Vicisitudes
Ismael Blanco
08.10.2019
Hay ciertas edades que confirman que uno es hijo de su tiempo. Uno eso lo advierte en detalles y hasta en pormenores, cuando el curso de la vida parece sugerirnos que nuestra interpretación de los hechos se ha quedado pasado de moda, o que a nuestras partituras - aquellas tan utilizadas - ahora cuesta ser interpretadas de la manera a la que acostumbrábamos.
Entonces, cuando esto nos pasa, lo primero que nos surge con naturalidad es echarle la culpa al mundo, como si este en algún momento se destacara por haber sido amable con nosotros en aquellas anteriores circunstancias a la que nos remite nuestra memoria.
Todo este asunto no debería ser preocupante si no se tratara de cuestiones universales y colectivas. En particular me refiero a la política y a la relación que algunos mantenemos con ella.
Confirmé que ser hijo de un tiempo o formar parte de lo que suele llamarse una generación no es un valor en si mismo, es decir, no es ni bueno ni malo, es.
Obviamente que desde mi punto de vista, el pasado de quien ha vivido medio siglo no supone una mirada colorida, si no muy por lo contrario. Ahora bien, tampoco presumo que se trate de algo exclusivo o que se circunscriba a unos pocos y mucho menos que se trate de un asunto individual.
Pero aquí quienes estamos vivos, saludables y no quebrados; quienes podamos asumir esas tres condiciones, implica que hemos podido sobrellevar la decadencia del Uruguay democrático de finales de los ´60 hasta el golpe de estado con su fascismo a sus anchas, con su terror, con su persecución, con sus angustias, su dolor, su cárcel, exilio y asesinatos. Significa que también vivimos la esperanza de la conquista del retorno democrático con su andar tullido, estropeado y limitado. Y que no nos faltó por si fuera poco, sobrellevar la neoliberal década de los ´90 con su desenlace culmine de la crisis del 2002 donde el Uruguay toco el fondo de todos los fondos, dejándonos penurias e indignidades.
Entonces en mi caso, ser hijo de un tiempo me permite tener una mirada un poco más amplia que otros y sobre todo si uno se compara con un joven que por primera vez vota o con aquellos que a sus 30 están luchando por consolidar su vida y probablemente la de su familia.
El asunto es que cuando uno logra asumir y por tanto asumirse con una cosmovisión determinada por esa historia colectiva y personal antedicha, se permite, si existe la voluntad de hacerlo, realizar el ejercicio hermenéutico de comprender al semejante, al otro, a quienes nos antecedieron, a nuestros congéneres y a sobre todo y en particular a quienes nos desafían cuando nos superan en juventud y frescura.
Créanme que parece simple pero no lo es tanto y lograrlo no es poca cosa.
En mi caso, asumirme como un hijo de mi tiempo, me ayuda a comprender el mundo, la cotidiana realidad y a caracterizar la sociedad donde hoy me toca vivir.
Me ha costado años reconocer que los sueños son alcanzables, cuando entendí que los sueños son esperanzas y que no son caprichos y que por eso son tan difíciles de colmar.
Es que la esperanza se escurre si no se la sujeta bien, pero para sujetarla debe ser amada, debe ser cortejada permanentemente, enamorada con arrojo porque ante la menor señal de resecación y mala espina se esfuma y monta vuelo.
Con el tiempo, confirme que esperar demasiado de nuestra imperfecta humanidad nos volverá individuos llenos de frustraciones y desengaños, que tener expectativas de transformar la realidad y las circunstancias es necesario, es preciso y hasta incurable, pero no asumirnos tal como somos se vuelve frustrante y más aún cuando al hacer esperamos que la belleza sea lo que prime, no comprendiendo que en general. - por no decir que se trata de una regla con fuerza de mandato - transformar y levantarse rebeldemente ante las circunstancias, llenarse de rabia frente a las indecencias y tener la vergüenza de no darse por vencido, implica necesaria e ineludiblemente pagar peaje, ganarse miles de dolores de cabeza.
La cuestión es preguntarse al final de cada jornada qué nos queda, y si la respuesta es, que así sea una triza de la materia se ha transformado a razón de nuestras ideas, lo realizado vale la pena.
Se aprende que los sueños no son iguales a las ilusiones, que estás últimas son fantasías, puro engaño, algo fuera la realidad, y es por eso, que siempre se convierte en buena causa derrotar las ilusiones y conquistar lo sueños, sabiendo que los sueños habitan en la conciencia de los hombres que no son ídolos, los hombres somos "María Magdalena" más que dioses.
En estas horas mientras escribía este artículo, como a todos ustedes me conmovió desde las entrañas hasta huesos la noticia de que los restos aparecidos en el deshonroso cuartel militar conocido como el "batallón 13" son los de Eduardo Bleier. Que decir que se pueda expresar con signos.
La extrema gravedad de los hechos desafían las palabras y es cuando el silencio no es silencio si no estruendo, estrépito del alma, cuando sólo se escucha como un estallido los sonidos de los corazones de millones de patriotas que aún tenemos razones para que al menos por estos nuestros héroes nos mantengamos a la altura de las circunstancias.
Dr. Ismael Blanco