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13.05.2025
MONTEVIDEO (Uypress) - La reflexión de Miguel Angel Olivera Prieto, desde Tambores, allá en el norte, analizando la instancia electoral del pasado domingo 11, es terriblemente exacta.
REGIONALISMOS Y POLITICA
Tambores, después de las elecciones departamentales
Las recientes elecciones departamentales y municipales, con especial énfasis en Tambores, dejaron una sensación amarga para muchos en el Frente Amplio. Para mí, como hombre del pensamiento: un aprendizaje. Para Ana María, mujer reflexiva que investiga académicamente: tranquilidad de conciencia. Los números fueron claros: el Partido Nacional arrasó con una ventaja aplastante. Ana, quien fue candidata a alcaldesa, obtuvo alrededor de 40 y pico de votos, mientras que los otros candidatos del Frente Amplio, uno un poco más de 30 y otra, apenas 6. La derrota, aunque esperada, la sentimos, Ana y yo, como el final de un calvario. Conociendo de antemano el final, había un compromiso con compañeros ilusionados.
En un intercambio con amigos, compartí mi visión sobre los resultados y el fenómeno cultural que, a mi entender, subyace en esta realidad electoral. Me distancio de la visión simplista que atribuye el fracaso electoral exclusivamente a la ignorancia o la corrupción. ¿De qué ignorancia se puede hablar?
Si bien es cierto que existen prácticas turbias en algunos actores políticos del Partido Nacional - como el narcotráfico asociado a figuras nacionalistas o las maniobras corruptas de personajes como Besozzi, Caram y Albisu -, la respuesta del interior no puede leerse solo desde esa óptica.
La realidad del interior profundo es un grito cultural que rechaza el discurso de la capital, un discurso urbano que no encuentra resonancia aquí. Yo mismo me siento, en ocasiones, un extraño en mi propio pueblo (porque ahora Tambores también es mío). Soy, a los ojos de los vecinos, un hombre que escucha música "rara", que lee libros incomprensibles y que habla como un "señorito" de ciudad grande, estando rodeado de gente que vive de la gauchada del caudillo, que se siente agradecida cuando le regalan un cuarto de consumo (oveja para el consumo sin vacunar), que adora las jineteadas y las reuniones sociales donde lo local es la ley. Pero que, además, se desarrollan en otros contextos sociales desde este lugar, sin alejarse de donde sintieron orgullo.
En Tambores, Ana es querida, pero también vista como una figura extraña. Hay cariño, sí, pero también una distancia cultural. Lo que hemos vivido aquí no es solo una derrota electoral. Es el recordatorio de una fractura cultural entre el campo y la ciudad, entre lo urbano y lo rural, que se agudiza cada vez más.
Pero este pensamiento rural se traslada a las ciudades de esta región. Tacuarembó es así, Paysandú, Salto, Artigas, son así. Se nutren de culturas con distancias pronunciadas de la capital y sus adyacencias.
Mientras no exista una verdadera revolución cultural, un sincretismo que respete los regionalismos pero que promueva el análisis crítico, la empatía social y una sensibilidad más profunda hacia las problemáticas locales, Montevideo seguirá siendo un bastión urbano incapaz de dialogar con el interior. Y, en cinco años, Lacalle Pou será imbatible.
Cuando se pelea por su pueblo, se defiende una cultura. Aunque su partido, en este caso el Nacional, sea parte de su cultura. Por eso le exigen a la izquierda que sea perfecta, aunque ellos perdonen actos de corrupción. Porque si desde la izquierda queremos cambiarles la cultura, deberíamos ser "perfectos". Así, cuando ven nuestras divisiones, y muchas veces nuestros apetitos personales, sienten que somos iguales, pero con un discurso elaborado y lejano a su vida. Entonces: ¿para qué cambiar?
En Tambores, un par de personas se encargaron de destrozar la imagen del Frente Amplio. Se ocuparon de mostrar, falsamente, que estábamos divididos, que había intereses ocultos, que no conocíamos el pueblo. Evidentemente, ellos saben menos que nosotros, porque le dieron excusa a una cultura en defensa propia que no aceptó nuestra propuesta. Porque si hay alguna opción de cambio, que sea por algo tangible, mucho mejor, un riesgo hermoso de cambiar, pero no cambiar por lo mismo, hiriendo su cultura. Aún al costo de nuestros discursos urbanos e ideológicos, tan lejanos a las costumbres y vidas rurales de la mayoría de esta gente buena.
En Tambores, Giménez será alcalde. Un buen vecino, no un hacendado ni rico. Un trabajador. Lo acompañó un pueblo que se defendió de nosotros, que no vio que teníamos un compromiso ético, que somos buena gente. Tambores defendió su cultura, y yo lo acepto. Bien por Tambores. Bien por Giménez.
Hoy estamos tranquilos. La derrota estaba anunciada y, en cierto modo, el peso de la campaña ha quedado atrás. Pero la pregunta persiste: ¿cómo podemos construir un proyecto político que no se sienta extraño en su propia tierra? Porque, en lo personal, no me interesa un proyecto político, no estuve en la lista de Ana y no pienso estar en ninguna lista en el futuro. Lo que en Tambores me ha interesado es la orfandad cultural de jóvenes y niños, y quisiera hacer algo por ellos. Nada más.
En este contexto, surge la pregunta: ¿qué políticos o pensadores han abordado realmente esta fractura cultural? ¿Quiénes han sido capaces de entender que el problema no es solo económico o ideológico, sino profundamente cultural? Pocos han visto que la clave está en dialogar con las tradiciones locales, en comprender el orgullo identitario del interior. Mientras se continúe pensando en el país como una dicotomía entre Montevideo y el resto, cualquier intento de transformación será percibido como una imposición, una agresión, y no como una construcción colectiva.
Desde una perspectiva social, lo que ocurre en Tambores es un microcosmos del conflicto cultural que atraviesa todo el país. Aquí se ponen en tensión dos visiones del mundo: una urbana, centrada en la elaboración crítica del pensamiento, y otra rural, anclada en prácticas tradicionales y lealtades históricas. La resistencia del interior a los discursos de la capital es, en esencia, un acto de reafirmación identitaria. La comunidad no rechaza las ideas en sí mismas, sino que percibe en ellas una amenaza a sus formas de vida, a sus referentes y a sus valores. Deja de lado los hechos de corrupción y considera más importante la defensa de sus regionalismos.
Para cualquier intento de transformación cultural, la clave estará en reconocer y respetar esas dinámicas, integrarse sin imponer, dialogar sin descalificar.
Para nosotros esto ha sido una lección de vida.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias