Las fotos del presente
Andrea Valenti
21.05.2020
Muchas veces pensé que por esas vueltas de la vida, yo no estoy ahí, llevando las fotos de mis padres o peor aún me imaginé otras tantas veces a mis familiares llevando una de las muy escasas fotos mías de cuando era niña.
Soy la tercera de tres hermanos y nací a fines del setenta y dos. Por esa época mi padre ya andaba corriendo por los techos, clandestino y requerido; no había mucho tiempo para inmortalizar cuan rápido crecían las criaturas.
Me imaginaba a mi tío Giorgio llevando la foto acompañando a las demás familias. Ahora que lo conozco sé que después de muchos años, mi tío seguiría ahí, bufando pero firme. Los Lopez del lado de mamá llegarían tarde. Los Lopez somos de llegar tarde a todos lados, salvo a las reuniones de los Lopez donde todos llegamos puntualmente tarde.
Yo podría andar por la vida, como otros tantos a los que siendo niños les robaron su identidad, sin saber que tengo los mejores hermanos del mundo. Tratando quizás de entender de donde viene ese carácter de siciliano incendiario que me asalta de vez en cuando y seguramente también seguiría llegando tarde a todos lados.
Por esa fortuna inesperada, no están nuestros nombres junto a los otros ciento noventa y seis desfilando por la Avenida 18 de Julio.
El año pasado no fui a la marcha del silencio. Llovía mucho, hacía frío y mi hijo había salido al liceo desabrigado y sin campera; fui a buscarlo para que no volviera a casa caminando bajo lluvia. Al llegar prendí la tele y vi, como tanta otras veces, ese mar de gente caminando como en una procesión bajo los paraguas, acompañando las fotos en blanco y negro de unos rostros siempre jóvenes. Pensé cuan injusto era todo. Yo había podido ir por mi hijo para que no tomara frío, una banalidad, mientras tanto cuantas madres y padres habían tocado centenares de puertas, de cuarteles, comisarías, de organismos internacionales, de conocidos, de iglesias, luego de políticos, organizaciones y de cualquiera que pudiera ayudarlos en busca de sus hijos; sin saber si tendrían frío, hambre, si los habrían golpeado, si estaban vivos o muertos.
El tiempo se encargó de confirmar lo peor; eso que nunca un padre debería afrontar, pero más de cuarenta años después, sus familias siguen ahí de pie y cada vez somos más familiares.
Con en el pasar de los años esas personas se diluirán en los recuerdos. Muchos de nosotros no sabemos quienes eran, no los conocíamos, algunos ya no tienen quien los busque, en otros casos las familias ya han perdido toda esperanza, desanimados por una impunidad infranqueable encubierta durante décadas, pero perdura ese sentimiento de injusticia y de humanidad.
He leído libros, declaraciones, cientos de documentos o fichas estatales pero lo que jamás voy a olvidar son los recuerdos que me han confiado algunos de los familiares, me cantaron la canción que Eduardo compuso en su adolescencia, me recitaron las oraciones de Mauricio el cura desaparecido; se emocionaron hablando de sus hermanos, de Maria, de Alfredo; me hablaron de esa ausencia con la que convivieron toda la infancia y la adolescencia; de dormitorios que quedaron Intactos por años; me contaron de padres que en sus lechos de muerte ansiaron que su hijo desaparecido por fin llegara. Todos ellos seguían estando tan presentes. Porque eso es lo que pasa con un desaparecido, el tiempo en cierto modo queda detenido a la espera de respuestas, es como un dolor sin orillas.
Muchos de esos rostros ya no me son desconocidos y ninguna familia debería necesitar de una votación popular para saber si los demás están de acuerdo en que encuentren los restos de sus familiares, en saber quien se ha robado sus nietos o quienes fueron capaces de los actos más crueles y deshonrosos contra sus hijos e hijas ya indefensos. Nada firme se podrá edificar nunca sobre la injusticia. La justicia no es rencor, es un derecho y no se trata de un derecho de esas solas familias sino de un derecho para todos.
A los que siguen creyendo en la teoría de los dos demonios, aunque no la comparto de igual manera les recuerdo las palabras de nuestro padre de la Patria: “Clemencia para los vencidos, curad a los heridos, respetad a los prisioneros”. Sin juicio, sin garantías, sin ley, los que no están, han sido asesinados.
Por todas nuestras familias: Verdad y Justicia.
Andrea Valenti