¿Quien carga el arma de los femicidas? Busquemos al autor intelectual del crimen

Carlos Pérez Pereira

13.09.2019

El caso de Adriana Fontes no es un caso de femicidio más. Es un acto punitivo simbólico que se pretende ejemplarizante para las mujeres que se niegan a la sumisión patriarcal y luchan por la igualdad de género.

A raíz del asesinato de Adriana Fontes (localidad de la Macana, departamento de Florida), considerado como de los peores ocurridos en Uruguay por la fría planificación expuesta públicamente por el autor, hay quienes argumentan que es un claro ejemplo de que la difusión de actos de machistas frustrados o celosos, alientan a psicópatas con impulsos criminales a cometer actos de violencia contra sus mujeres o ex mujeres. Podríamos refutar fácilmente este simplismo argumental, con la pregunta de por qué no hay una reciprocidad de las mujeres en asesinatos de hombres que las celan o frustran. Pero no entraremos en un debate lateral al tema en cuestión.

Es un enfoque oportunista y tendencioso. Pretende desalentar la lucha de las mujeres por sus derechos y más que nada menguar su resistencia a ser asesinadas por su condición de mujeres, elemento que configura el femicidio, considerado hoy un agravante muy fuerte por la ley penal uruguaya.

La ya centenaria lucha de las mujeres por sus derechos ha activado, desde que la batalla adquirió notoriedad, la resistencia pública de quienes se ven atacados en sus dominios. Quizás, cuando aún el grueso de mujeres y la lucha por la igualdad de géneros aún no había cobrado la entidad que en la actualidad conmueve los cimientos del patriarcado universal, las reprimendas, sanciones sociales y medidas de escarmiento, solamente se expresaban mediante reglas de moral (filosófica o religiosa) de aplicación acotada al ámbito doméstico o eclesiástico, pero siempre reducido a ámbitos privados del micro-machismo corriente. La sanción social (que aún se mantiene) también se manifiesta mediante otras fórmulas, entre las cuales se destaca el humor que ironiza con los "pollerudos", "los que lavan los platos en la casa", "los que juegan con muñecas" y todo tipo de banalización simbólica de actitudes de dominio del macho, o sumisión de la mujer. Y quizás la fórmula más eficaz de sostener y reproducir el sistema está consagrada en preceptos jurídicos institucionalizados, con medidas punitivas a autores de delitos tipificados como "crímenes pasionales". Esos delitos son perpetrados por asesinos represores, que se sienten atacados en su hombría por el incumplimiento de la mujer de sus deberes matrimoniales, de madre o de pareja. Las fórmulas jurídicas para aplacar rebeldías femeninas aún están estampadas, negro sobre blanco, en los códigos civiles y penales de muchos países, allí donde aún se protege a los medios de producción, como propiedad inalienable. Entre esos medios, como productora de hijos que reproducen mediante las leyes de la herencia, el poder patriarcal, estaba (y está) la mujer. Todas las mujeres. Y las que no acatan ese "destino social manifiesto", serán sancionadas, moral, filosófica, religiosa o a punta de rebenque, cuchillo o pistola. Y como no se puede matar a todas habrá actos ejemplarizantes. La reacción no viene sola, viene con amenazas.  

Porque los tiempos cambiaron. Hoy hay una masa crítica enérgica, haciendo temblar el poder, legitimado culturalmente, del macho formado con mentalidad alfa. Y no es que ese ser que mató a esa mujer, que presume de dios, con poder de vida y muerte contra alguien a quien considera su propiedad privada ("y si no es mía, no será de nadie") haya sido sugestionado por la publicidad de otros femicidios, sino que ese macho asesino actúa en nombre y representación del sistema que quiere escarmentar a quienes se rebelan contra sus reglas.

Esa mujer, la que fue involuntaria protagonista de este caso, es una mártir de la lucha de todas las mujeres. En realidad también lo han sido otras, pero no con la crudeza con que se produjo este acto y sus derivaciones. Entiendo a quienes afirman que no podemos asegurar (sin pruebas) que fue un acto de escarmiento consciente. Puede ser, pero convengamos que, en su imaginario, formado por la cultura en la que vive, la planificación del acto por el asesino y la clara intención de que se supiera que había sido premeditado, revela por lo menos una mínima pretensión de hacer de ese femicidio un crimen ejemplarizante. El quiso que la muerte de esa mujer fuera ejemplo, para que otras mujeres no persistieran en sus intentos de liberación y de lucha por la igualdad. Aparece como un frío y calculador homicida, desquiciado por los celos, y por el terrible sufrimiento de pensar que esa mujer ya no sería suya y sería de otro. Este relato va mucho más allá del significado circunstancial del motivo. Es la sanción, mediante un crudo realismo, del sistema de dominación machista que arma el brazo asesino. Ahí está el autor intelectual del crimen.

Todas las mujeres asesinadas, en estos tiempos en que el machismo ha sido develado como un producto irracional del sistema de dominación patriarcal, son mártires de la lucha por la igualdad, hay que saberlo.

Pero el caso de Adriana Fontes, buscado y utilizado (conscientemente o no) por el autor, como una amenaza mortal a las demás mujeres que procuran liberarse de las reglas de sumisión a que son sometidas, es el peor de todos. Por tal debe ser sancionado con dureza por los jueces uruguayos, y debe ser debidamente denunciado por quienes están muy seguras y seguros de que esta lucha no se detendrá por estas terribles circunstancias. Porque ya hubo muchas mujeres mártires en la historia de esta liberación y la lucha no se detuvo por eso.

La continuación del esfuerzo será el mejor homenaje que podemos hacer a las mujeres que han sido maltratadas, acosadas, martirizadas y eliminadas por los reaccionarios machistas patriarcales. Permitirá desenmascarar a quienes, en el fondo, son los verdaderos retardatarios detentores de un sistema que se niega a desaparecer y carga el arma de los asesinos femicidas.   

Carlos Pérez Pereira

Columnistas
2019-09-13T16:16:00

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