FLOR NUEVA DE ROMANCES VIEJOS

Milicos y Tupas: libro de Haberkorn expone un romance obsceno

12.05.2011

MONTEVIDEO, 12 May (UYPRESS) – Procedimientos conjuntos, sesiones de tortura compartidas, intercambio de conocimientos tácticos y prácticos, camaradería y mutua confianza signaron la ambigua relación entre militares y tupamaros que Leonardo Haberkorn postula en su último libro.

Según parece, la colaboración fue idea de los tupas. Claro que esa es la tesis de Haberkorn, que se sostiene sobre los testimonios recogidos entre tupamaros arrepentidos, como el contador Carlos Koncke y el profesor de historia Armando Miraldi, y entre militares de la época, como el coronel Luis Agosto.

“La inquietud de trabajar juntos vino de los tupas, que nos decían: ustedes nos cagan a patadas a nosotros, pero a los que causaron todo este despelote, no —recuerda el coronel Agosto— Ahí empezamos a investigar los ilícitos económicos. No sé quién lo decidió. Yo era un simple capitán y eso vino de arriba. Hubo una orden superior para que empezáramos a trabajar en esos temas. No fue una cuestión mía, pero no me pareció mal, al contrario”.

El texto, citado por el diario El Observador en su edición de hoy, introduce una hipótesis siniestra que ya era un secreto a voces en los corrillos de la política: la de la cercanía ideológica entre tupamaros y militares, expresada en un profundo rechazo a la institucionalidad y al sistema político, y en la exaltación de los valores marciales del coraje, el honor y la bravura. Lo que, sin embargo, el libro de Haberkorn agrega a esa sospecha ya instalada, es la acusación concreta, directa, que los informantes del autor lanzan sobre sus antiguos camaradas (tanto los ex tuparos sobre sus compañeros como el militar sobre las fuerzas armadas de la época), y que alcanza su punto más infame en la afirmación de que unos y otros participaron, juntos, en allanamientos y sesiones de tortura, amparados en el vago ideal común de socavar el poder de los delincuentes económicos que estaban sangrando a la nación.

HAY TESTIMONIOS. Los tres informantes de Haberkorn (Agosto, Miraldi y Koncke) pasaron, en algún momento de sus vidas, por el cuartel de La Paloma, en la zona del Cerro de Montevideo, en 1972, en la época en que se supone que tuvo lugar la famosa “tregua” entre el MLN y las fuerzas armadas. La tregua, aparentemente, habría consistido en un acuerdo por el cual los militares se comprometían a aflojar la mano con las torturas a los presos, y a cambio obtenían colaboración en la investigación de delitos económicos.

Envueltas por ese aire espeso habrían empezado a producirse las acciones conjuntas que Haberkorn expone: "Sin que mediara la orden de un juez, los oficiales de La Paloma realizaban allanamientos en diferentes empresas o estudios contables y expropiaban libros o documentos para investigar si existían delitos económicos que merecieran ser perseguidos. El Ejército y el MLN, juntos, actuaban así por encima del Poder Judicial y del sistema institucional en su conjunto". El testimonio de Koncke, una vez más, respalda la hipótesis del autor: "Yo iba vestido de civil. Recuerdo que entrábamos a los lugares bien al estilo militar: duros, atropellando, y todo el mundo en el molde. Fui a dos o tres lados así".

CLIMA PERUANISTA. La acusación de haber creído en un golpe de estado “peruanista”, que tantas veces recayó sobre algunos sectores de la izquierda uruguaya, parece tomar en este libro una dimensión nueva. Aunque alguien que se identifica simplemente como “Mónica”, una “ex  guerrillera”, habla de que el clima general era “peruanista” (en alusión al golpe de estado de Velázco Alvarado, en Perú, en 1968, abanderado con la causa antiimperialista y de fuerte impronta populista), lo cierto es que el fervor nacionalista y anti institucional de los militares tenía antecedentes más antiguos en nuestro país, y ese podría haber sido el punto de encuentro entre la guerrilla tupamara y algunos sectores de las fuerzas armadas. O, al menos, ese pudo haber sido el recurso de seducción empleado por los tupamaros, ya en franco tránsito hacia la derrota, con el objetivo de aliviar sus padecimientos en la cárcel y, al mismo tiempo, alcanzar al empresariado corrupto valiéndose del largo brazo del ejército nacional.  Fue entonces que "el cuartel empezó a llenarse de una nueva tanda de presos, pero esta vez no eran tupamaros, ni sindicalistas, ni izquierdistas de ningún tipo. Eran empresarios y profesionales detenidos en función de los documentos comerciales y financieros incautados, sospechosos de corrupción, acusados de defraudar impuestos, señalados como los responsables de vaciar el país con la mirada cómplice de los políticos venales. Ellos se llevaban la riqueza del país y eran la causa de la subversión. Por su culpa los tupamaros se habían alzado en armas. Los oficiales de La Paloma y de otras unidades habían decidido que era hora de que pagaran sus culpas: la subversión debía ser eliminada desde su propia raíz".

Pero el libro de Haberkorn no se detiene ahí. También acusa —siempre a través del testimonio de sus informantes— a los tupamaros de haber actuado la tortura —de gritar y clamar por sus vidas, de fingir tormentos atroces— para que los empresarios confesaran sus crímenes antes de empezar a ser torturados.
Según el coronel retirado Luis Agosto: "Los tupas se prestaban para estar en celdas cercanas y gritar en esos momentos. Desde la pieza de al lado a la que usábamos para interrogar a los ilícitos, los tupas gritaban: “No, no me mates, no me mates”, y los tipos se asustaban y declaraban sin que les hiciéramos nada. Los tupas gritaban y los tipos se cagaban y pedían para confesar".

ROPA SUCIA AFUERA. Los testimonios recogidos por Haberkorn desnudan una convivencia promiscua entre tupamaros y militares que, ciertamente, es demasiado para cualquier estómago sensible. Guerrilleros que mandan en cana a sus compañeros, sicópatas que aceptan formar parte en los interrogatorios para ejercer el martirio y la tortura sobre los detenidos, militantes de poco más de veinte años que pasan de ser heroicos bandoleros clandestinos a ser patoteros agentes encubiertos, todo servido en bandeja para que, en el presente estado de cosas, con tantas fuerzas en disputa en torno al tema de la verdad histórica de esos años, el proceso que antecedió a la dictadura, y la dictadura misma, queden reducidos a una escandalosa novela que bien podría ser una película de Hollywood.

Lo malo de este libro no es el libro, sino el ocultamiento que se va a producir a partir de sus múltiples lecturas, casi con seguridad, la mayoría, amarillistas y superficiales. Porque en eso de exponer en letras capitulares las verdades más mugrientas (pero también las más concretas, las más pedestres, las menos ideológicas) se ocultará lo que debería, tal vez, pensarse en profundidad, y que no es otra cosa que la convicción subyacente a todo esto: una convicción compartida por militares y milicianos en todas partes, y que tiende a considerar que el mundo es el escenario de un despliegue bélico en el que las ideas y el valor simbólico de las instituciones son menos importantes que los movimientos estratégicos y tácticos para conquistar y conservar los territorios.

 

 

Política
2011-05-12T12:54:00

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