Programa, espejos y evasiones: respuesta al Sr. Carlos Pérez Pereira. José W. Legaspi

19.12.2025

Quiero aclarar tres cosas sobre la columna del Sr Carlos Pérez Pereira titulada “De un militante de base del Frente Amplio” donde sostiene desde el principio que va a “polemizar” (sin hacerlo en ningún momento) con el contenido de la que escribiera un servidor “Cuba, el espejo roto del “progresismo” uruguayo: el Frente Amplio y la renuncia a la crítica”.

 

Primero una que parecía buena, ya que arranca "En polémica con..."  pero se quedó en eso, ya que intenta clausurar una discusión política mediante un expediente formal: invocar el Programa del Frente Amplio como si su sola existencia resolviera las contradicciones reales de la práctica frenteamplista.

Segundo, no responde al fondo del planteo que pretende criticar: lo esquiva. Y lo hace con una combinación conocida: al formalismo programático antes citado, le agrega moralismo defensivo y descalificación personal, recursos habituales cuando la izquierda institucional decide no pensar lo que hace ni lo que calla.

Y tercero, trataré de responder a las chicanas y agravios (lamentablemente del tema que se trata en mi texto nada dice) con la mayor educación posible, mirando por encima de tales despropósitos que despliega el mencionado "militante de base del Frente Amplio".

Empecemos por lo central. Nadie serio le "exige" al Frente Amplio que adopte como modelo a Cuba, Venezuela, China o Afganistán. Esa es una caricatura, no un argumento. Lo que se le reclama -y lo que Pérez Pereira evita discutir- es algo bastante más incómodo: la persistente asimetría moral con la que el FA juzga (o se rehúsa a juzgar) los regímenes políticos del mundo, según su alineamiento histórico, geopolítico o simbólico.

Invocar el Programa del FA como si fuera un talismán no resuelve nada. El problema no es lo que el Programa declara, sino lo que el FA tolera, justifica o silencia en la práctica política cotidiana. La defensa "irrestricta" de la democracia y los derechos humanos, proclamada en abstracto, se vuelve retórica vacía cuando convive con el relativismo sistemático frente a violaciones concretas cometidas por gobiernos que todavía gozan de indulgencia militante.

Decir "quien diga lo contrario miente, si no muestra documentos" es una trampa pobre. Los documentos existen, las declaraciones existen, los silencios también. Existen las resoluciones tibias, los comunicados elípticos, la negativa reiterada a llamar dictadura a lo que lo es. Existen los dobles estándares. Y existen, sobre todo, décadas de cultura política que no se borran inscribiendo un texto en el Registro de Propiedad Intelectual.

Cuando Pérez Pereira afirma que estas discusiones pertenecen a "agendas de otros tiempos", confirma exactamente el problema que denuncia: la voluntad de clausurar el debate en nombre de una supuesta superación histórica. No es que la izquierda ya resolvió su relación con el autoritarismo; es que decidió no hablar más de eso. Y cuando no se habla, no se resuelve: se enquista.

El pasaje sobre el Tribunal de Conducta Política es directamente ingenuo, si no cínico. Nadie está discutiendo la existencia de órganos de control interno; se discute la ceguera política selectiva frente a procesos históricos que desmienten los valores que se declaman. El problema no es la corrupción administrativa (que también), sino la corrupción moral de una izquierda que sigue llamando "procesos" o "experiencias" a regímenes que encarcelan opositores o reprimen protestas populares, como es el caso de Cuba.

El mantra de la autodeterminación de los pueblos y la no injerencia funciona, aquí, como coartada. Nadie pide invasiones, bloqueos ni tutelajes coloniales. Lo que se exige es algo infinitamente más modesto y más exigente a la vez: coherencia política. Si el FA se dice defensor universal de los derechos humanos, no puede suspender ese principio cada vez que el violador dice llamarse socialista, antiimperialista o heredero de una revolución envejecida.

Reducir esta crítica a "pasar facturas", "frustraciones personales" o la necesidad de un "psicoanalista" no solo es una bajeza retórica; es una confesión de impotencia argumental. Cuando no se puede responder a la crítica política, se psicologiza al crítico. Viejo recurso, muy poco seregnista, vale la pena aclararlo.

Tampoco es cierto que señalar estas contradicciones "le haga el caldo gordo a los adversarios". Al contrario: lo que fortalece a la derecha es una izquierda incapaz de criticarse, aferrada a mitologías gastadas, que confunde unidad con silencio y diversidad con relativismo. La derecha no necesita interpelar a una izquierda así: le alcanza con mostrar sus incoherencias.

Finalmente, la invitación condescendiente a "ir a un comité de base" no aporta nada. Muchos de quienes hacemos estas críticas venimos de ahí, pasamos por ahí, discutimos ahí. Precisamente por eso sabemos que el problema no es la base militante, sino una cultura política de cúpulas y reflejos condicionados que sigue operando, incluso cuando se disfraza de pluralismo.

El Frente Amplio no está en discusión como herramienta electoral ni como espacio amplio de representación popular. Lo que está en discusión es su honestidad intelectual y moral frente al mundo que dice interpretar. Y eso no se resuelve citando el Programa, ni expulsando simbólicamente a quien incomoda, ni mandándolo a terapia.

Se resuelve asumiendo que no hay democracia "para adentro" y excepcionalismo "para afuera" sin pagar un precio político. Y ese precio -aunque algunos prefieran no mirarlo- ya se está pagando.

El Frente Amplio no es una secta ni un catecismo, pero tampoco puede ser una zona franca moral donde todo se relativiza si el infractor se presenta con credenciales históricas adecuadas. Invocar el Programa para no mirar la realidad es traicionar el espíritu que dice defender.

No hay "agenda superada" cuando lo que está en juego es nombrar la opresión. No hay "pipi fuera de la pelela" cuando se exige coherencia entre principios y juicios. Y no hay unidad posible si se construye sobre silencios convenientes.

La izquierda que no se anima a llamar dictadura a una dictadura porque se dice antiimperialista ya perdió la discusión moral, aunque conserve mayorías, aparatos y rituales. Puede seguir citando programas, tribunales y registros. Pero la historia -esa que no admite atajos retóricos- termina pasando factura.

Finalmente, el problema, estimado señor Pérez Pereira, no es que estas críticas existan. El problema es que, después de tantos años, siguen siendo necesarias.

PD: Me voy de licencia hasta el 22 de enero, por lo que no estaré atento a si la “polémica" sigue. Pero no tengo ningún problema en continuarla después. Saludos

José W. Legaspi
2025-12-19T04:34:00

José W. Legaspi