Una nueva iconoclasia recorre el mundo
Luis C. Turiansky
23.06.2020
La nueva onda parece ganar adeptos en todas partes: la deshonra espontánea, el retiro civilizado o la destrucción rabiosa de monumentos erigidos en honor a próceres caídos en desgracia en la vorágine de los nuevos tiempos.
Los casos más notorios actualmente están relacionados con las protestas mundiales contra el racismo, provocadas por la trágica muerte del afrodescendiente George Floyd, ahogado con la rodilla por un policía blanco en Minneapolis, EE.UU. En el marco de algunas de estas acciones de justificada cólera, la multitud reunida se cobró viejas deudas y varios eminentes ciudadanos que en vida se habían dedicado a la trata de esclavos fueron derribados y más de uno tirado al fondo del río más cercano.
Le tocó incluso a Cristóbal Colón, de quien no se tiene noticia de que haya propiciado la esclavitud, aunque sí es cierto que, además de otras muestras de las Antillas (que él seguía sosteniendo que era la India), llevó de regreso a Europa a varios "indios" vivos, para mostrarlos como prueba en la corte de los Reyes Católicos.
Pero el ejemplo cunde y algunas personas con "cola de paja", como siempre más papistas que el papa, se apresuran a dar pruebas de amor por las buenas causas y sacaron por ello de los archivos de Hollywood todas las películas en las que se vilipendia a los indios y ridiculiza a los negros y mexicanos. Lamentablemente, algunas eran verdaderas obras de arte, pero las buenas causas también reclaman sacrificios, como es bien sabido.
La dirección de un museo de historia natural decidió que había que sacar de su pedestal la estatua ecuestre del presidente Theodore Roosevelt, al que alaban, a pie y desarmados, un negro y un indio, una postura que, ¿quién lo duda? denota sumisión y humilla a las respectivas comunidades étnicas.
Pero esta lucha contra los símbolos del oprobio materializados en el bronce para la posteridad se extendió, gracias a la solidaridad, a otros continentes, donde son otras las motivaciones y otras las broncas. Las figuras de sir Winston Churchill, por ejemplo, en Londres y Praga, aparecieron de pronto pintadas con la consabida inscripción "Black lives matter" y alusiones a su racismo y sus actitudes imperialistas. El caso de Praga es particularmente sintomático por ser un monumento de "la nueva época", situado en una plaza que fue rebautizada con el nombre del difunto primer ministro británico y cuyo principal edificio es la sede de los sindicatos, movimiento del que el homenajeado fue un enemigo acérrimo.
Pero sigamos con los checos. Poco antes del incidente que causó la muerte de George Floyd, el alcalde de un distrito de Praga resolvió que había que eliminar el monumento erigido en su zona al mariscal soviético Iván Stepanovich Konev, comandante de la operación de liberación de Praga en mayo de 1945, con la que culminó su campaña de la segunda guerra mundial, que entre otras cosas incluyó también la liberación del campo de concentración más famoso, el de Osvietim o Auschwitz en Polonia y casi toda Checoslovaquia. El motivo declarado era que, once años después estos sucesos, dicho jefe militar dirigió las operaciones de las fuerzas soviéticas que intervinieron en Hungría durante el levantamiento popular de 1956, por lo que sería responsable de la masacre producida. Sea como sea, el monumento en cuestión respondía a un motivo específico, relacionado con la liberación de Checoslovaquia y no lo sucedido después. Por lo demás, tampoco era propiedad de un barrio, sino que había sido erigido por las autoridades del Estado en nombre de toda la nación. Sin embargo, un buen día el mencionado alcalde organizó discretamente el retiro de la estatua y su desplazamiento a un depósito, aprovechando el estado de emergencia sanitaria por la pandemia de covid-19, a raíz de lo cual quienes estuvieran en desacuerdo no hubieran podido venir a protestar.
El alcaldecito de marras tampoco puede vanagloriarse de ser el inspirador del movimiento de ruptura de otros fetiches de la historia. En la mayoría de los casos, los participantes persiguen otros objetivos, más actuales y justificables.
También en el pasado ocurrieron sucesos semejantes. En 1871, los comuneros de París derribaron la columna imperial de la Plaza Vendôme, restaurada posteriormente. Cuando el Perú estuvo gobernado por un régimen militar progresista, entre 1968 y 1975, el presidente Juan Velasco Alvarado hizo retirar el monumento al conquistador Francisco Pizarro, célebre por sus métodos sanguinarios y tiránicos. Una vez desplazado Velasco del poder, sus sucesores restauraron el monumento.
Pero hay ejemplos totalmente opuestos de tales actos de iconoclasia política. En 2001 los extremistas islámicos en Afganistán destruyeron a cañonazos el conjunto de estatuas de Buda en el acantilado de Babiyán, una reliquia de incalculable valor cultural e histórico. En 2015, el mismo fanatismo religioso que operaba en Siria ocupó las ruinas de la antigua ciudad de Palmira y las fuerzas del "Estado Islámico" se dedicaron a destruir sistemáticamente todas las esculturas, solo porque la interpretación fundamentalista de su fe prohíbe toda representación figurativa.
Menciono expresamente estos ejemplos de ambos extremos, porque sirven para ilustrar la exasperación creciente que domina los espíritus de la gente en todas partes, a su vez producto de la falta de perspectivas.
Casi todas las revoluciones han pasado por estas situaciones y mucho después, sus actores o sus descendientes se arrepintieron. El resultado suele ser triste y por eso lo señalo hoy aquí, para prevenir la nueva barbarie. La historia no debe corregirse, hay que estudiarla y sacar de ella enseñanzas, pero es inútil tratar de borrarla, como hacían los personajes de "1984" de George Orwell en la fábrica de la verdad. No es destruyendo el fetiche que el mal desaparecerá.
Luis C. Turiansky
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias