Pablo Valenti. 52 años a toda velocidad

10.08.2021

MONTEVIDEO (Uypress/Esteban Valenti) - Para sacarme las ganas, para no seguir llorando y arrastrando mi bronca y la falta de explicaciones imposibles, escribo esta breve historia incompleta, para no perder estos recuerdos que todavía me alegran la vida.

Padre e hijo sonrientes como siempre...

Es para aferrarme a algo cierto del pasado, porque ya no tengo ningún futuro con mi hijo, que se murió un martes 13 de julio del 2021 a los 52 años de edad en la Argentina. Sano, sin ninguna comorbilidad pero también sin una sola vacuna, fuerte y trabajador, lleno de ideas y de proyectos, y con una gran cantidad de amigos, colegas y sobre todo familiares que lo queríamos mucho. Y era una parte fundamental de mi propia vida. Y creo que la de muchos.

Escribo porque debe haber más de 4 millones de historias parecidas, de seres humanos que esta pandemia de mierda se llevó y nos dejó a decenas de millones de personas llorando con nuestras heridas irreparables y sin siquiera poder despedirnos. Cada historia es diferente, llena de vida y de aventuras y está muy lejos de esos fríos números estadísticos. Entre esas cifras están nuestros dolores, ausencias, y una parte de nuestras propias vidas y cariños perdidos.

Escribo por todos ellos y en particular por Paula, sus hijos Adrián, Romina, Chiara, Luca y Allegra y su nieto Salvatore y por mi querido Pablo. Este relato es parcial, porque la velocidad del recorrido de Pablo desde que comenzó a viajar al exterior y a vivir en diferentes países me hizo imposible seguirlo. Vivió en seis países diferentes y era un constructor incansable de anécdotas y de amistades.

Pablo y sus hijos, Allegra, Chiara, Luca, Romina y Adrian

Pablo comenzó a visitarme en la panza de su madre Ana, embarazada de 7 meses cuando en las tardes viajaba hasta el cuartel del 5to. Grupo de Artillería donde yo estaba preso por las eternas 'Medidas de Seguridad' de Pacheco Areco. Yo era dirigente estudiantil. Primero llegaba Pablo y un poco más atrás, siempre con el mismo vestidito floreado de verano, su madre. Nunca los pude olvidar, entre otras cosas por los nervios, Ana nunca fue muy puntual. Pero llegaban y el oficial de guardia, en ese tiempo en que los soldados eran soldados y no verdugos miserables, siempre le perdonaba sus demoras y la dejaba pasar.

Era el momento de alegría máximo, de luz, de aire fresco cada día en aquel enorme cuartel. Fueron solo dos semanas. Poco después que yo salí del cuartel nació Pablo, era muy grande y cabezón para su madre tan chiquita, estaban en el Casmu de la avenida Garibaldi (siempre me ufané que mis tres hijos nacieron en la avenida Giuseppe Garibaldi el héroe de dos mundos). El trabajo de parto duró muchas horas de una interminable noche de enero de 1969 y finalmente el doctor Hugo Sacchi le hizo una cesárea de urgencia, con un tajo vertical tremendo.

Nació con la cabeza alargada por el esfuerzo y casi 4 kilos de peso. Recuerdo su querida, su entrañable abuela, a la que Pablo siempre adoró, Hilda López mirándolo en la vitrina donde antes se ponían en exhibición a los bebés, decirme que era hermoso y la verdad, es que luego de ese esfuerzo por nacer, de hermoso tenía muy poco. Pero pasaron los días, volvimos a casa y fue realmente un bebé llorón, exigente, grande, pesado, hambriento y hermoso.

Desde que llegó al pequeño apartamento de la calle Decroly 5071 lo desbordó completamente. De día y de noche. No le alcanzó nunca con el pecho que le daba la madre, así que tuvimos que recurrir a los suplementos alimenticios. Antes de dormir le dábamos una mamadera entera que se tomaba con la desesperación de un náufrago. Entre las 3 y las 4 de la mañana con la constancia de un converso se despertaba y nos hacía sentir su voz potente e incansable. Paseos en brazos, meceos de la cuna, cánticos de los más variados y nada. El bebé insistía. Hasta que le encontramos una solución drástica, en lugar de disolver la leche en polvo (el complemento, que además costaba un ojo de la cara), en una mamadera normal, con Ana recurrimos a una botella de agua mineral Vitel de medio litro y no recuerdo ni como enganchamos el chupón, pero finalmente el dedo de un guante de goma perforado fue la solución. Se la tomó entera, luego eructó con la fuerza de un tueno y se durmió hasta la mañana siguiente. Así fue siempre Pablo, él quería devorarse la vida, rápido, de un sorbo.

Y crecía proporcionalmente. Cuando tenía seis o siete meses, en pleno invierno, cuando su madre lo traía en el Troleybus 70 de la casa de sus abuelos, envasado en un enterito acolchado celeste que parecía hecho para un astronauta y que le había regalado mi madre, yo los esperaba y los recuerdo perfectamente llegar caminando por la calle Missouri y era difícil distinguir quien traía a quien, porque el niño acolchado era casi tan grande como su madre.

Verónica, Pablo y Claudio y alguno de sus primos

Voy a elegir unas pocas anécdotas, porque lo pintan, lo dibujan. Un día invitamos a almorzar al flaco Horacio Bazzano, que andaba un poco deprimido y era un ser humano excepcional. Como todos los domingos nos zampamos una fuente enorme de ravioles con estofado y el flaco, cortés y atento como siempre, trajo una bandeja de masas de la confitería Torino. Yo había comprado también algunas masas. Y el flaco preguntaba cómo haríamos. Fue fácil, le pusimos las masas al alcance de Pablo y una por una, de un solo bocado se zampó una porción totalmente desproporcionada para su edad. Silenciosamente. El flaco Bazzano no podía creerlo.

Pablito tenía una debilidad por nuestro perro y viceversa. El Dogo era un bóxer atigrado oscuro, de muy mal carácter, que más de una vez ladrando y gruñendo detrás de la puerta de calle, había calmado los ánimos incursores de los milicos que venían a allanar la casa  durante las medidas de seguridad. Pablo hacía lo que quería con su amigo, abusando de la paciencia del Dogo. Lo sacaba de abajo de la cama donde se refugiaba y lo llevaba hasta el borde del balcón de ladrillos que le impedían ver, lo hacía echarse y se le subía arriba para gozar del espectáculo de la calle y el jardincito. Era un peligro, porque si el perro se paraba podía tirarlo para abajo, se lo dijimos mil veces. Siempre alguno debía quedarse atento a vigilar. Pablo era tenaz y cabeza dura y el Dogo era un santo con su pequeño amigo. Jamás se levantó mientras Pablo se paró sobre su lomo, en reconocimiento la primera palabra que dijo el niño, no fue ni mamá ni papá, fue Dogo.

Tuvo varias aventuras con los milicos. En una oportunidad del año 1969, cuando yo editaba UJOTACE el suplemento del diario El Popular, tuve un altercado en la explanada de la Universidad con un tira miserable, que se llamaba Bayarres, que luego llegó a ser guardia de seguridad de Sanguinetti en su primera presidencia, hasta que lo descubrieron como un esbirro de la dictadura que trabajaba buscando uruguayos en Argentina y lo expulsaron, ese día estaba acompañado de un fachito miserable, Diocles Ibáñez y me quisieron detener. Yo no podía caer preso porque llevaba en un portafolio todos los clichet de metal de la edición de UJOTACE así que amagué con darles la cédula y los dejé plantados y salí corriendo hacia el IAVA. Recuerdo a Manolo Flores Silva que estudiaba en el Instituto, a grito pelado convocando a la gente contra los tiras. Y lo logró, salió la gente del IAVA y de los boliches y no me pudieron detener.

Pero como eran realmente eso, miserables, se fueron con un auto de la comisaría 25ª. de Plaza de los Olímpicos a mi casa y detuvieron a Ana, que nunca fue muy amable con los botones. Pablo que tenía ocho meses quedó a cargo de una vecina solidaria, Elsa, que además siempre lo quiso mucho.

El Colorado Luis Echave haciendo intervenir a un juez logró que la liberaran a Ana. Lo más lamentable fue que en el manoteo en la explanada, los miserables se quedaron con una foto de Pablito sentado en la cama y "vestido" con un saco de la madre. Gordo como una pelota y con una sonrisa impagable.

Otra anécdota fue durante la dictadura, ya habían nacido sus dos cómplices, sus hermanos Claudio en julio de 1970 y Andrea Verónica en octubre de 1972. La noche del sábado 29 de junio de 1974, la misma en la que unas horas después asesinaron a Nibia Salbasagaray. Era una operación contra el Sector Universitario de la UJC, de la que Nibia era su secretaria de finanzas y yo su secretario político.

En casa irrumpió el alférez a cargo del G2 con un grupo de soldados, revisaron todo y dejaron "una ratonera", un operativo para detenerme cuando volviera a mi casa. El "valiente" oficial, que tuvo directa relación posterior con el asesinato por torturas de Nibia y llegó a general en plena democracia, Miguel Dalmao. Dejó un suboficial y dos soldados en la trampa y él fue a seguir su labor y a las dos de la madrugada detuvo a Nibia y luego la asesinaron.

Los militares se quedaron ocupando el apartamento durante casi toda la semana, primero con Ana y los tres niños adentro sin poder salir, y luego con el padre de Ana, Cesar y el tío Darío que quedaron también detenidos cuando fueron a averiguar que sucedía. El apartamento tenía 45 metros cuadrados, lo que hizo la convivencia algo incómoda. Sobre todo porque Pablo, que tenía 5 años, no aceptaba pasivamente la situación. Se hizo bastante famosa en su tiempo la anécdota: en determinado momento uno de los soldados sentado en un escalón tenía su arma apoyada y Pablito la miraba fijamente, era muy curioso y atento, con ese vozarrón impertinente que siempre tuvo, le dijo que su papá tenía un arma mucho mejor que la de ellos y les daría lo que se merecían. Gran revuelo, nuevo revoltijo en busca de la tal arma y el alférez que llegaba cada tanto con su camioneta Commer tratando de sondear al niño. No pasó de allí. No obtuvo mayor información, aunque el niño decía la verdad, yo tenía un subfusil M-3 calibre 45 escondido en un doble fondo del ropero en la época de los atentados fascistas contra diversas casas de militantes de izquierda y Pablito me había visto guardarlo una vez, porque siempre andaba tratando de entender y saber todo. Poco después me fui de casa a vivir clandestinamente a lo de Milton y su esposa Anita. Obviamente había devuelto el arma.

Yo no caí esa noche en la ratonera porque Ana se las ingenió para colocar la señal de alerta en el balcón, una manguera verde. No fue una maceta de geranios rojos como figura en mi novela, una licencia romántica.

Cuando una noche a las tres de la mañana varios compañeros encabezados por Fernando Olivari mudaron a toda la familia, porque la situación era insoportable dada la frecuencia de las visitas de las fuerzas conjuntas, Pablo hizo su aporte, bien despierto e interesado como siempre. Con Fernando se conocían perfectamente, porque cada tanto venía al taller de cerámica que teníamos cerca del Mercado Modelo y nos ayudaba con una esponjita a limpiar las piezas pequeñas antes de ponerlas en el horno. Y sobre todo nos ayudaba a comer lo que cocinábamos sobre el horno. La comida fue siempre una parte fundamental de la vida de Pablo.

Toda la familia tiene una colección de fotos de platos enviada por WhatsApp durante la cuarentena. Desde Buenos Aires, Pablo cocinaba con gran creatividad y nos tentaba y desafiaba a todos. El único que le seguía el paso era su tío Giorgio.

La paella su especialidad

 

Giorgio y Pablo en la cocina...

A fines de  1974 yo viajé a Buenos Aires para organizar algunas tareas de transporte y apoyo del Partido en la clandestinidad, entre otras cosas porque tenía cédula argentina y parientes en ese país. Pocas semanas después, con la ayuda de mi querido amigo el tano Ernesto Goggi conseguí una vivienda y llegaron Ana y los tres niños a Buenos Aires. Fue una mudanza complicada, pero no viene al caso, Pablito era un pasajero más, tenía 5 años.

De las anécdotas en Buenos Aires, tengo decenas: con su curiosidad incansable insistía queriendo entrar al cuarto donde falsificábamos documentos con Milton y cuando quería ser tenaz era una tenaza; en otra oportunidad tuvimos que ir con Jorge Bayarres, el piloto del Cessna 172 que utilizábamos para los viajes clandestinos, en busca de una pista adecuada para aterrizar. El Fiat 128 que utilizamos en los campos del norte de la provincia de Buenos Aires se quedó enterrado hasta los ejes y para sacarlo el gordo Jorge se puso a empujar de atrás, cuando finalmente lo sacamos Jorge era una única y gigantesca mascara de barro. Así no podía ir al hotelito donde se hospedaba, por lo tanto violando todas las normas de la clandestinidad, lo tuve que llevar al apartamento de la calle Rodríguez Peña 145 donde vivíamos nosotros, para que se limpiara y se cambiara. Mi ropa no le quedaba por cierto muy bien...

Cuando Pablo vio entrar ese sábado al atardecer aquel señor todo tapado de barro, le vino un ataque de risa que se extendió a toda la casa, a Ana y a sus hermanos y obviamente a nosotros dos. Parecía una película cómica. En ese vuelo debíamos traer a Liber Seregni, libre por un breve periodo, pero nunca aceptó salir del país. Nosotros le debemos la vida a Jorge, porque si hubiera dado mi dirección durante la tortura en Montevideo, estaríamos muertos o desaparecidos.

Pablo tenía un olfato, mejor dicho una inteligencia y además una curiosidad a toda prueba, que hacía muy difícil explicarle ciertas cosas, o mejor dicho no explicárselas. Y eran muchas.

Finalmente cuando la situación se hizo insostenible, porque una cosa era yo y otra que toda la familia cayera en manos de las bandas asesinas o de la Triple A o de los policías y militares argentinos y uruguayos, viajamos primero a Italia y después a Moscú donde yo estuve "estudiando" unos pocos meses. Antes de partir de Buenos Aires a los tres niños los cuidó durante unos días mi madre, la abuela Elsa y los llevó a Roma, mi querido tío Vincenzo. Mi tío el abogado, cambiando los pañales de Verónica en el avión es parte de la historia familiar. ***

Ana, Pablo, Claudio y Verónica en Moscú

De regreso de Moscú, los cuatro se quedaron en Roma y yo seguí viaje de regreso a Buenos Aires, con la documentación adecuada.

Pablo desde que nació había heredado un estrabismo en un ojito que lo obligó durante mucho tiempo a usar lentes y peor aún, a tener un parche que le cubría ese ojo. Esto me sirve para complementar la mejor definición de como dejé yo la familia en Roma, que muchos años después me dio mi hija Andrea Verónica. "Éramos tres sudacas, comunistas, ateos en escuelas donde dan siempre clases de religión, no hablábamos una palabra de italiano, con Pablo con un ojo tapado, yo con nombre de varón (Andrea) y además no comíamos pizza bianca en la merienda, y para rematar tú nos compraste tres Montgomerys que nadie usaba en la escuela". Tenían el cuero duro y la llevaron bastante bien.

Un día de 1978, me reencontré con mi familia. No había avisado nada porque vivían en un residence en Roma, sin teléfono y de los celulares todavía ni se hablaba, así que simplemente me presenté unos minutos antes de que se fueran para la escuela, recién llegado a la Stazione Términi de la frontera con Suiza. Minga, nadie fue a ningún lado, nos quedamos abrazados y queriéndonos largo rato. Fue uno de los momentos más felices de mi vida. Lo difícil fueron las preguntas de Pablo, reiteradas durante varios días.

 

Pablo, Verónica y Claudio en Italia

Recuerdo cuando participamos en una fiesta del Diario L'Unitá en Piazza Farnese, donde podíamos hablar con la gente sobre lo que estaba pasaba en Uruguay. Vendíamos "grappa con limone", supuestamente una bebida típica uruguaya, otras artesanías y materiales impresos para recaudar fondos. Pablo se hizo un vendedor avezado. Él todo se lo tomaba en serio, incluso a los 9 años de edad.

Militó en la UJC junto a otros compañeros desparramados por Italia y en Europa. Lo último que hicimos fue un campamento al que llegaron uruguayos en ómnibus autos y trenes de muchos países de Europa a la frontera de Hungría en 1983. Ana y los muchachos estuvieron en Italia 8 años.

Otra anécdota: en una de las visitas de Rodney Arismendi a nuestra casa en Roma, estaban todos mirando un partido de fútbol italiano y el flaco comentaba y opinaba. Estoy seguro que jugaba la Juventus. Pablo me llamó aparte y me preguntó, ¿pero Arismendi sabe también de fútbol italiano?...

Rodney Arismendi en nuestro apartamento en Roma

Una historia interesante y divertida fue cuando el presidente de Angola, me invitó a pasar las vacaciones con mi familia en su país en reconocimiento por todo lo que habíamos hecho los uruguayos solidariamente con su pueblo, en conflicto hacía muchos años por la independencia. Entre tantas cosas, habíamos editado un folleto con textos y fotos sacadas por mí que circuló por todo el mundo en seis idiomas y conseguido el envío de equipos de televisión que testimoniaron la agresión sudafricana y de los mercenarios. Así fue que nos equipamos y nos fuimos a Luanda los cinco. El  vuelo TAAG  DT 770 un avión de Alitalia Boeing 707 estaba totalmente vacío, creo que viajamos 10 pasajeros.

Varias veces mis hijos me dijeron que fueron las vacaciones más divertidas de sus vidas. Era otro mundo en todo sentido, todo por conocer, por descubrir y además con un grupo de uruguayos, la Brigada que residían allí y cooperaban con ese pueblo tan sufrido. Y hasta había varios niños, los hijos de los Rama y la hija de los Nalerio. Y una hospitalidad a toda prueba de Eduardo Seguí y Miriam, su esposa.

Tenemos una maravillosa colección de fotos, una, en la que están mis tres hijos junto a un grupo importante de niños de un quimbo (poblado angoleño) sirvió de tapa al primer almanaque que editó Angola. Pablo que era el más grande tenía 12 años y junto a los niños del lugar se divirtieron jugando con una rudimentaria pelota, pero sobre todo con unos pequeños cabritos. Lo duro fue cuando en el almuerzo especial y en honor a las huéspedes nos dieron de comer una caldeirada de cabrito... Explicáselo...

Pablo, Claudio y Verónica con niños angoleños de un quimbo

Fuimos un día a la playa frente al Museo Nacional de la Esclavitud, a bañarnos y a pescar. Entre paréntesis, a pesar de que habíamos llevado cañas y artefactos varios, la única que pescó algo fue Verónica con un tarro de vidrio atado con un piolín. Pero recuerdo a Pablo acercarse y preguntarme bajito, papá ¿por qué tenemos que venir a la playa con dos autos con gente armada con ametralladoras? Faltaban muchos años para que Angola pudiera vivir en paz.

Volamos a Lubango en el sur, recorrimos y nos maravillamos en el parque Kissama, hogar y reserva de elefantes y todo tipo de animales donde tuvimos varios encuentros con chimpancés enormes y testarudos que no nos dejaban avanzar por la carretera.

No había abundancia de nada, nadie iba de vacaciones a Angola, al contrario, pero la pasamos maravillosamente, había amistad de sobra, compañerismo, experiencias increíbles. Estuvieron muchos días a su regreso contando esa experiencia a sus amigos.

A los tres en Italia y a pesar de las dificultades iniciales con el idioma les fue muy bien en la escuela y a Pablo en el liceo. En el último año tuvo una novia a la que quería en serio, Silvia. Ella es médica pediatra, llamó desconsolada y hablamos largo rato cuando se enteró de la muerte de Pablo.

Para todos el retorno a Uruguay no fue fácil, pero para Pablo tuvo un alto precio, siendo adolescente se despidió de Silvia su novia y se alejó de su gran amigo Federico. Nunca me voy a olvidar la cena que tuvimos con Silvia, sus padres y toda nuestra familia para despedirnos. Los desexilios también pueden ser muy dolorosos.

Una noche de noviembre de 1984, nos tomamos un vuelo hacia Buenos Aires. Dos sensaciones, íbamos al reencuentro de nuestro querido y sufrido Uruguay y dejábamos atrás nuestra Italia que tanto nos había dado en amistad, en solidaridad y a Pablo incluso en amor. Recuerdo que en el aeropuerto ninguno de nosotros hablaba. Fue un retorno silencioso, cosa rara en la familia Valenti López.

Ana y los tres muchachos, Pablo de 15 años, Claudio de 13 y Verónica de 12 estuvieron muy pocos días en Buenos Aires y siguieron viaje a Montevideo. Yo no tenía todavía la autorización. En Montevideo además de toda la familia López, estaba mi hermano, Susana su esposa y su hija Cynthia, que apenas vieron que se abrían las posibilidades en Uruguay y a pesar de tener un excelente puesto de trabajo en San Pablo, Brasil, vendieron todo, cargaron lo que pudieron en su auto y un trayler y se vinieron a Montevideo. Era para todos un gran reencuentro.

 

Pablo, Cinthia y Susana en Italia

Al llegar fue como esos jueguitos de fricción que tocan el suelo y parten a toda velocidad. Llegaron y al otro día estaban trabajando para las elecciones, repartiendo listas, conociendo compañeros, reencontrándose con su país. Al principio todos vivíamos en la casa de Giorgio, mi hermano querido y Susana, en Avenida Bolivia. La familia ha vivido muchas cosas, pero nadie puede sacarnos esa experiencia maravillosa y triste a la vez.

La habíamos soñado mil veces, pero el choque con tanta tristeza, con tanta decadencia, con un país que salía a pura voluntad y esfuerzo de una noche tan negra y desbordaba de optimismo y solidaridad no era fácil. Todo lo arreglaba la gente incluso para los muchachos que prácticamente no conocían a nadie. Duró muy poco.

Pablo se fue a estudiar al Instituto Dámaso Larrañaga, Nro.3 y como en Italia era bueno corriendo se inscribió en velocidad en la pista del Parque Batlle, que en aquel momento era de balastro y en Italia obviamente eran de tartán, y se sumergió en la militancia política. Nunca la dejó, ni cuando estaba lejos, el siempre siguió vinculado, con su propia cabeza e ideas, y con su frenteamplismo. Hasta en las elecciones del 2019 apoyó, y apoyó con todo la candidatura de Daniel Martínez.

Terminó secundaria con excelentes notas, entró en la facultad de Ingeniería para estudiar Agrimensura, obviamente era de la FEUUy fue asistente académico del decano Rafael Guarga al que le tenía un particular afecto y admiración.  Cuando Guarga llegó al rectorado Pablo siguió junto al él y en una entrevista con el Presidente Jorge Batlle, se lo pidió para iniciar el gobierno electrónico. Y allí comenzó a trabajar en ese tema que lo apasionaba. Siempre tuvo un excelente relación y trato con el Presidente y sé que ante cuestionamientos por su condición de izquierda, Batlle lo defendió con ese humor potente que sabía desplegar.

Conoció y se enamoró de Malena, en 1991 luego de 5 años de novios, se casaron y formó su primera familia. Nacieron Adrián, Romina y Chiara.

 

Romina, Pablo, Malena, Chiara y Adrian

Desde que egresó de la facultad tenía un objetivo fijo, y los que lo conocimos sabemos de la perseverancia y la tozudez con la que vivió desde su nacimiento, así que lo logró: hizo un doctorado en el Politécnico de Valencia, en gestión de la innovación tecnológica. Se fue con su esposa, Malena y sus hijos más pequeños. Chiara todavía no había nacido. Yo en aquellos tiempos, para ir de Montevideo a Buenos Aires pasaba por Valencia.

Regresaron a Montevideo llenos de proyectos, ideas nuevas y un perro, un Alaska Malamut. Desde chico era amante de los perros. De su fiel e inseparable Dogo de la niñez; al volver de Italia, de los bóxers de su adolescencia: Don Vito y su hijo Tobi, que a pesar de un mal genio eran nuestras entrañables mascotas y otros tantos a lo largo de su vida. No era egoísta en absoluto, pero cosa que lo divertía mucho, al final consiguió un perro, Biko, que se le asemejaba mucho en su mal carácter y selectivamente tenía un solo único dueño: Pablo.

Biko el gruñón, cuidando a Pablo

Volvió de Valencia con muchos proyectos locos, mientras tanto instaló una sucursal de una joyería italiana y trabajó en una cantera de amatistas en Artigas. Tenía hormigas.

Les costó mucho a Pablo y sus hermanos mi separación de Ana en 1990, habíamos pasado mucha vida, muchas aventuras y eso a veces da la ilusión de que es irrompible. Mucho más le costó la muerte de su madre en 2005. Fue muy duro, él estaba de viaje por trabajo en Asunción de Paraguay y vino de apuro para despedirla y estar junto a sus hermanos y a su abuela. Fue de los momentos más duros de su vida. Me consta. Además tenía un amor especial y correspondido por su querida abuela Hilda, maestra y directora de escuela.

Ana, la mamá de Pablo

Pablo y su abuela Hilda

Pablo me ayudó mucho en mi nueva vida con Selva, tuvimos largas conversaciones y me apoyó a pesar de sus primeras reacciones. Además de llevarse muy bien con Selva, sobre todo para discutir de todo, cosa muy explicable para ambos... Pasamos muchos encuentros juntos y estuvo con toda su tribu en nuestro casamiento en octubre del 2019, creo que todos fuimos realmente muy felices. Siempre fuimos muy unidos, y nos encontrábamos en grandes almuerzos y compartimos varios días juntos, en Villa Serrana, en Piriápolis con nuestra querida Reneé del Argentino Hotel, en Punta del Este, en Solanas en la casa de Pablo y Paula.

Pablo como testigo de nuestro casamiento

Cuando entró a trabajar en el BID, el Banco Interamericano de Desarrollo con sede en Washington D.C., era otro de sus objetivos: participar de proyectos internacionales de desarrollo, formar equipos, promover ideas innovadoras. Y lo logró. Luego de su muerte nos llegó un mensaje grabado de sus colegas más próximos que lo describen plenamente y que nos emocionó a todos. Se los ganó con 17 años de trabajo en el BID. El mensaje es de Alessandra Beatriz; Antoní; Adela; Diego; Florencia; Gabriel Antonio; Jean Pierre; Lilia María; Lina Marcela; Marisela; Natalia; Oscar; Rafael; Sebastián Ernesto; Yacira y Gastón. Su Team.

Para poder reflejar la velocidad de la vida de Pablo en su etapa laboral tendría que reproducir lo que dicen sus colegas en su mensaje, no solo es emocionante, es preciso, tiene las palabras justas y son muchas imágenes de la vida construyendo cientos de proyectos a toda velocidad. Solo así se puede conquistar tanto territorio vital. Era una máquina de producir ideas, realmente renovadoras y de ejecutarlas.

Vivió y trabajó además de en los Estados Unidos, en Argentina, en Colombia, nuevamente en los EE.UU. y su último destino, donde falleció, fue en Argentina. No estaba ni siquiera vacunado ni con una sola dosis en junio del 2021. Y alguien puede preguntarse por qué el BID, que gasta decenas de millones de dólares en viajes y misiones y que en estos meses los ahorró, no tomó las medidas necesarias como hicieron otros organismos internacionales para que su personal viajara y se vacunara. Nunca sabremos la respuesta. Condolencias oficiales muchas.

En el año 2006 se separó de Malena, cuando ya estaba de regreso en Montevideo. La quiso mucho, la amó y con ella compartió una parte fundamental de su vida.

Se enamoró de Paula Giráldez en Washington DC, una abogada brasilera funcionaria del BID, y con ella vivió apasionadamente los últimos 14 años de su vida, creando una nueva familia con sus hijos Luca y Allegra que actualmente tienen 13 y 10 años. Pablo conoció la felicidad, se la ganó a pulso, a valentía, a riesgo, a trabajo y no en ese estado aletargado de hacer la plancha y poco ruido que algunos confunden con la felicidad, sino construyendo ladrillo a  ladrillo esos momentos, muchas veces fugaces que marcan momentos de nuestras vidas. No hay felicidades constantes, hay conquistas, momentos y circunstancias. Y él se las ganó. Se puso metas personales y profesionales exigentes y las alcanzó. Y fue incansable corriendo a toda velocidad.

 

Paula y Pablo el día de su casamiento

Amó apasionadamente y de eso tengo constancia porque era un tema constante y recurrente en nuestras conversaciones. Y amar hondamente es una de las mayores felicidades alcanzable por los seres humanos.

A los suyos los quiso mucho, y nos dio incontables momentos de alegría y de sonrisas bien plantadas, a sus familias, a sus hijos, a sus amigos, que eran muy numerosos y con los que tanto le gustaba compartir y divertirse.

Paula, Pablo, Luca y Allegra

Le gustaba vivir bien y lo hizo, nadie le regaló nada,  lo conquistó a esfuerzo, a trabajo e inteligencia. Y estaba orgulloso de sus logros y los gozó plenamente y los compartió.

Claudio y Pablo

Conmigo, su padre, tuvo 52 años de amistad, de competencia, de admiración mutua y de discusiones. Fuimos con Selva, en nuestras visitas a Valencia, Washington o Buenos Aires. Siempre eran encuentros interesantes, de intercambio y de aprendizajes divertidos llenos de pasiones. Y fue amigo del hijo de Selva, de Diego. Las fiestas de Navidad, todos juntos en la casa de Diego o en lo de Verónica, serán siempre parte de mis mejores recuerdos, la gran tribu festejando la vida.

Escribiendo este relato tan doloroso, me atreví a decirme algo que tenía guardado en el fondo del alma: Pablo y yo, en realidad nos criamos juntos, nació cuando yo era muy joven, 20 años y la política me devoraba las entrañas y necesité mucho tiempo para ser un buen padre con mis tres hijos. Por eso Pablo, Claudio y Verónica fueron mucho mejores hijos que yo como padre.

Pablo, Verónica y Claudio en Villa Serrana

Una de las tantas reuniones familiares, comiendo... Foto tomada por Pablo

Ya lo he dicho, lo voy a repetir: en mis muchos años, 73, es una de las personas más inteligentes que he conocido y por eso aprendí tanto de su amistad. Y nos queríamos realmente mucho. Ahora que sé que nunca más podré compartir nada más con Pablo, solo los recuerdos, me doy cuenta que triste ha quedado mi vida, cuánto he perdido, cómo me faltarán los encuentros y el intercambio a la distancia. Nunca creí que un dolor podría ser tan hondo, tan total, tan irreparable. No tengo tiempo por delante para sanar. Aunque me refugie en todas las satisfacciones, el orgullo, las peleas, las discusiones y el recuerdo de su mordacidad y su humor. Y en el mayor esfuerzo por racionalizar la situación. No hay forma.

Su último viaje a Montevideo fue en el mes de mayo del 2021 con 14 días de cuarentena para conocer a su nietito, Salvatore, hijo de Adrián y Leticia y recién nacido. Estaba radiante y orgulloso.

Pablo y Salvatore

La última vez que yo lo vi, fue el martes 6 de julio, cuando junto con Paula, nos dejaron visitarlo en el Sanatorio Mater Dei de Buenos Aires, lo habían internado el lunes 20 de junio luego de varios días en su casa atendido por un médico de forma telefónica, siempre con fiebre. Se había desmayado en su casa y su esposa lo llevó el sábado 19 de junio a pulso hasta el sanatorio Mater Dei, le hicieron diversos exámenes y a pesar de que el valor de proteína C reactiva (82.1) era elevado, lo enviaron a la casa. El lunes 21, Paula lo llevó nuevamente al sanatorio y recién allí lo dejaron internado. Estuvo un día en una habitación y al otro día, el martes 22 lo pasaron a Cuidados Intermedios. El miércoles 23 a la Unidad de Cuidados Intensivos, donde lo entubaron y lo sedaron completamente. Ese día comenzó a morirse, ni siquiera tenía la mínima capacidad de su organismo de pelear por su vida. La familia reclamó a partir del martes 22, que le suministraran Tocilizumab (anticuerpo monoclonal). Hasta que la esposa no lo pagó en la administración del sanatorio y al otro día no llegó a la farmacia del nosocomio no se lo suministraron.

Fotos de los monitores en la sala de la UCI donde estaba Pablo, sacada a las 11.12 y 11.13 horas del martes 6.7.21, con el paciente boca arriba y entubado

Yo viajé a Buenos Aires, que estaba cerrado a cal y canto, con una autorización obtenida con el apoyo de la embajada uruguaya y consulado en Buenos Aires, incluso del Ministerio de RR.EE. y la actitud diligente del consulado argentino en Montevideo. El martes 6 de julio, nos dijeron a Paula y a mí personalmente que tenían buenas noticias, que lo había puesto boca arriba, que tenía buena saturación de oxígeno y que ya no contagiaba, por eso lo abrazamos y lo besamos. Estaba horrible, todo lleno de cables, tubos y de un color sin nombre. Nos dijeron (los médicos principales) que calculaban que tendría que quedarse una semana más en la UCI. El parte telefónico del miércoles y el del jueves siguientes fueron positivos, y a partir del sábado todo se fue derrumbando. El lunes le dio el informe a Paula una sicóloga y ya no nos gustó nada. El martes 13 llamaron a Paula y a los hijos para verlo y mientras estaban en la habitación, se murió. Paula sostuvo su mano hasta su último aliento.

Yo presencié durante casi una semana la batalla diaria, la insistencia, el esfuerzo de Paula y el apoyo de toda la familia a la distancia. Paula enviaba prolijamente los informes elaborados por ella con la información que telefónicamente le pasaban los médicos, a Washington a una neumóloga brasilera amiga, a Montevideo a los médicos amigos de Selva y hasta a la directora de una UCI en Cataluña tía de Diego.

Pablo normalmente iba todos los días caminando desde su casa hasta el banco, ida y vuelta y son varios kilómetros. En los exámenes, tomografías, análisis de sangre, del funcionamiento de todos los órganos, con excepción de los pulmones y de los índices elevados de la proteína C reactiva, nunca le encontraron nada antes del lunes 12, el día antes de morir que comenzaron a dializarlo. En medio de los procedimientos de su internación, le sustituyeron la vía central y se provocó un hemotórax.

¿Por qué no tenía ninguna vacuna a mediados del mes de junio de 2021?

Las preguntas no nos devolverán nunca ese ser que tanta falta nos hace y nos ha dejado a todos un hueco tan grande y que se suma a la muerte de mi hermano menor Giorgio pocos días antes.

Siempre creí que la suerte había sido generosa con esta familia, a pesar de la muerte de Ana, de Sandrita (la compañera inolvidable de Claudio), sobrevivimos tantas veces gracias al destino. En los últimos dos meses la realidad nos golpeó de la forma más dura e irreversible. La vida me cambió radicalmente y para siempre.

Aunque Pablo haya vivido a toda velocidad mucho más que 52 años, tenía tanto por aportar, por amar, por gozar, por sufrir y pelear en este mundo. Sentiremos siempre su falta.

Nunca podremos resolver la duda implacable que compartió con sus hermanos y su abuelo Mario durante tantos años ¿pino o cipresso?, aunque será siempre Ananasso.

Pablo eligió volver al mar frente a su casa en Solanas, como su madre.

Adiós Pablo

Actualidad
2021-08-10T15:15:00

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias