políticas de reserva y de seguros son exigencias de la adaptación al cambio climático. La investigación, la recreación genética, la alta especialización en las ramas biológicas que nutren el trabajo agrícola de toda esta región, definible como último reservorio alimentario de la humanidad, son para nosotros el capítulo central de una especialización que hemos dado en llamar "el país agrointeligente". Queremos que la tierra nos dé uno, y a ese uno agregarle diez de trabajo inteligente, para al final tener un valor de once, verdadero, competitivo y exportable. No vamos a inventar nada; vamos, con humildad, detrás del ejemplo de otros países pequeños como Nueva Zelanda o Dinamarca. Si el país fuera una ecuación, diría que la fórmula a intentar sería: agro, más inteligencia, más turismo, más logística regional, y punto. Esta es nuestra gran ilusión. Permítannos soñar. A mi juicio, esa es la única gran ilusión disponible para el país. Por eso no vamos a esperar de brazos cruzados que nos la traiga el destino o el mercado. Vamos a salir a buscarla con decisión pero también con seriedad, apoyando solo aquellas actividades que, una vez maduras, tengan verdadera chance de subsistir por sí mismas. No queremos repetir errores del pasado. En particular, no queremos que nos vuelva a pasar lo que ocurrió entre los años cincuenta y setenta, cuando la sociedad, tal vez con buena intención, desperdició enormes recursos en la quimera de industrias imposibles. Ya una vez quisimos ser autárquicos y producirlo todo fronteras adentro. Nos fue mal; bastante mal. Sería criminal no aprender de aquellos dolores y volver a una economía enjaulada y cerrada al mundo. Somos muy pequeños. Y si vamos a ser proactivos en ciertas dimensiones de la economía productiva seremos el doble de proactivos en la búsqueda de una mayor equidad social. ¡Eso sí: no vamos a esperarlo sentados! Ahí sí que no tenemos paciencia para esperar que la prosperidad resuelva las cosas por sí misma. Tal como hizo el Gobierno que termina, vamos a llevar el gasto social a lo máximo posible y vamos a sostener y a profundizar los múltiples programas solidarios emprendidos en los últimos cinco años. Ya bajamos la indigencia a la mitad, pero aún queda un 2% de población en esa triste situación. El objetivo es terminar con esa vergüenza nacional y que hasta el último de los habitantes del país tenga sus necesidades básicas satisfechas, en los términos definidos por Naciones Unidas. Pero con saciar las necesidades básicas hacemos muy poco. Hoy, después de años de prosperidad y de esfuerzo solidario, uno de cada cinco uruguayos sigue en condiciones de pobreza. Aun si al país como conjunto le sigue yendo bien estamos amenazados con convertirnos en una sociedad que avanza a dos velocidades: unos recogen los frutos de un crecimiento acelerado; otros, por retraso cultural y marginación, apenas los contemplan. No es justo, pero, además, es peligroso, porque no queremos un país que se luzca en las estadísticas, sino un país que sea bueno para vivir. Y no será bueno si la prosperidad y el bienestar de una familia se tienen que disfrutar con muros o alambres de púa. De nuevo: para enfrentar la pobreza, la educación es la gran fuente de esperanzas. La escuela y sus maestros son el ariete principal que hemos de usar para integrar a aquellos a los que las penurias dejaron al costado. El combate a la pobreza dura tiene mucho de acción formativa en la niñez y también en la adolescencia. A la cabeza de todas las prioridades va a estar la masificación de las escuelas de tiempo completo, seguido por el fortalecimiento de la Universidad del Trabajo y el sostén de esa maravilla que es el Plan Ceibal. Ya tenemos una computadora por niño y por maestro; ahora vamos por una computadora por adolescente y por profesor, y por conexión a Internet en todos los hogares del Uruguay. Si la educación es la vacuna contra la pobreza del futuro, la vivienda es el remedio urgente para la pobreza de hoy. En primera instancia, desplegaremos un abanico de iniciativas solidarias con quienes habitan en viviendas carenciadas, dentro y fuera de los recursos presupuestales. Apelaremos al esfuerzo social. Vamos a demostrar que la sociedad tiene otras reservas de solidaridad que no están en el Estado. Me niego al escepticismo; sé que todos podemos hacer algo por los demás y nos lo vamos a demostrar. ¡Van a ver! Van a aparecer materiales, dinero, cabezas profesionales y brazos generosos. ¡Les apuesto a los escépticos que sí! No quiero olvidarme de nuestros pobres de uniforme. Las Fuerzas Armadas, llenas de pobres, van a ser parte del Plan de Emergencia Habitacional y vamos a movernos rápido para aliviar en algo la penuria salarial que las aflige. Señores: el pasado no es excusa para que hoy no nos demos cuenta de que una patria de todos incluye a estos soldados. Nuestro reconocimiento para aquellos compatriotas militares que sirven en Haití y han demostrado una admirable entereza y eficiencia solidaria. En estos años el Uruguay ha cambiado mucho, y nadie discute que ha cambiado para bien. Allí están los números económicos y sociales, de todos los colores. Pero hay un cambio menos visible, imposible de cuantificar pero, a mi juicio, de gran importancia: el cambio en la autoestima, el cambio en la manera en que nos percibimos a nosotros mismos y a los horizontes posibles. Nuestros modestos éxitos nos han hecho más ambiciosos y mucho más inconformistas. Hasta cierto punto, ¡bienvenido el inconformismo! ¡Bienvenido el cuestionamiento de viejas certezas! Y en esta línea, ¡bienvenido el profundo cuestionamiento al Estado uruguayo! Del Estado hacia adentro, como estructura, como organización, como prestador de servicios. El Uruguay se mantuvo al margen de los vientos privatizadores de los años noventa. Es más: la sociedad recibió propuestas, las consideró y las rechazó explícitamente. Estuvimos entre los abanderados de ese rechazo, y no nos arrepentimos. Pero el respaldo de los ciudadanos fue a un modo de propiedad social, no a un modo de gestión de la cosa pública, y menos a sus resultados. Es probable que aquellos eventos y estas confusiones hayan postergado demasiado la discusión franca sobre el Estado, sobre los recursos que consume y sobre la calidad de los servicios que presta. Hoy, una revisión profunda es impostergable. Necesitamos evaluaciones serias, imparciales y profundas. Necesitamos números y comparaciones. Y con todo eso a la vista tenemos que rediseñar el Estado. Todos sabemos que puede ser más eficiente y más barato. Esta reforma no va a ser contra los funcionarios, sino con los funcionarios, o no se hará. Pero tampoco vale hacerse el distraído: el 80% de la eficacia del Estado se juega en el desempeño de los funcionarios públicos. La sociedad uruguaya ha sido benévola con algunos de sus servidores públicos y casi cruel con otros. Ha permitido que funciones sencillas, que no requieren esfuerzo ni preparación desmedida, en algunas oficinas se paguen siete, ocho veces más de lo que recibe quien realiza un trabajo imprescindible y duro, como un policía o un maestro rural. Cuando estas asimetrías duran un tiempo pueden considerarse errores o desaciertos; cuando duran décadas, más bien parecen manifestaciones de una sociedad que se va volviendo cínica. Del mismo modo, la sociedad uruguaya ha protegido a sus servidores públicos mucho más que a sus trabajadores privados. Recordemos que en la crisis de los años 2002 y 2003 casi doscientas mil personas perdieron sus trabajos. Se estima que otras doscientas mil sufrieron rebajas en sus salarios, y todos, todos, fueron trabajadores privados. Como bien ha dicho el Presidente Tabaré, esta es la madre de todas las reformas. No deberíamos permitir que esa madre siga esperando. Compatriotas: ¿en qué mundo vivimos? Amigos que han venido del exterior: ¿en qué mundo vivimos? No está fácil de saber; me gustaría preguntárselo. Sin duda, quienes tienen mucho mundo me atrevería a decir que no van a poder darme una respuesta simple. ¿Verdad que no? El mundo está cambiando a cada rato y, lo que es peor, a cada rato está cambiando la teoría de cómo se construye un mundo mejor. Todavía no acabamos de padecer las consecuencias de la crisis planetaria con que nos obsequió el sistema financiero en la cumbre del mundo. Descubrimos que habían creado un universo de burbuja y de casino, pero que desde allí no solo se jugaba a la ruleta sino que se podía golpear al mundo productivo real. Durante la crisis, para rescatar lo que quedaba en pie se rompieron dogmas que parecían sagrados; se decretó la muerte de los paradigmas vigentes y se volvió a la política como un refugio de esperanza. Hoy, ante los desafíos no previsibles de la realidad, casi todos pensamos que ningún camino puede descartarse a priori, ninguna experiencia desconocerse, ninguna fórmula archivarse para siempre; solo el dogmatismo ha quedado sepultado. No está fácil navegar. Las brújulas ya no están seguras de dónde quedan los puntos cardinales. Así que mirando las estrellas nos quedan algunas pocas certezas para orientarnos. Primero, que en el mundo ya no hay un centro sino varios y que la globalización es un hecho irreversible. Por todos lados, los humanos anudamos nuestro destino y nos hacemos mutuamente dependientes, nos demos cuenta o no. La idea de cerrarse al mundo quedó obsoleta pero, a su vez, el proteccionismo sigue vivito y coleando, y a menudo es protagonizado por unidades de tamaño continental. Los latinoamericanos, un poco a los tumbos, venimos intentando construir mercados más grandes. ¡Pero cómo nos cuesta! Somos una familia balcanizada, que quiere juntarse pero no puede. Hicimos, tal vez, muchos hermosos países, pero seguimos fracasando en hacer la Patria Grande; por lo menos hasta ahora. Nosotros no perdemos la esperanza, porque aún están vivos los sentimientos: desde el río Bravo a las Malvinas vive una sola nación: la nación latinoamericana. Dentro de nuestro hogar latinoamericano tenemos un dormitorio que compartimos y que se llama MERCOSUR. ¡Ay, MERCOSUR! ¡Cuánto amor y cuánto enojo suscita! Pero hoy estamos en público y no es el momento de hablar de los temas de alcoba. (Hilaridad) -Solo déjenme afirmar que, para nosotros, el MERCOSUR es "hasta que la muerte nos separe"... (Aplausos en la Sala y en la Barra) ...y que esperamos una actitud recíproca de nuestros socios mayores. Deseamos que el Bicentenario nos encuentre con un Río de la Plata más angosto, despejados todos los caminos y los cielos que nos unen. He reservado para el final la más grata de todas las tareas: saludar la presencia de quienes han venido a acompañarnos desde el exterior, especialmente de aquellos que han venido desde muy lejos, casi inesperadamente. Muchas gracias. Años atrás hubiéramos considerado estas visitas como un valioso gesto diplomático, una cortesía de país a país. Creo que en los últimos tiempos estas presencias tienen un significado mucho más intenso y mucho más político. Siento que al estar aquí, ustedes expresan el respaldo a los procesos democráticos de renovación del poder; se hacen testigos de la celebración. La democracia no es perfecta; hay que seguir luchando por mejorarla. Ya sabíamos del afecto, pero nos gusta más sentirlo en la presencia física de todos ustedes; sentirlo cara a cara y también corresponderlo cara a cara. Esto es así para el afecto entre la gente y para el afecto entre los países. Los hombres no somos solo ideas, somos sentimientos. Quererse de cerca debería estar recomendado en las academias de diplomacia. Así que, amigos del mundo aquí presentes, reciban el agradecimiento del Uruguay entero. Somos un país admirable para vivir, pequeño, sin multitudes, sin megalópolis, con Ministros que caminan por las calles sin escolta de cuidado. Somos un país que ama los fines de semana largos... (Hilaridad) ...tanto como la libertad. Y estamos esperando, no solo turistas sino mucha gente que venga a residir, porque este es un país ¡donde vale la pena vivir! Así que, amigos del mundo aquí presentes, reciban ese agradecimiento, y sepan que no solo estamos honrados por su presencia; estamos contentos de tenerlos aquí y hasta diría que conmovidos, muy particularmente este viejo luchador. Para terminar, déjenme llegar al borde de la exageración y decir que este Gobierno que empieza no lo ganamos sino que en gran parte lo heredamos, porque la principal razón de nuestra llegada a la Presidencia es el éxito logrado por el primer Gobierno del Frente Amplio, encabezado por el doctor Tabaré Vázquez. (Aplausos en la Sala y en la Barra) Él y sus equipos han hecho un gran trabajo. Tal vez como país hemos tenido suerte; deseo que la sigamos teniendo, pero a la suerte hay que ayudarla. Nosotros vamos a seguir en todo lo posible por ese camino, construyendo una patria para todos y con todos, absolutamente con todos. Muchas gracias.
2015 - Tabaré Vázquez (2.530 palabras)
SEÑOR PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA.- Señores representantes, gobernantes de países hermanos y amigos, señores ex-Presidentes de la República, señoras y señores legisladores, señoras y señores: al inicio de mi alocución quisiera, fervorosamente, saludar los treinta años ininterrumpidos de democracia de que gozamos en el Uruguay. (Aplausos en la Sala y en la Barra). -Quiero también recordar y saludar aquel primer Gobierno posdictadura que presidiera el doctor Julio María Sanguinetti, quien precisamente desde aquí, hace treinta años, asumiera la Presidencia de la República. (Aplausos en la Sala y en la Barra). -Señoras y señores: hace exactamente diez años, desde este mismo lugar, me dirigí a la Asamblea General del Poder Legislativo en ocasión de asumir la Presidencia de la República. Hoy la vida me da una segunda oportunidad. Ha pasado el tiempo y, obviamente, muchas cosas ocurrieron en el Uruguay y en el mundo: algunas buenas, algunas malas y otras sencillamente horribles. Es así que pocas veces en su historia la humanidad se vio tan sacudida, tan golpeada, tan abrumada como en estos tiempos. La violencia, el miedo, el terror y la intolerancia campean en distintas regiones de nuestro planeta. Los conflictos bélicos que parecen no concluir nunca; las muertes violentas y las que podrían ser evitables; los excluidos; el hambre crónica y la desnutrición que padecen millones de personas mientras toneladas de alimentos se arrojan diariamente como si fueran desperdicios; la intolerancia y la discriminación por razones religiosas, étnicas o de orientación sexual, constituyen la realidad a la que hacemos referencia. Parecería que los virtuosos -recordando a Aristóteles cuando afirmaba que «hay una línea entre la virtud y el vicio que divide a toda la humanidad»- están perdiendo terreno. No obstante, debemos decir que también hay signos positivos que nos alientan. No son pocos los que claman y luchan por la paz; quienes trabajan a favor de los derechos humanos; los que se preocupan por los pobres e indigentes; aquellos que militan cuidando el medio ambiente. Frente a esta dramática, crítica y a la vez contradictoria realidad mundial, cuando un ciudadano electo libre y democráticamente por el pueblo soberano para presidir el país se presenta ante ustedes, legítimos representantes del mismo, y ante los honorables visitantes provenientes de países amigos y hermanos, considera oportuno hablar, como lo hiciera hace diez años, de los principios y valores que constituyen el modo de vida del pueblo uruguayo. Por feliz coincidencia, en este momento histórico se cumplen 200 años del Reglamento Provisorio de Tierras, a través del cual nuestro prócer Artigas, en el apogeo de su Gobierno y desde Villa Purificación afirmara, en conocida y célebre frase, el principio: Que los más infelices sean los más privilegiados. Es, entonces, propicia esta circunstancia para recordar los valores que animaran al gobierno artiguista. No se trata de una mera rememoración de ocasión, sino que estos valores serán los referentes axiológicos que inspirarán y animarán las políticas y medidas concretas que desde nuestro Gobierno impulsaremos. Ruego, entonces, a todos ustedes que me permitan despojar al prócer José Artigas de la frialdad y rigidez del bronce y del mármol, de los mitos y oropeles que lo rodean, y evocarlo con respeto y admiración, como un hombre con sus virtudes y sus defectos, como un «simple ciudadano», tal como pidiera se le designara el 25 de abril de 1815 en oficio al Cabildo de Montevideo; un hombre que dirigiendo su Ejército popular derrotó a los invasores y al final de esa batalla -la conocida Batalla de las Piedras- pidiera generosidad a su tropa para salvar a los vencidos. ¡Qué diferente del momento actual, donde se inmolan víctimas que se graban por televisión y tristemente se muestran como si fuera un espectáculo circense o deportivo! (Aplausos en la Sala y en la Barra). -Artigas fue, como todo hombre o mujer, hijo de su época, «El hombre y su circunstancia», como escribiera Ortega y Gasset. Situemos, pues, a este hombre en el marco histórico de su circunstancia, donde se entrecruzaban de modo fermental las diversas corrientes doctrinarias del momento histórico que le tocó vivir. Era aquella «la época de la filosofía», de la Ilustración, el «Siglo de las Luces», donde era referencia obligatoria hablar, entre otros tópicos, de «la filosofía moral de los clásicos griegos». También era la época en que, en la Universidad de Córdoba, predominaba la enseñanza de los humanistas, inspirados en las tesis comunitarias de raíz no individualista sobre la soberanía popular y el bien común. Era el tiempo en que vientos independentistas recorrían el suelo americano. Artigas nace en esa época, cincuenta y seis años después de la fundación de Santo Domingo de Soriano, primer centro poblado de lo que luego sería el Uruguay. Nace el 19 de junio de 1764, en un Montevideo muy joven, con apenas cuarenta años de vida. Hacía solo nueve años de fundada la ciudad de Maldonado. Por entonces, Miguel Hidalgo, revolucionario mexicano, cumplía 11 años; George Washington, 32. En 1765, al año de Artigas, nacerá otro revolucionario mexicano: José María Morelos. En 1766, lo hace el prócer paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia. En 1769, cinco años después del nacimiento de Artigas, nace Napoleón Bonaparte. En 1778, San Martín, Mariano Moreno y el futuro prócer chileno O'Higgins. En 1783, Simón Bolívar. Artigas tenía entonces 19 años. Recordemos, además, la realidad histórica de aquel momento. En 1764, año del nacimiento del Jefe de los Orientales -que luego sería llamado, inicialmente por resolución del Cabildo de Córdoba, «Protector de los Pueblos Libres»-, comienza el conflicto entre Inglaterra y sus colonias americanas originado por el tema de los impuestos, siendo el año de 1776 cuando estalla la revolución y guerra de la Independencia de lo que posteriormente serían los Estados Unidos de América. Artigas tenía 12 años. Cuando cumplió 16, nuevamente se sacude la tierra americana, y esta vez en el sur; José Gabriel Condorcanqui, llamado Túpac Amaru, encabeza en Perú la insurrección indígena más importante de estas latitudes. En 1789 comenzó la Revolución Francesa bajo el lema: «Libertad, Igualdad y Fraternidad». Y en agosto de ese año se aprobó la «Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano», que consagra la «Resistencia a la opresión» como un derecho de todos los pueblos. Es entonces donde nace y se forja la personalidad de Artigas. Será, como se ha dicho, su «grandeza de alma», su «hombría de bien», su compromiso con los más humildes y desposeídos, lo que lo hace trascender mientras que otros de esa época quedaron en el olvido o en la triste historia. Hombre de dos sociedades, vive primero en Montevideo hasta los 16 años. A los 10, inicia su educación primaria en el Convento San Bernardino de los Padres Franciscanos; estudió dos años y aprendió lo básico: leer, escribir y contar. En 1780 abandonó la ciudad y se internó a vivir en la campaña y en los bosques durante diecinueve años. Una vida anónima que se desarrolló en contacto con las tolderías de los indios charrúas, con la cultura guaraní, con los negros, mestizos y zambos, y con los gauchos contrabandistas de ganado al norte del río Negro, sin perjuicio de que posteriormente, en diálogos enriquecedores, alternará con vigorosas personalidades intelectuales. Llevó vida de «hombre suelto». Vivió la «libertad de los campos» y allí maduró su espíritu revolucionario. Un siglo después, en 1881, el historiador argentino Bartolomé Mitre escribía: «Artigas es hoy una especie de mito del que todos hablan y ninguno conoce». Y en 1910, Juan Zorrilla de San Martín expresaba magistralmente: «Artigas no ha sido visto, ya no digo en el mundo, pero ni siquiera en América». «Su aparición va a sorprender a muchos, pero acabará imponiéndose a todos». Para Zorrilla, Artigas era un «caudillo popular en todo el Virreinato», «el héroe criollo», «el héroe de la independencia de América», el que creyó «en la democracia nativa». Es en ese hombre, pues -es allí-, en el que debemos buscar los valores y principios que conforman la identidad del pueblo uruguayo, valores y principios que en estos tiempos del mundo, más que nunca, debemos reivindicar, asumir y llevar a la práctica: libertad, igualdad, justicia, democracia, determinación, autodeterminación de los pueblos, ilustración, solidaridad, fraternidad, integración, respeto y tolerancia hacia los otros son mandatos que emanan del pensamiento artiguista y que intentaré desarrollar brevemente, basándome en documentos que, con su firma, nos legara. La libertad es uno de los máximos valores por los que luchó el prócer. De ahí la carta que le dirigiera el 20 de diciembre de 1812 a la Junta Gubernativa del Paraguay, afirmando: «Yo estoy ya decidido: propenderé siempre a los triunfos de la verdadera libertad». Cinco días después le escribirá a Sarratea, su enemigo declarado: «La cuestión es solo entre la libertad y el despotismo». Pero si Artigas combatió por la libertad de los pueblos, con igual denuedo luchó por la igualdad de quienes los integren. Por eso le recordará al Gobernador de Corrientes, José Da Silva, el 9 de abril de 1815: «Todo hombre es igual en presencia de la ley. Sus virtudes o delitos los hacen amigables u odiosos. Olvidemos esta maldita costumbre, que los engrandecimientos nacen de la cuna». Partiendo de este principio igualitario, nuestro prócer no querrá sojuzgar a los indígenas y les reconocerá el derecho de gobernarse por sí mismos. De ahí que casi un mes después del anterior oficio, el 3 de mayo de 1815, le escribirá al antedicho Gobernador: «Yo deseo que los indios, en sus pueblos, se gobiernen por sí». Seis meses después, el 10 de febrero de 1816, insistirá sobre este tema en carta al Cabildo de Corrientes y, demostrando su coherencia y perseverancia, afirmará: «Es preciso que a los indios se los trate con más consideración, pues no es dable, cuando sostenemos nuestro derecho, excluirlos del que justamente les corresponde». Artigas reafirmará este principio de integración y solidaridad, pronunciándose contra la exclusión, defendiendo el derecho de los marginados, expresando: «Recordemos que ellos tienen el principal derecho y que sería una degradación vergonzosa para nosotros mantenerlos en aquella exclusión vergonzosa que hasta hoy han padecido por ser indianos». La libertad y la igualdad las sustentaba con la justicia. En carta a la Junta Gubernativa del Paraguay de 20 de diciembre de 1812, expresará el prócer: «la razón y la justicia sancionarán mi proceder». Y en misiva a Barreiro del 28 de agosto de 1815, le ordena: «no condescienda de manera alguna con todo aquello que no se ajusta a la justicia y a la razón». Sobre la base de los tres principios enunciados: libertad, igualdad y justicia, Artigas será un celoso defensor de los derechos de los pueblos. «Hoy estamos resueltos a hacer valer los derechos que los tiranos [...] nos tenían usurpados», le escribe a Antonio Pereira el 10 de mayo de 1811. En correspondencia al comandante de las Misiones, el notable caudillo guaraní Andrés Artigas, le explicaba cuál era el fin buscado por sus acciones revolucionarias, reiterando su idea de autogestión para los pueblos indígenas: «con el fin» -le dirá- «de dejar a los pueblos en el pleno goce de sus derechos, esto es, para que cada pueblo se gobierne por sí». Y en carta a Simón Bolívar fechada el 20 de julio de 1817, le expresará: «Unidos íntimamente por vínculos de naturaleza y de intereses recíprocos, luchamos contra tiranos que intentan profanar nuestros [...] derechos». Artigas recogía y extendía a toda la Provincia lo que el presbítero Pérez Castellano expresara refiriéndose a Montevideo en 1808: «La primera ciudad en América en proclamar sus derechos». Para Artigas los «derechos de los pueblos» se asientan en su soberanía. Por ello, rindió culto al pueblo soberano en su discurso de abril de 1813, diciendo: «Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana». En relación a los derechos de los pueblos y su ejercicio, en el pensamiento artiguista es pilar fundamental la integración, la Patria Grande. De este modo, le escribirá a la Junta Gubernativa del Paraguay, el 7 de diciembre de 1811: «Nuestro sistema continental», «nuestra América»; se refiere a la del Sur. Elocuentemente, al Cabildo de Montevideo, el 9 de mayo de 1815 le advertirá: «Nosotros no debemos tener en vista lo que podemos respectivamente, sino lo que podrán todos los pueblos americanos reunidos». Ya con anterioridad le hará saber a Manuel Sarratea, el 25 de diciembre de 1812: «Hallará en mí» -dijo Artigas- «a un hombre decidido por el sistema de los pueblos». La defensa de la soberanía de los pueblos hará que Artigas, sin caer en un peligroso aislacionismo, sea particularmente cuidadoso y firme en su relación con las potencias de la época. En oficio al Cabildo de Montevideo, con fecha 12 de agosto de 1815 y refiriéndose al comandante de los buques ingleses que comercializaban en ese momento en los territorios de la Banda Oriental, expresará: «Si no le acomoda, mande vuestra señoría retirar todos sus buques, que yo abriré el comercio con quien más nos convenga». Continuando, más adelante dirá: «Los ingleses deben conocer que ellos son los beneficiados, y por lo mismo jamás deben imponernos; al contrario, someterse a nuestras leyes territoriales, según lo verifican todas las naciones, y la misma inglesa en su puerto». Pero si Artigas fue el principal adalid en la defensa de los derechos de los pueblos, también se preocupará para que en el ejercicio de estos derechos, estos -los pueblos- sean ilustrados. Es entonces en la época de la Patria Vieja que se abre la primera escuela pública. Será en esta época que se inaugurará la Biblioteca Nacional. Es entonces que Artigas pronuncia la conocida frase: Sean los orientales tan ilustrados como valientes. Es en 1815 que aparece también el periódico El Prospecto Oriental, prensa del Estado, que Artigas definió como «conveniente para fomentar la ilustración de nuestros paisanos». Señoras y señores: lo dicho es parte del pensamiento artiguista, de su doctrina, de su filosofía política. Es allí, precisamente allí, que está la génesis de nuestra identidad, de los principios y valores que le son tan caros a los buenos orientales. Inspirados en estos valores, los uruguayos y las uruguayas podemos y debemos proponer, analizar y discutir juntos, con respeto, sobre los distintos caminos para lograr la mejor educación pública para nuestra gente, el mejor de los que se propongan para obtener una salud de calidad e igual para todos, o una vivienda digna para la totalidad de los habitantes, tal como lo establece en su artículo 45 la Constitución de la República. Pero no debemos ni podemos, y no queremos ni por asomo, discutir o cuestionar la matriz de principios y valores que surgen desde el inicio de nuestra historia con el Jefe de los Orientales. Señoras y señores: hace algunos minutos me comprometí ante ustedes a respetar y a hacer respetar la Constitución y la Ley. Ahora, en este momento tan particular que atraviesa el mundo, me comprometo ante ustedes y les pido me acompañen a proclamar, difundir y honrar en todo momento esos principios y valores a los que hice referencia, que constituyen el noble metal en el que se inscribe nuestra identidad como nación, principios y valores que nos legara nuestro prócer, el «simple ciudadano» José Artigas. Muchas gracias. (Aplausos en la Sala y en la Barra).
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