Memorias del viaje a la selva Lacandona en busca de los zapatistas (2ª Parte)

Carlos A. Gadea

19.01.2020

Los nueve días en la selva Lacandona transcurrieron de una manera que me parecieron muchos más. El tiempo se había como enlentecido. Recuerdo que las noches comenzaban temprano, y que parecían no tener fin. Es que los amaneceres no irrumpían con aquella progresiva luminosidad. Más bien surgían confundidos entre la densa niebla gris y con una luz tenue que permanecía hasta el mediodía.

Me gustaba pensar que la noche nunca se iba del todo de la selva Lacandona, y que el día no tenía más remedio que convivir con ella. Una misma luz durante el día daba la impresión de que las horas pasaban lentamente, sin las variaciones de luces esperadas que posibilitasen poder organizar el tiempo de alguna manera.

En el “Campamento Civil por la Paz” despertábamos más o menos a las siete y media de la mañana, un poco por la incomodidad de continuar durmiendo suspendidos en las redes, y otro poco por el movimiento cotidiano de la gente de la propia comunidad, que ya oficiaba como un despertador natural. Como a las ocho, tal cual un ritual ya muy bien internalizado, todos estábamos sentados en torno a la pequeña mesa de no más de sesenta centímetros de altura tomando café y aguardando al “señor de las tortillas”, quien nos daba los buenos días mientras repartía el alimento mañanero hecho por su esposa dos horas antes. Conversaba con nosotros de algunas cuestiones cotidianas, nos informaba sobre si existían actividades específicas en la comunidad o, simplemente, nos daba el diagnóstico del tiempo, si iba a llover, si haría frío por la noche, y cosas por el estilo. Al finalizar el desayuno, “el señor de las tortillas” se iba caminando lentamente prometiendo su retorno al otro día. Acto seguido, por lo general, los españoles y la norteamericana se ponían a leer algún libro, mientras el mexicano y yo cruzábamos impresiones sobre la particular situación que ambos, desde nuestras experiencias personales, estábamos viviendo allí.

Al tercer día, con quien establecí un interesante diálogo fue con la joven italiana, de nombre Mirna, contándome que ya había estado en Chiapas en otras dos oportunidades. Se mostraba con experiencia en esto de “campamentos civiles por la paz” y la solidaridad. En realidad, todos los que estaban allí habían llegado como “actores sociales en solidaridad con los zapatistas”; ninguno a hacer investigación, “observaciones de campo”, escribir una tesis académica sobre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional - EZLN o sobre algún aspecto de la vida social y política de aquellos “centros de resistencia” o “comunidades de apoyo” zapatistas.

Mirna me contaba que integraba una organización política de izquierda que, a su vez, formaba parte del camaleónico Partido Comunista de Italia. Con lujo de detalles, su relato parecía tener la intención de hacerme comprender que si allí ella se encontraba era porque su compromiso y militancia política así se lo indicaban. No cabían dudas de que Mirna era una joven muy decidida, además de poseedora de buen humor. Sin embargo, a cierta altura, cuanto más avanzaba en su descripción sobre los intersticios de su “militancia global”, más crecía mi desinterés por su relato. Lo que particularmente sí me interesaba saber era la razón por la que había viajado a Chiapas, qué había ido a hacer, qué pensaba sobre los zapatistas, qué noticias se habían dado en su país sobre su surgimiento. Fue así que, cuando ya daba por perdido el tiempo de aquella conversación, Mirna da inicio a un relato que poco a poco fue despertando mi curiosidad.

Contaba que, en el año anterior a aquel (en 1997), había llegado junto a una “camarada” a Oventic, el “centro de resistencia” zapatista situado en Los Altos de Chiapas, y permanecido por casi un mes ayudando a desarrollar un “proyecto productivo” de cría de conejos. Había traído algunos miles de euros para tal finalidad y algunos manuales de cómo se desarrollaba esa actividad en zonas rurales de Italia. Al volverse a Europa, para ella, todo habría transcurrido con relativo éxito: los zapatistas mantendrían en cautiverio los conejos para lograr su reproducción y, por consecuencia, generarían una nueva fuente de recurso alimentar y de renta para las comunidades de la región. Sin embargo, nada de eso había ocurrido. Entre risas y bromas, me cuenta que, a su regreso a Oventic un año después, pudo constatar que a los hijos y nietos de aquellos conejos del “proyecto productivo” los vería corriendo por toda la comunidad, atravesando la carretera y hasta subiéndose en los árboles. Creyó, inicialmente, que aquellos conejos se habían, eventualmente, escapado de la “unidad de producción”; pero no. Con cierto asombro, me relató que había escuchado de los indígenas más experimentados de la comunidad que a los conejos, curiosamente, al haber despertado cierta simpatía entre los niños, no se los había podido convertir en fuente de alimentación en la comunidad, ni tampoco en un producto a ser comercializado. Frente al afecto generado por tal dócil animalito, les habrían abierto las puertas de su cautiverio, destacando Mirna, con cierto énfasis, que hasta algunos habían ido a parar a casa de familias como animales de estimación. La historia, y la manera como ella la contaba, no me dejaron otra alternativa que reírme junto con ella.

Mirna, ahora, quería probar suerte en La Realidad con algún otro proyecto productivo. Evidentemente, no ya con conejos. Estaba allí, me dijo, queriendo ver de qué manera podría su organización política ayudar. No tenía claro cómo, concretamente, aunque dudo, ahora pensando en perspectiva, si habría retornado a Italia con alguna idea para ser aplicada. Mirna terminó su relato confesando que, después de aquello, y por días, había estado soñando con conejos corriendo de un lado para el otro.

Al retornar a San Cristóbal de las Casas pude organizar mejor las anotaciones e ideas que habían surgido de la experiencia en La Realidad. Inevitablemente, aquellos conejos no salían de mi cabeza, y en un efecto de asociación reflexiva deduje lo siguiente: la “liberación de los conejos”, acompañada de la sorpresa de Mirna por no haber tenido éxito su emprendimiento productivo, estaba asociada a la incomprensión de los extranjeros que encontré en La Realidad (y después también en Oventic) sobre lo que en definitiva sería el zapatismo.

En las noches, siempre se daban largas conversaciones en el “Campamento”. Comíamos algo y antes de irnos a dormir, previa ayuda para subirnos en las redes, surgían charlas prolongadas sobre diversos temas: sobre nuestros países de origen, de residencia, sobre nuestros trabajos y, claro, sobre la historia de México, de Chiapas, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional - EZLN, de su origen, de sus demandas. Con Mario, el mexicano del Distrito Federal, el diálogo fluía con más complicidad y comprensión. Él destacaba la importancia de los antiguos grupos armados de los años de 1970 actuantes en otros estados de México para explicar el origen de los zapatistas, mientras particularmente prefería enfatizar el papel histórico de la iglesia chiapaneca y su trabajo muy asociado a la Teología de la Liberación (estamos en la tierra de Fray Bartolomé de Las Casas, nada más y nada menos), así como las propias corrientes migratorias de indígenas ocurridas durante los años de 1940 y 1960, incentivadas por el propio gobierno federal hacia la selva Lacandona. Había estudiado, durante bastante tiempo, algunos detalles de los conflictos agrarios ocurridos en la región de los Altos de Chiapas en los años de 1940 y 1950, las presiones económicas, políticas y sociales de grupos indígenas y campesinos en los estados de Michoacán, Morelos, Veracruz, Guerrero y Chihuahua, que a su vez presionaban al gobierno para que les otorgasen tierras improductivas en poder de propietarios privados. También había estudiado los conflictos indígenas derivados de la presión de instituciones como el “caciquismo”, la explotación laboral y la discriminación.

Toda esta crisis había convertido a la selva Lacandona en una “válvula de escape” a los problemas agrarios y sociales, transformándola en región paulatinamente ocupada por indígenas tzeltales y tzotziles y por grupos pertenecientes de los estados mexicanos que estaban sufriendo presiones diversas. Mi intención era, en aquellas noches, dejar en evidencia que la selva Lacandona había sido la cuna del zapatismo, y que se había convertido, por el proceso relatado, en un lugar de encuentro de diferentes indígenas del país. No eran los “lacandones”, propiamente dicho, los que formaron filas en el EZLN, por más que éste haya surgido en esa región. Se trató de una verdadera combinación de tradiciones, culturas e ideas lo que le había dado origen. Por eso, el zapatismo no surgiría asociado a la imagen de una comunidad indígena tradicional; más bien, grupos indígenas fueron recreando la noción de comunidad desde los años de 1940, cumpliendo etapas y posicionamientos políticos, indígenas que luego se valdrían de la incipiente existencia de un grupo armado originado en el año de 1983,y que después saldría a luz pública en el año de 1994.

El EZLN formalmente nace, según nos cuenta el propio Subcomandante Marcos, un 17 de noviembre de 1983 en lo profundo de la selva Lacandona, primeramente conformado por un pequeñísimo grupo de militantes políticos de las ciudades, todos “blancos”, no indígenas. Sería recién entre los años de 1984 y 1985, a partir del contacto establecido, ahora sí, con indígenas de las comunidades cercanas, que el EZLN se consolidaría en la región, sumándose a sus filas jóvenes de no más de veinticinco años. Son estos indígenas, conocedores de la región, los que se encargarían de encontrar un lugar específico para su asentamiento y actuación en la selva, fundamentalmente para poder organizarse como un verdadero ejército. Es así que, al hallar el lugar ideal, se establecerían en un lugar que luego denominaron “La Pesadilla”, debido a sus condiciones de total aislamiento.

Para Mirna, y especialmente los dos españoles (que no recuerdo sus nombres), todo este proceso histórico que les relataba no les era suficiente para fundamentar el significado de la lucha zapatista. Ellos habían viajado con la expectativa de encontrarse con una “revolución latinoamericana” muy similar a las que se habían producido en aquel clima político de los años de 1950, 1960 y 1970 en el continente. El zapatismo tendría semejanzas con el sandinismo nicaragüense de los años de 1970, con el Frente Martí de Liberación Nacional de los años de 1980 en El Salvador, con la revolución cubana. No cabe dudas de que en sus inicios, aquellos primeros integrantes del EZLN, entre ellos el propio Subcomandante Marcos, estuviesen fuertemente influenciados por ese pasado e historia política del continente y, por consecuencia, que la experiencia de la participación en grupos guerrilleros de México, entre algunos, habría sido trasladada para dar inicio al zapatismo de Chiapas.

Sin embargo, este imaginario guerrillero, paulatinamente, se iría desvaneciendo y combinando con las preocupaciones concretas y prácticas de las comunidades indígenas de Chiapas, poseedoras de una particular historia de luchas por la tierra y que, posteriormente, irían incorporando una agenda de nuevas pautas culturales y políticas relacionadas con la cuestión indígena. Una noche, ya bastante exhausto por mi tentativa de querer hacerles ver a los europeos que sus expectativas más se parecían a un simple suvenir para turistas, ensayé una conclusión que acabó representando una especie de “fin del consenso” del debate en el “Campamento”. Dije: - del año 1983 al año 1994, y luego desde este año dando continuidad en su interacción con la sociedad mundial, el zapatismo chiapaneco experimentó transformaciones estratégicas e identitárias tan significativas que no puede ser posible observarlo como un actor político y social que, simplemente, se podría comprenderlo como derivado de una tradición revolucionaria que tuvo al Che Guevara o a Fidel Castro como sus figuras de culto. Es más, -continué diciendo, no tiene nada que ver con el sandinismo ni con lo que sucedió en El Salvador. Si en un inicio todo había comenzado emulando aquél empuje revolucionario iniciado en los años de 1960 para construir en México una sociedad socialista tal cual, por ejemplo, la cubana actual, el propio Subcomandante Marcos nos cuenta que a comienzos de los años de 1990 la masificación del EZLN con jóvenes indígenas y el crecimiento de las “comunidades de apoyo” habían transformado a la organización en algo muy diferente, generando cambios en la propia visión de mundo que poseían y en las propias demandas exteriorizadas para la lucha. Con la masiva presencia indígena, el EZLN acabó “indigenizándose”, lo que llevo a decir, al propio Marcos, que desde ese momento aquél EZLN surgido en 1983 había fatalmente muerto. Mi conclusión, todavía, los iría a confundir más: - las comunidades indígenas “mataron” (simbólicamente hablando) al EZLN de los orígenes en favor del propio zapatismo chiapaneco. El EZLN que conoceríamos en 1994 ya no era el mismo de 1983, ni el de 1990, año en que habían decidido las comunidades indígenas en hacer su aparición militar, a pesar de no ser la posición que tenían algunos comandantes del EZLN.

Al otro día, me solidaricé, profundamente, con aquellos conejos que corrieron por Oventic. Mirna y los otros extranjeros no me habían comprendido la noche anterior. O tal vez sí, pero prefirieron dejar a un lado mis argumentos. Esa mañana presté especial atención a las pinturas del Che Guevara en la parte externa del alojamiento donde dormíamos. Parecían darles la razón a ellos. Estaba curioso en saber en qué momento las habían realizado, y quién o quiénes eran sus autores. Todo parecía una enorme confusión, y lo que más me preocupaba era que estos extranjeros iban a volver a sus países diciendo las cosas que habían dicho en aquellas noches; para mí, verdaderas fantasías. Creía que los zapatistas estaban siendo postergados en su comprensión, vaciados de particularidad histórica, como si la propia conquista española no hubiese representado nada, como si aquella sensación muy frecuentemente expresada en los discursos de los comandantes zapatistas acerca de que el dominio español no había aún acabado, no tuviese ninguna importancia. Si había una temporalidad distinta por allí, y todo se me presentaba con un ritmo más lento, no sería de extrañar que el dominio español aún sea un repertorio de acción y referencia fundamental para la cotidianeidad de los indígenas zapatistas.

Volví a San Cristóbal de Las Casas convencido de que los extranjeros no sabían, exactamente, a lo que estaban prestando solidaridad. También pensé que estaba siendo injusto con ellos porque, en todo caso, eran sus propias expectativas de lo que creían estar viendo, una revolución por una sociedad socialista, igualitaria, etcétera, lo que los mantenía allí como “escudos humanitarios”, y eso no se podía negar. De todas maneras, todo esto me seguía haciendo pensar en aquel fracaso del “proyecto productivo” de cría de conejos de Mirna y la posible relación que pudiera tener esta noción pre-concebida de varios jóvenes europeos que encontré en Chiapas sobre los indígenas zapatistas.

Me preguntaba, primeramente, si aquellos indígenas tzeltales de los Altos de Chiapas serían capaces de haber adoptado el conejo como parte de su dieta, o simplemente como un nuevo negocio. Los quería imaginar cargando camionetas “exportando” conejos, haciendo cálculos de mercado, realizando un plan de negocios. A medida que iba pensando en todo esto, pensaba que los conejos se les estarían multiplicando, y multiplicando, hasta habérseles convertido en un verdadero problema, no en una solución económica o de alimentación. ¿Habría sido todo tan sencillo, como seguir aquel manual que explicaba lo que hacían en el campo de Italia? Me cuestionaba si Mirna había pensado en esto también, o solo dejó los conejos y se fue, como quien deja una mascota para que se la cuiden cuando se sale de viaje. Pensé que Mirna y su “camarada”, y en el origen de todo esto la organización a la que pertenecían, que fue quien les dio el dinero, no tenían muchas informaciones sobre estos indígenas rebeldes. Sobre sus necesidades concretas. Sobre su alimentación. ¿Y si aquellos euros se hubiesen gastado en algo que los propios zapatistas les hubiesen indicado como necesidad inmediata? ¿Y si aquel manual no hubiese atravesado el océano? ¿Y si Mirna se hubiese dado cuenta que la particularidad es una generalidad de la vida humana? En fin…

Extranjeros “en solidaridad con los zapatistas” continuarían llegando. Mirna debe haber vuelto varias veces más, al igual que los españoles. Como aquellos conejos, extranjeros “en solidaridad” se multiplicarían en Chiapas. Hugo, el chofer que me había llevado y traído de La Realidad, me contó en el año 2002, en otro viaje a México, que ya se estaba llamando de “zapatour” aquel desenfrenado estilo de consumo. Chiapas pareció convertirse en un verdadero laboratorio de la emancipación y la lucha social. Se repetiría en eventos académicos o en encuentros políticos aquella frase zapatista “otro mundo es posible”, que cada cual adoptaba de acuerdo a sus finalidades y el público al cual era dirigido. Luego vendrían jornadas como el Foro Social Mundial y, con él, intelectuales que discutían las nuevas modalidades de la lucha social, escritores con su revival latinoamericanista, gente de la cultura y del arte. La cosa fue tomando dimensión propia, agigantándose. En América Latina, inclusive, algunos sectores políticos que se denominaron de izquierda llegarían al poder, y en ocasiones con la complacencia de algunos intelectuales del “otro mundo es posible”. Esto me haría acordar de Mirna y los españoles de La Realidad. También de las pinturas del Che Guevara en la parte externa del alojamiento donde dormíamos.

El Subcomandante Marcos ya no está entre nosotros. Metáfora mediante, muere para dar vida al Subcomandante Galeano, una nueva piel del otrora carismático interlocutor y jefe militar del EZLN, Marcos. Creo que pudo haber sido una forma particular de querer regresar al zapatismo anterior a su éxito publicitario global, una manera de decir, también, que como los conejos de Mirna y las pinturas del Che, todo pareció haber sido una fatal confusión. En eso, estoy de acuerdo con Marcos, quise decir, con el actual Subcomandante Galeano.

Carlos A. Gadea

Doctor en Sociología. Profesor universitario en Brasil.

Email: cgadea@unisinos.br

Autor del libro Acciones colectivas y modernidad global. El movimiento neozapatista, Ed. Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca, 2004.

Columnistas
2020-01-19T19:14:00

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias