La utilería política mercantilizada

Luis C. Turiansky

26.02.2020

En un suburbio de la ciudad de Khomein, Irán, de donde era el Ayatollah Khomeini, jefe de la Revolución, se ha hecho famosa una fábrica de banderas, especializada en proporcionar material para pisar o quemar en las manifestaciones de protesta.

 

Las banderas, símbolos de las naciones, pueden ser odiadas cuando representan a regímenes opresores o invasores. Algunas son especialmente objeto de la furia de las multitudes, por motivos históricos, étnicos o religiosos. Tal el caso de la de EE.UU. en general, o la de Israel en los países islámicos (dejando a un lado a los palestinos, que no son en su mayoría fanáticos, pero tienen sus propios motivos específicos).

Parece por eso paradójico que, en Irán, cuyo nombre oficial proclama con orgullo su carácter de República Islámica y no se destaca precisamente por propiciar la libertad de expresión, exista y prospere una empresa perfectamente honrada y capitalista dedicada a confeccionar banderas de esos dos países identificados con el diablo. Banderas de verdad, no caricaturas. La de EE.UU. tiene el número exacto de estrellas y franjas, la de Israel la estrella de David pintada con esmero. Y tienen una demanda tal, que muchas veces los obreros no dan abasto.

El misterio tiene su explicación, si recordamos la costumbre extendida de mancillar los símbolos enemigos, quemando o pisando las banderas de referencia en el curso de las frecuentes marchas de protesta callejeras organizadas regularmente o en ocasión de determinados sucesos, como el reciente asesinato de un jerarca de los servicios de seguridad iraníes por un comando norteamericano en territorio iraquí.

De tal suerte, la demanda de las banderas odiadas crece y la fábrica en cuestión se encarga de abastecer a los organizadores de los actos públicos con el necesario material para tales menesteres. Tras quemarse, lógicamente una bandera ya no tiene ningún valor de uso y tiene que remplazarse con una nueva, para júbilo de los dueños de la fábrica que ven cumplirse el viejo sueño capitalista de acortar al mínimo los plazos de renovación del producto y también de los obreros, puesto que así no peligran sus puestos de trabajo.

Se me ocurre que la nueva moda de pisar las banderas en lugar de quemarlas pudo haber surgido para ahorrar, puesto que la demanda creciente que tiene lugar ante el empeoramiento de la situación en el mundo debe haber lanzado los precios hasta las nubes. Cabe imaginar cómo, luego de la ceremonia de repudio, las banderas de los estados culpables son recogidas meticulosamente por el personal de seguridad para llevar a lavar, a fin de que se puedan usar nuevamente otro día. Yo he vivido en un país socialista (sigo viviendo en el mismo, pero es más chico y ya no es socialista) y conozco muy bien el funcionamiento de la "utilería" propagandística, solo que en el socialismo "real" todo era del Estado o el Partido, mientras que Irán es, globalización mediante, una "economía de mercado".

Por eso admiro la capacidad del capitalismo de convertir en mercancía cualquier cosa, el petróleo y las banderas, la información y la verdad, el honor, la lealtad y otras tantas palabras que alguna vez fueron bellas de significado y hoy son simples sellos de valor comercial.

Luis C. Turiansky

Columnistas
2020-02-26T07:37:00

UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias