Cuba, el espejo roto del “progresismo” uruguayo: el Frente Amplio y la renuncia a la crítica. José W. Legaspi

17.12.2025

Hay momentos en que la izquierda debe mirarse en un espejo ajeno para descubrir sus propios límites. Para el actual Frente Amplio, ese espejo incómodo es Cuba.

 

Y no la Cuba romántica y épica de los 60, la de alfabetización, milicias populares y soberanía recuperada, sino la Cuba real del siglo XXI que desarrollamos en columna anterior: un país donde la revolución fue sustituida por una dictadura de partido militar, cerrada, empobrecida, vigilante, decidida a preservar su aparato antes que la dignidad de su pueblo.

La reacción del FA ante esa deriva autoritaria ya no puede interpretarse como respeto diplomático ni como prudencia antiimperialista. Es algo más profundo y revelador:
el progresismo uruguayo dejó de pensar la democracia y la libertad como ejes centrales de un proyecto socialista, y el caso Cuba expone de forma brutal esa renuncia conceptual.

Durante dos décadas, el FA gobierno tras gobierno evitó cualquier crítica sustantiva al régimen cubano. El silencio, la ambigüedad y el reflejo defensivo fueron parte de una lógica más amplia: la lógica de un progresismo que administró el país, pero dejó de interrogarse a sí mismo. Cuba es, así, un síntoma: el síntoma de una izquierda que prefiere sostener símbolos muertos antes que enfrentar los desafíos vivos del siglo XXI.

El Frente Amplio pos 2000: de la promesa transformadora a la administración del consenso

Quien recorra la trayectoria histórica del FA encuentra que el giro pos-2000 no fue solo electoral, sino ideológico. La coalición que nació en 1971 con un horizonte de "transformación estructural" llegó al gobierno cargando una doble herencia: la tradición socialista y comunista que veía en Cuba un faro, y la experiencia de resistencia democrática que había hecho del FA un símbolo nacional de ética pública.

Pero el Frente Amplio gubernamental se definió por otra cosa:
el desplazamiento de la radicalidad hacia la gestión técnica, el abandono del lenguaje revolucionario y el reemplazo de las disputas ideológicas por la lógica de las políticas públicas.

Esta mutación tuvo consecuencias profundas: La desaparición del sujeto popular como actor colectivo, la subordinación del sindicalismo a un proyecto meramente electoral, la transformación del Estado en herramienta de eficiencia y no de democratización y la neutralización de la crítica interna, especialmente cuando tocaba temas sensibles de la tradición histórica.

En este marco, Cuba se volvió una piedra en el zapato. Reconocer su deriva autoritaria implicaba reconocer que el FA ya no tenía herramientas conceptuales para criticar modelos del siglo XX, justamente porque había abandonado la tarea de producir pensamiento propio.

El "tabú Cuba: un silencio construido desde el miedo a cuestionar la propia identidad

La postura del FA ante Cuba no puede separarse de la construcción sentimental de la izquierda uruguaya. Durante décadas, Cuba fue: refugio para militantes perseguidos, ejemplo de soberanía frente a Estados Unidos, laboratorio de alfabetización, salud y cultura, y símbolo moral frente a la desigualdad latinoamericana.

Pero una cosa es el símbolo, y otra es la realidad. La realidad es un Estado dirigido por una élite militar que controla la economía, la política y la vida cotidiana. Un país sin libertades civiles, sin competencia política, sin prensa independiente, sin autonomía sindical. Un régimen donde protestar significa cárcel.

Frente a eso, el FA optó por la continuidad retórica, preservando el mito aun cuando la experiencia socialista cubana se volvió irreconocible desde el punto de vista democrático.

Ese tabú funciona como una autocensura institucional: el FA no critica a Cuba porque criticar a Cuba implica revisar nociones esenciales de la propia izquierda uruguaya. Es más cómodo congelar el pasado que reestructurar la identidad.

Doble vara y erosión ética: cuando la defensa de los derechos humanos se vuelve selectiva

El Frente Amplio del siglo XXI construyó buena parte de su capital político reclamando la universalidad de los derechos humanos. Sin embargo, frente a la situación cubana, esa universalidad deja paso a un pragmatismo que contradice todo lo que el FA dice defender.

Cuando Chile reprime, el FA denuncia, cuando Israel reprime, el FA denuncia, cuando Guatemala o Honduras reprime, el FA denuncia. Cuando Cuba reprime, el FA "observa con preocupación", guarda silencio o se refugia en tecnicismos diplomáticos.

Esta doble vara no es un error aislado. Es una grieta conceptual que desmonta la autoridad moral del FA, revela el peso muerto de los símbolos heredados, y expone el temor del FA a romper con la nostalgia.

¿Por qué el FA no critica a Cuba?

El silencio del FA puede explicarse por un conjunto de factores profundos:

- Miedo a desatar conflictos internos. El FA es una coalición amplia, donde conviven sectores que basaron su identidad en el socialismo real. Criticar a Cuba es abrir una grieta que la dirigencia teme no poder cerrar.

- Pérdida del horizonte socialista. El FA, convertido en progresismo, dejó de pensar el socialismo como proyecto. Sin socialismo, la crítica a un "modelo fracasado" queda huérfana de alternativa propia.

- Fetichismo del antiimperialismo. El antiimperialismo sigue funcionando como una coartada que reemplaza el análisis. Denunciar el embargo es necesario, pero usarlo para justificar la represión es otra cosa.

- Burocratización del pensamiento. El FA sustituyó el debate ideológico por la gestión. Donde antes había crítica y confrontación, ahora hay prudencia y cálculo.

Estas cuatro razones hacen del caso Cuba un síntoma estructural: la izquierda que no se atreve a criticar a Cuba tampoco se atreve a criticarse a sí misma.

La Cuba actual: advertencia y espejo de un fracaso conceptual

Si el FA quisiera aprender de Cuba (no como símbolo, sino como experiencia histórica) vería lecciones incómodas pero necesarias: Primero, que el centralismo sin democracia deriva en burocracia, segundo, que el Estado sin control popular deriva en poder militar, tercero, que la represión como método de defensa destruye la legitimidad revolucionaria, cuarto, que la estatalización sin socialización queda en manos de élites cerradas, y, por último, la ideología sin debate se convierte en dogma vacío.

Estas lecciones no son ajenas al Uruguay. Son advertencias sobre los peligros que enfrenta una izquierda que renuncia a la crítica y se refugia en el pasado.

Cuando el FA evita analizar la Cuba real, también evita discutir: la democratización radical del Estado, el papel de la autogestión y de la economía social, la autonomía del movimiento popular, el riesgo de la burocracia partidaria, y el sentido del socialismo en el siglo XXI, entiendo tal cosa como una elaboración propia, uruguaya, sin buscar esos "imprescindibles referentes externos" y "no seguidista" de procesos autodefinidos así, Venezuela, Nicaragua y Cuba.

El FA pos-2000: entre la renuncia estratégica y el vacío teórico

Lo que el silenciamiento sobre Cuba revela, en última instancia, es un vacío teórico. El FA pos-2000 gobernó bien en términos de políticas públicas. Pero gobernar bien no significa saber hacia dónde se va. Un progresismo que administra pero no imagina no puede producir alternativa real.
Cuando una izquierda deja de imaginar, se aferra a los símbolos,  cuando se aferra a los símbolos, deja de criticar, y cuando deja de criticar, deja de pensar.

Cuba es la prueba más elocuente de ese estancamiento: la realidad cambia, pero el FA sigue hablando de la isla como si viviera en un almanaque.

Hacia una crítica verdaderamente izquierdista del "progresismo uruguayo"

Criticar al régimen cubano no significa abrazar a la derecha ni abandonar la tradición antiimperialista. Implica algo mucho más urgente: recuperar la capacidad crítica imprescindible de toda izquierda viva.

El Frente Amplio necesita abandonar su relación ritual con Cuba para reconstruir su coherencia ética, sin dobles criterios; para recuperar la tradición democrática que hizo carne enfrentando al autoritarismo, basada en la libertad, la participación y la crítica interna; y, fundamentalmente, para volver a imaginar un proyecto propio, que no dependa de reliquias históricas.

Porque si una izquierda no puede criticar a una dictadura militar cuando esa dictadura se llama Cuba, ¿qué queda de su compromiso con la libertad? ¿Y qué tipo de socialismo puede construirse desde el miedo a pensar?

La izquierda que quiera renacer debe romper sus tabúes

El progresismo uruguayo enfrenta una disyuntiva histórica. Puede seguir sosteniendo mitologías congeladas, repitiendo argumentos defensivos y evitando la crítica. O puede asumir que la emancipación del siglo XXI exige libertad, democracia profunda, autocrítica y ruptura con toda forma de autoritarismo, venga de donde venga.

Cuba ya no es un ejemplo ni un horizonte. Es una advertencia.Y el FA que calla frente a Cuba se calla frente a sí mismo. Para reconstruir una izquierda verdaderamente transformadora, el primer paso es decir la verdad: que un régimen militarizado de partido único no es socialismo, y que una izquierda que teme nombrar la opresión no puede liberar a nadie.

La crítica a Cuba es, en realidad, la crítica que el FA pos-2000 nunca se atrevió a hacerse. Y ese es exactamente el debate que la izquierda uruguaya necesita abrir si quiere volver a ser, no administradora del presente, sino creadora del futuro.


José W. Legaspi
2025-12-17T04:57:00

José W. Legaspi