Que el consumo irónico no nos consuma
Daniel Feldman
29.05.2019
Que el consumo irónico no nos consuma
Nunca se me cruzó por la cabeza acusar a los lectores de ser "deverbativos". Es más, estoy convencido que en todos caso, de espetárselos, no lo tomarían como un insulto. Pero tampoco es ajustado a la realidad, ya que un deverbativo se dice de una palabra que deriva de un verbo, y más allá que de acuerdo a Juan en el principio fue el verbo, no es nuestro caso: somos individuos, personas, y derivamos de nuestros padres.
No así la ironía, eironeía en griego, disimulo, ignorancia fingida, hacerse el ignorante, procedente de eirón, disimulado, que disimula.
La ironía, esa expresión que da a entender algo contrario o diferente a lo que se dice, generalmente como burla disimulada, ella sí, sin lugar a dudas, es un deverbativo.
¿Qué sería del ser humano sin ella? ¿Qué pasaría si nos quitaran la chance de fingir lo que realmente estamos pensando? ¡Cuánta creatividad artística estaríamos perdiendo! ¡Y cuántas amistades si triunfara la literalidad!
No nos creamos los inventores o descubridores de la ironía. Hablábamos de eironeía, en griego, y sí, hace ya más de 2.400 años un grande, que no precisó dejar nada escrito para trascender, dicen que llevó la ironía a los primeros planos de su método: me refiero, por supuesto a Sócrates, considerado en su momento el más sabio de los atenienses, pero que siempre comenzaba sus diálogos encumbrando a su interlocutor como el más sabio en la materia a tratar. ¿Pondría cara de serio cuando lo hacía? No lo sabemos. Como tampoco sabemos si fue irónica la frase que le atribuye Fedón, en sus últimos instantes, cuando le dice a Critón: "le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides".
No confundamos el método socrático y su aporte y pensemos que la serie argentina "Un gallo para Esculapio" es una reinterpretación o un redescubrimiento de la mayéutica socrática. No, sería una ironía... una triste ironía.
Pero dejemos de lado los devaneos pseudofilosóficos y entremos en tema, por lo menos en lo que anunciamos en el título. En un artículo publicado en la revista Anfibia de la Universidad Nacional de San Martín, Argentina, Eugenia Mitchelstein nos dice que "el consumo irónico es parte de la sensibilidad posmoderna: antes que rechazar el mal gusto de la sociedad de consumo, nos unimos a ella".
"Miramos programas de televisión para reírnos de conductores e invitados, retuiteamos gente que odiamos para burlarnos de ellos, seguimos la última pelea mediática entre dos figuras que nos caen mal para confirmar que ninguna tiene razón. Los consumimos, pero no en serio, ojo, de manera irónica", nos dice la autora.
En teoría, al igual que la ironía como figura retórica lleva implícita la distancia entre el significado literal y el real de lo que decimos, el consumo irónico obliga a una distancia entre el consumidor y el objeto simbólico que va a ser ridiculizado.
Los consumidores irónicos -no es nueva esta tendencia, hay antecedentes que la remontan a la década de 1980- se sienten (y se sientan) por encima de lo que consumen, en una especie de divertimento intelectual de clase media ilustrada. Pero no solo se sienten (y se sientan) escalones más arriba del producto a ser consumido, sino también de aquellos que lo disfrutan de manera genuina, aquellos para quienes Bailando por un sueño o por ejemplo cualquiera de los magazines matutinos de nuestra televisión son parte constitutiva y constituyente de las ocho horas de esparcimiento por las que -aunque no lo sepan- más de un sindicalista dio su vida. ¿Se imaginan a los líderes de la Segunda Internacional de la mano con Tinelli? Sin ironía formulo la pregunta.
El consumo irónico no existe en solitario. Se necesita una comunidad interpretativa, que entienda nuestro accionar... y no lo tome en serio.
Sin embargo, los medidores de clics que terminan determinando las tendencias, no saben leer o distinguir entre consumo "genuino" o "irónico". Y poco a poco, se van eliminando fronteras, desaparecen límites, y no es dable descartar que más de uno (más de unos cuantos) termine no sabiendo distinguir entre parodia y realidad. ¡Qué ironía! ¿No?
¡Qué ironía, por ejemplo, retuitear un mensaje de Bolsonaro, pensando que todos entenderán nuestra ironía, y terminar fertilizando el campo en el que el oscuro exmilitar recogió decenas de millones de votos!
En su nota Consumo irónico, normalización y suspended disbelief, aparecida en El Canciller, Gonzalo López Martí afirma que "el ironismo domestica por acostumbramiento y deviene en feísmo. Del feísmo es muy difícil volver", para agregar que recientemente "hemos presenciado el 'voto irónico', que no llega a ser 'voto bronca' pero anda por ahí. Es un voto desafectado, negligente, apático, menefreguista. Me atrevo a afirmar que una enorme cantidad de votantes irónicos propiciaron acaso sin quererlo las victorias del Brexit, Trump y Bolsonaro. Eran una joda y quedaron".
No estamos en una ficción, en un drama donde el lector o espectador sabe más que uno de los protagonistas de la historia, pero no le puede informar la verdad, por ejemplo a Romeo... sí, Shakespeare también manejaba la ironía, la dramática en este caso. Estamos corriendo el riesgo no ficticio de ser devorados por el mal gusto, irónicamente devorados, tocados directa y literalmente por el sarcasmo (ya que hablamos de ironía), el sarkasmós griego, rasgar la carne.
¡Ojalá que, irónicamente, no nos consuma el consumo! ¡Ojalá que podamos derrotar al mal gusto!
¡Ojalá...!
(*) Columna emitida en el programa LA PUERTA, por FM CIUDADELA 88.7 el martes 21 de mayo de 2019
Daniel Feldman | Periodista